ALBERTO FERNÁNDEZ

Para propios y propias y un poquito menos

La ausencia de empatía y la falta de un plan atentan contra una comunicación eficaz del Gobierno. La desorganización a la hora de comunicar.

 

Quisiera desarrollar en esta idea una serie de conceptos. 

 

El primer concepto o eje explicativo es la ausencia de empatía de gran parte de argentinas y argentinos con la comunicación que el Gobierno emite. Es evidente que el Gobierno no tan solo está en una gestión de una pandemia -que literalmente ha roto cualquier ejercicio de planificación en el mundo-, sino que, además, carga con una gestión de crisis económica y social heredada evidente.

 

Sin embargo, estos elementos no ocultan esta percepción sobrecargada de vulnerabilidad e incertidumbre por parte de la población argentina. De hecho, el sector en términos de edad que más ausente se siente en la comunicación oficial es el de los adultos mayores.  

 

Además, esto tiene significancia electoral muy profunda, porque fue un sector que mayoritariamente apoyó -en términos proporcionales- mucho más a Juntos por el Cambio que al Frente de Todos en la pasada elección presidencial.

 

Lo que se registra en la Argentina de hoy es un muy buen caso de un sesgo de confirmación, vale decir, una mirada del gobierno de turno o de liderazgo a través del filtro que representa la conjunción de ideología más la preferencia partidaria previa. Un buen ejemplo de esto se refleja en el eslogan que el gobierno nacional utiliza actualmente: "Argentina Unida". El título del branding gubernamental representa -por lo menos, debiera representar- una promesa, un aspiracional, y es llamativo y curioso que en la pretensión de construirse de ser aceptado por una mayoría, ese concepto es sólo bien percibido como adecuado para la mitad que preferentemente voto al Gobierno y como inadecuado por la otra mitad, que es prácticamente el voto opositor.

 

El eslogan también se torna incoherente porque, aspiracionalmente, no tan solo habla o trabaja sobre la idea de un puente entre las coaliciones o los espacios partidarios que confrontan que no se da en la realidad, sino que la incoherencia aparece cuando ni siquiera los liderazgos que ocupan ni más ni menos que rol de presidente y vicepresidenta no se ponen acuerdo o, como dejan entrever gran parte las noticias en el país, están en un proceso de una tensión explícita o implícita.

 

El segundo eje explicativo o concepto, además de la ausencia de empatía derivada de la comunicación oficialista, está n la idea percibida de que no hay plan y, por ende, no hay plan comunicacional. La propia comunicación política gubernamental es la propia política expresada en su faz pública y entonces entender que no hay plan técnicamente es poner el foco sobre el rumbo político. 

 

Varios estudios de la consultora Zuban Córdoba daban cuenta de la disconformidad ciudadana con el rumbo y la trayectoria que el país va llevando adelante, aunque ahora la mirada esté posada en el estudio en cuestión en la perspectiva comunicacional.

 

De aquí se deriva un diagnóstico operativo de gestión muy potente y es que, desde mi punto de vista, el Gobierno no entiende ni ve a la comunicación como sistema. De hecho, el sistema es el propio presidente, con todo lo bueno que tiene esta concepción en momentos de bonanza o de alto nivel de consenso (como cuando inició la pandemia) y con todo lo malo cuando el disenso empieza a asomar con fuerza. Mucho más serio es esto si se concibe la gestión del riesgo como una política pública, porque la comunicación es parte de una política y los efectos no son sólo reputacionales para el poder, sino que lo que se condiciona son las chances de una mejor política pública.

 

La idea de desorganización y de improvisación es evidente. En parte, es evidencia que sustenta la ausencia de sistema o de ser el Presidente el propio actor central que diseña ese sistema. También, que el contenido mayormente sea recibido por parte de la ciudadanía desde noticieros nos habla de que hay un modelo muy clásico, diría muy de siglo 20 a la hora de comunicar, y es que la comunicación del Gobierno siempre esté mediada por la prensa. Esto no es bueno ni malo. Quizá lo raro sea que, en parte, se desapega de una de las características interesantes de los liderazgos a nivel internacional que ejercen constantemente ejercicios de comunicación directa. Vale decir no siempre, o no necesariamente siempre, mediados por la prensa.

 

Entonces, la idea de ausencia de rumbo, de ausencia de plan y la idea de la falta de empatía son los dos elementos que sustentan fuertemente esta concepción de que la comunicación es recibida preferentemente bien por propios y propias y preferentemente mal por el voto opositor, pero, aún dentro de la audiencia propia, la crítica también es significativa y considerable.

 

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