Será el último gesto de amor y confianza de los CEOs con el presidente Mauricio Macri. Salvando algunos detalles, hay unanimidad de criterios a la hora de evaluar el apoyo al plan de congelamiento de precios que trabaja la Secretaría de Comercio. Las razones de esta última concesión a Cambiemos no tienen que ver con la conveniencia del negocio, la ganancia o la pérdida. La razón es netamente política: el Círculo Rojo observa que Macri carga en la recámara la bala de plata, algo más que un programa de precios. Una apuesta que va contra la propia ideología del partido gobernante y que, de fallar, le suma incertidumbre al ya viciado clima de campaña.
Con la inflación in crescendo en plena contracción de la actividad, el Presidente decide correrse de su línea aperturista y pro libre mercado para situarse en el pantano de la intervención estatal sobre los precios. Cuentan en su entorno que Macri le teme al intervencionismo como a sus peores fantasmas, pero que la situación lo ha superado. Uno de sus dos hombres fuertes lo resumió en una reunión con empresarios: “La verdad, no sabemos qué hacer con la inflación”, se sinceró.
La interna del Gabinete en torno al plan congelamiento, vendida en público como diferencias entre el círculo chico del jefe de Gabinete, Marcos Peña, y los promotores de la iniciativa, el secretario de Comercio, Ignacio Werner, y el ministro de Producción, Dante Sica, es netamente gestual y casi inexistente en los papeles. Lo que domina esta tensión es el pavor oficial a pisar terreno fangoso y no poder salir airoso. Parece una sensación inversa a la que tienen los radicales y la Coalición Cívica de Elisa Carrió ante el mismo tema. “Es lógico, ellos no gobiernan”, dijo un ladero de un ministro clave en el Plan Bala de Plata.
Lo que preocupa a Macri es lo mismo que inquieta a los CEOs: ¿siente la gestión Cambiemos la función de controlar y castigar? ¿Es capaz de, en un contexto inflacionario, sostener el abastecimiento de productos más económicos? ¿Cómo hará para explicar que la urgencia electoral lo obligó a hacer una movida de alto costo político? Sobre el tema hay más incógnitas que certezas.
El secretario de Comercio Werner, ideólogo del congelamiento.
Los fabricantes de alimentos están jugando una doble. A Werner le garantizan que habrá producto de los baratos, dentro del mismo plan Precios Cuidados. Por fuera, dejan trascender que lo primordial es acordar un valor “racional”.
Las alimenticias son, sin embargo, las que más apoyan, aun en la queja. En pos de la estabilidad política y la paz social, definieron acompañar al Gobierno que les vendió la libre competencia y hoy les pide que se sometan a un morenismo sin pistola. La mayoría, de hecho, tiene balances en rojo y parte de su producción parada, sin hablar de la caída en las ventas. Pero Arcor está trabajando para garantizar conservas, Molinos, pasta seca y harinas y las aceiteras, algunas variantes acomodables a precios bajos. Todas esas firmas saben que “con esto no se controla la inflación, pero vamos a bancar igual”. “Si falta producto, nos complica la vida”, admiten en el Gobierno, donde conocen la teoría del shock populista pero no saben aún qué hacer, a quién acudir, si se desmadrase en la práctica.
Pagani, de Arcor. Su empresa bancará la iniciativa, más allá de la situación crítica y los balances en rojo.
Las comparaciones son odiosas, pero, a veces, útiles. A los CEOs hoy les queda más cómodo el plan reactivación de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal. El cuadro con más alta imagen dentro de la alianza gobernante “siente más el ser social, la necesidad”, cuentan. Los grandes supermercados empezaron a trabajar con el ministro de Producción, Javier Tizado, para clonar el plan Bala de Plata en terreno de la provincia. Vidal tiene menos complejos. No le asusta hablar de monopolios, de especulación con precios y de empresarios ventajeros. Impone planes de descuentos neo populistas y pondrá más dinero en la calle para el consumo, con el Banco Provincia como aliado central. En la Nación, Sica parece estar en esta misma línea, pero su figura está cada vez más erosionada y casi que se juega su continuidad en el éxito del paquete de estímulo.
Los empresarios le pidieron al Gobierno una sola cosa: que deje de jugar con lo gestual y asuma que, cambiado o no de nombre, el pedido es un congelamiento de algunos productos por seis meses. “Si empezamos teniéndole miedo al nombre, no me quiero imaginar qué pasaría si faltara leche”, bromeó un irónico CEO de una multinacional de derivados lácteos.