NUEVO CICLO

Liturgia de la democracia en vivo y en directo

La mediatización de la asunción presidencial de Alberto Fernández ya forma parte de la historia televisada y compartida a través de las múltiples plataformas mediáticas de actualidad.

Ciertamente, todo acto de asunción presidencial puede incluirse en el género de los acontecimientos mediáticos a través de los cuales un hecho histórico deviene un ritual transmitido en directo y por cadena nacional. He aquí un espectáculo político, en cierto sentido asimilable a otros eventos tales como las coronaciones, las bodas reales o los funerales de personalidades centrales para la vida cívica de una nación-Estado. Se trata, de hecho, de acontecimientos mediáticos ideados, negociados, celebrados y, por supuesto, analizados en pos de comprender la performatividad de la vida democrática actual. Su importancia es tal que interrumpe la rutina informativa a la que todos estamos habituados y nos vuelve a recordar que los medios tradicionales aún marcan el pulso de la democracia moderna.

 

El acto de asunción de Alberto Fernández duró casi un día entero y dejó un reguero de elementos significativos. En su transcurso, es posible distinguir diferentes estadios cuyo relato desmenuzar: partiendo de la salida de Fernández desde su residencia privada en Puerto Madero hasta el cierre de la fiesta popular en Plaza de Mayo, pasando por su primer discurso ante el Congreso, el arribo a la Casa Rosada, la recepción oficial de los contingentes extranjeros, la jura de los distintos ministros y, por supuesto, el mismísimo acto de traspaso de mando (entrega de banda presidencial y bastón mediante).

 

 

Los discursos de asunción de mando son, en el marco del discurso político, un tipo muy particular. El de Alberto, claramente, no escapó a esa peculiaridad. Puede decirse que lo expresado por Alberto en su mensaje inicial como primer mandatario responde, con escasas modificaciones, al estilo discursivo propio ya marcado en alocuciones previas. Pero la significancia no le viene dada solamente por las palabras sino, fundamentalmente, por la performatividad de ese acto: el juramento, el traspaso de los atributos presidenciales –banda y bastón–, el Congreso reunido en Asamblea, hacen a ese sujeto, Presidente de la Nación. Y en ese acto, que es transmitido por cadena nacional y, como tal, irrumpe en la grilla televisiva y radial, comienza a generarse una nueva comunidad de pertenencia, una nueva configuración identitaria donde los diversos actores políticos y sociales, los sectores de la economía privada y popular, los actores de la sociedad civil, etc., son interpelados y llamados a ocupar un espacio en el tejido social.

 

Una acotación, no tan al margen, sobre ese primer discurso, es que el mismo abre y concluye con alusiones a Raúl Alfonsín; "Hoy celebramos el momento en que la Argentina toda sepultó la más cruel de las dictaduras que hemos debido soportar. Ese día, hace treinta y seis años, Raúl Alfonsín asumía la Presidencia, nos abría una puerta hacia el respeto a la pluralidad de ideas y nos devolvía la institucionalidad que habíamos perdido", dice en un comienzo para, al final, afirmar: "Cuando mi mandato concluya, la democracia argentina estará cumpliendo 40 años de vigencia ininterrumpida. Ese día quisiera poder demostrar que Raúl Alfonsín tenía razón. Espero que entre todos podamos demostrar que con la democracia se cura, se educa y se come".

 

Podemos decir, además, que la precuela de esta historia comenzó en mayo, con lo que podría considerarse el movimiento de estrategia política más significativo de los últimos tiempos. En una situación inédita y tal como mencionábamos en una nota anterior, quien se postulaba como vicepresidenta elegía, al mismo tiempo, a su compañero de fórmula. En el cierre del día en Plaza de Mayo, Cristina Kirchner se dirigió a esa multitud fervorosa que esperaba por las palabras de sus nuevos mandatarios. Estableció contacto con el público, se asumió, como suele hacerlo, perseguida política y mediáticamente, al tiempo que dio paso a las palabras de su compañero mediante una recomendación: “No se preocupe Presidente por las tapas de un diario, preocúpese por llegar al corazón de los argentinos y ellos siempre van a estar con usted. Nunca lo olvide”. Tal vez, la frase que mejor resume el desempeño de la actual vicepresidenta a lo largo del día es aquella en la cual manifestó: “no soy hipócrita, digo lo que pienso y hago lo que siento”. Los gestos, las muecas y todo el aparato no verbal de Cristina (eso que algunos adoran mientras otros odian) son prueba de ello.

 

 

 

Como recordó el mismo Fernández al comienzo de su discurso de investidura, cada 10 de diciembre es, para la historia argentina, un día de significativa importancia; y cuando el día los Derechos Humanos coincide con la asunción de un nuevo mandatario, la significación es doble. El acontecimiento mediático de la asunción presidencial puede, por cierto, concebirse como un extenso discurso audiovisual cuya duración es casi la de un día completo; un enunciado con principio y fin, clausurado por la alocución del flamante Presidente ante una Plaza de Mayo que estaba de fiesta. Una fiesta sin vallas que, por cierto, remite fácilmente a los grandes actos masivos organizados por el kirchnerismo, tanto desde la disposición del escenario, hasta la selección musical o la participación de las bandas y artistas.

 

En ese epílogo, y tras las palabras de Cristina, Fernández fue más declamativo que ante el Congreso, no sólo en lo que dijo, sino también en sus gestos, en su ímpetu y en el tono de su voz. Fue, precisamente, en ese momento que el ungido líder terminó gritando en clara arenga eufórica: ¡pero esta noche volvimos y vamos a hacer mujeres! (corrigiéndose rápidamente, “mejores”). Mientras tanto, el pogo de los Redonditos comenzaba a sonar cada vez más fuerte, volaban los papelitos picados y estallaban los fuegos de artificio.

 

 

 

 

Omar Perotti, el gran apuntado por la debacle del peronismo en Santa Fe.
Victoria Villarruel y Javier Milei

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