-Treinta y cinco años después, ¿cuáles son los principales activos y las principales deudas de la democracia argentina?
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-Treinta y cinco años después, ¿cuáles son los principales activos y las principales deudas de la democracia argentina?
-El activo es político y el pasivo, económico. Políticamente, los argentinos aprendimos a elegir y a liberarnos de nuestros gobernantes sin derramamiento de sangre. En eso superamos a México y a Brasil, pero también a los Estados Unidos, en cuya historia fueron asesinados cuatro presidentes. Económicamente, la democracia sigue siendo tan incompetente como las dictaduras. La lección que llega desde otros países es que la incompetencia se supera con la práctica, no con el golpe.
-Parafraseando aquel libro de Ernesto Tenembaum sobre el kirchnerismo, pero esta vez en clave PRO, ¿qué les pasó?
-El PRO es sociológicamente radical (en lo que hace a su electorado) y políticamente peronista (en lo que respecta a la vocación de poder). Quisimos creer que su novedad residía en la capacidad de gestión, pero resultó ser una mezcla de la tradicional incompetencia radical y peronista. En síntesis, es un partido argentino.
-¿Cuáles son los distintos escenarios electorales que visualiza para 2019? ¿Qué salidas políticas piensa que tiene el Gobierno para recomponer su relación con la sociedad argentina en general?
-Hay tres opciones: interrupción de mandato, finalización del mandato y reelección. Nada es inexorable, pero el primer escenario es el más improbable. Cuál de los otros dos se concretará depende en parte del contexto económico internacional y en parte de la capacidad del Gobierno para minimizar sus errores. La oposición, por ahora, es irrelevante, porque sólo la unidad del peronismo alteraría el escenario y está fuera del radar.
-¿Qué pasaría si fracasara Cambiemos? ¿Hay un 2001 posible en el horizonte? ¿Puede ser Brasil un espejo de la Argentina?
-El éxito o el fracaso de Cambiemos no se mide en términos económicos sino políticos y tiene un indicador muy simple: que Macri termine el mandato. Si lo lograse, habría cerrado un ciclo de inestabilidad que se inició en 1930 y durante el cual ningún presidente que no fuera militar o peronista consiguió cumplir un periodo constitucional. La gran diferencia entre Brasil y Argentina no es política sino social: su tasa de homicidios quintuplica la nuestra. El riesgo de Argentina es que Rosario, no Brasil, anticipe su futuro.
-¿Cómo definiría el cambio que se está produciendo en el mundo? ¿Cuáles son los elementos centrales de ese nuevo mundo -y de la nueva América Latina- que todo presidente debería tener en cuenta?
-El mundo que tenemos en la cabeza es occidental: blanco, próspero, europeo y con Estados Unidos como potencia hegemónica. El mundo que viene es post-occidental, asiático, económicamente heterogéneo y con China como potencia marcante. Mientras tanto, la transición: China es nuestro mercado y Estados Unidos, nuestro financista. La región cobra importancia por los males que contagia (narcotráfico, contrabando, desastres humanitarios) más que por los bienes que promueve (comercio e inversiones) y, por lo tanto, la cooperación latinoamericana se torna defensiva y la integración pierde sentido.
-Como oriundo de Olavarría, ¿cómo está viendo la política bonaerense? ¿Qué balance haría del vidalismo como fenómeno político?
-Buenos Aires es una provincia sin centro político. Está dividida en cuatro territorios diferenciados: el sur del conurbano, en el que predomina el peronismo de los sectores informales; el norte del conurbano, con los peronistas que representan a los sectores formales; el interior, antiperonista, y La Plata, el cáncer que concentra lo peor de la política y la administración sin ninguna de sus virtudes. María Eugenia Vidal aprendió a flotar en ese marasmo, pero no a resolverlo. De los tres déficits catastróficos de la provincia -educación, seguridad e infraestructura- sólo tuvo un plan para el tercero y con la crisis económica se interrumpió. En síntesis, o divide la provincia o será flor de un día, como los otrora todopoderosos (Antonio) Cafiero, (Eduardo) Duhalde y (Daniel) Scioli.
-En su libro habla de la frontera que existe entre el analista político y el asesor o político propiamente dicho. ¿No piensa que esa frontera se ha flexibilizado en los últimos años?
-El analista piensa, el político hace. Ésas son sus funciones específicas, aunque los primeros puedan comprometerse con una política pública y los segundos, con toda probabilidad, también piensen. Pero los politólogos no son necesariamente buenos políticos, porque el instinto y el olfato no se aprenden en la facultad. Del mismo modo, los políticos no son necesariamente grandes analistas, porque su vocación es cambiar el mundo, no entenderlo. No, no creo que Durán Barba pueda ser un buen político o Macri un buen analista: la diferenciación y complementariedad siguen siendo la clave.