Sepa el Senado votar

El día 14 de junio de 2018 quedará fijado como un día histórico. El día en el que la Cámara de Diputados de la República Argentina votó, por una muy ajustada mayoría, la ley de aborto seguro, legal y gratuito. El día en el que el Parlamento despertó inusitadas expectativas por el enigma que encerraba el resultado final. El día en el que la deliberación política regresó al ámbito que nunca debió haber abandonado. El día en el que la opinión pública dividida se expresó en las calles exhibiendo un espíritu de tolerancia que nos reconcilia con el ejercicio cotidiano de la democracia.

 

Será también un día histórico por las paradojas que develó el funcionamiento del sistema representativo. Hace un largo rato que asistimos a profundas transformaciones de la representación política a escala planetaria y nuestro país no es la excepción. Se dice que hemos pasado de la democracia de partidos a la democracia de lo público o democracia de audiencia; que hemos retornado a una personalización de la política que nos recuerda a los gobiernos de notables del siglo XIX, pero reciclada en un molde posmoderno en el que los medios de comunicación, las redes y las encuestas ocupan un lugar central; que ya no hay plataformas ni promesas partidarias, sino líderes que ensayan principios de diferenciación política frente a un electorado no encuadrado.

 

Todo esto es cierto. Pero también lo es que los diputados tampoco aparecen encuadrados en los antiguos mandatos imperativos ni en los mandatos partidarios. Al menos así se reveló en este debate, para bien y para mal. Para bien, porque ese des-encuadramiento permitió la media sanción. En este punto, la paradoja más visible es que, luego de dos mandatos presidenciales ejercidos por una mujer que proclamó encarnar el progresismo de izquierda y que mantuvo mayoría en ambas cámaras, no se haya habilitado el debate por la despenalización del aborto y que lo haya hecho un gobierno de centro-derecha presidido por un varón que se declaró contrario al proyecto de ley.

 

 

 

Para mal, porque hemos asistido a situaciones impensables. El mono-bloque formado a último momento por el diputado Luis Contigiani, representante del Partido Socialista de Santa Fe, también será recordado como un día “tristemente” histórico. Negarse a apoyar lo que ha sido un punto central de la plataforma partidaria socialista y negarse a renunciar a su banca para emitir un voto contrario a la ley implica impugnar la reconocida trayectoria en salud pública del partido que representa y desconocer que está allí, en el recinto, para respetar las expectativas de todos los que lo hemos votado en esta oportunidad y que venimos votando al socialismo a lo largo de estos años.

 

No importan aquí los argumentos personales ni los cálculos políticos. Importa que, una vez habilitado el debate, gran parte de la sociedad argentina y de la clase política, que había mantenido hasta ahora un prudente silencio, salió repentinamente del closet para deliberar y argumentar sobre el asunto.

 

No importa que en algunos tramos de esa deliberación se haya banalizado el tema por parte de actores que encontraron un buen escenario para decir lo que ahora resulta más fácil decir, montándose de manera oportunista a una lucha de décadas de los movimientos feministas y de grupos militantes a favor del aborto legal. No importa que quienes se oponen a la despenalización consideren que se acaba de pasar una frontera para ellos inadmisible. No importa todo eso, porque se está legislando sobre la libre elección de un derecho y no sobre la obligación de un acto. Se está legislando sobre un asunto de SALUD PÚBLICA que no admite hipocresías.

 

Ya no hay retorno sobre lo que la deliberación abrió y habilitó, más allá de las banderas partidarias, políticas e ideológicas. El proyecto pasa ahora al Senado. La calle está coloreada de verde con el pañuelazo. Esperamos que haya otro día histórico como éste con la ley ya promulgada. Esperamos, en definitiva, que sepa el Senado votar.

 

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