A lo San Martín (como buen argentino), Francisco también tuvo mejor recepción en Perú que en Chile. Una multitudinaria misa en Lima – se contaron 1.3 M de personas – cerró la gira papal por Chile y Perú. El viaje sirvió para reafirmar la prédica del argentino contra las peores consecuencias de la globalización. Por su rol, es la voz crítica más importante en el mundo contra el individualismo, el consumismo y las guerras. Sus adversarios lo golpean con los “pecados” de la Iglesia, su rol durante la dictadura militar en Argentina y sus gestos hacia político pro-mercado. Llevado a la balanza, parece poco y antiguo, frente a la magnitud de las batallas que da.
Habría que revisar en los archivos, probablemente los tiempos finales del menemismo para encontrar crónicas periodísticas de domingo donde Ricardo Roa y Horacio Verbitsky coincidieran en cuestionar a un enemigo en común. El “mérito” lo tuvo el Papa Francisco, quien tuvo una cobertura hostil de su viaje sudamericano de gran parte de la prensa argentina, al punto tal que motivó un inusual comunicado del Episcopado argentino cuestionando la misma.
En teoría, la duda que desvela a los argentinos es porqué el Papa no viene a su país. Los periodistas afines al Gobierno creen que es por las diferencias conceptuales que tiene con el presidente Mauricio Macri y masificando un mensaje crítico, potencian el rechazo que ya de por sí genera Francisco en sectores de la clase media católica, afines a Cambiemos. Le cuestionan entonces que no haya recibido en privado al presidente electo de Chile, Sebastian Piñera, le “pegan” con los casos de pedofilia destapados en los últimos años en el seno de la Iglesia y, sobre todo, le reprochan su afinidad ideológica con el peronismo y su vínculo personal con dirigentes de ese partido o afines.
Del otro lado la grieta, el principal vocero del progresismo argentino, Verbitsky desempolvó una vez más, la acusación de los curas villeros Francisco Jalics y Orlando Yorio contra el titular de la Compañía de Jesús durante la última dictadura militar, Jorge Bergoglio, de que los entregó a los grupos de tareas que los secuestraron y torturaron por sus presuntos contactos con la guerrilla. El “Perro” reconoce a sus lectores que Francisco comparte sus apreciaciones para con el gobierno de Macri, pero recupera el viejo discurso marxista de que la Iglesia defiende a los pobres solo para arrancarlos de los brazos de la izquierda.
Francisco, por su parte, se lleva un sabor agridulce de su gira. En Chile la recepción fue dispar y la cuestión mapuche y el caso del obispo Juan Barros, acusado de proteger al cura pedófilo Fernando Karadima, opacaron su recorrida y probablemente influyeron – al igual que su condición de argentino - en una despedida con poca afluencia popular en Iquique que los medios del grupo Clarín y el propio Verbitsky se encargaron de difundir con una muy gráfica fotografía aérea.
Pero en Perú el escenario fue completamente dispar. Multitudes lo acompañaron en cada uno de sus actos y se permitió criticar el que hoy es el principal punto de la agenda política peruana: la corrupción que afecta a todos sus ex presidentes vivos y al actual, Pedro Pablo Kuscynzki. No faltó para el final el gesto polémico cuando el mandatario – otro referente de las políticas pro-mercado en la región como Piñera o Macri- quiso besarle el anillo y se tuvo que conformar con un apretón de manos.
Pero más allá de esta mención puntual a un tema local. Después Francisco insistió con lo de siempre. Apelando a un lenguaje coloquial – que Verbistsky desprecia llamándolo de vendedor de baratijas – buscó la complicidad de los jóvenes para confrontar con lo que él llama la cultura del descarte. Apelando al encuentro cara a cara sin intermediación tecnológica, al reconocimiento a la sabiduría de los ancianos, al cuidado de la naturaleza, a la crítica al capitalismo deshumanizado e incluso incorporó un concepto nuevo a su vocabulario, haciendo mención a los femicidios, aunque extendió el repudio a todo tipo de violencia.
Nadie sabe con certeza por qué Francisco no viene a la Argentina y puede inferirse que, también a lo San Martín, los enfrentamientos en su patria lo ahuyentan. Pero el Papa está obligado por el lugar que ocupa a pensar su papado de manera global. Su poca afinidad con Macri, tanto como su supuesta afinidad con Cristina Fernández de Kirchner, no es una cuestión de gustos personales sino del rol que ocupa cada uno en el tablero del mundo.
Como hemos analizado en anteriores oportunidades, CFK se enfrentó, de manera torpe tal vez, con poderes globales que son los mismos que confrontan con el Papa y la Iglesia y Macri es la expresión local de esos poderes. No se opone a la reforma laboral del Gobierno, se opone a la precarización laboral que crece en el mundo. No está en contra de la reforma jubilatoria del Gobierno, está en contra del creciente desprecio conceptual en Occidente contra los ancianos. No está a favor de los gobiernos de Cuba, Venezuela o Palestina, sino que busca que solucionen a través del diálogo sus conflictos internos y externos.
Que esto lo ponga coyunturalmente en una agenda similar a al del kirchnerismo no lo vuelve un Papa K o populista. Su agenda, con matices, es la misma que sostenía Juan Pablo II o Benedicto XVI solo que caído el comunismo, se potencia la mirada crítica contra otro proyecto materialista y ateo: el capitalismo globalizante, que busca un mundo uniforme no solo en lo económico -que ya lo logró – sino también en lo cultural y encuentra en la religión, probablemente el último obstáculo para lograrlo.