El Gobierno tuvo que hacerse cargo de una bomba de tiempo. El peronismo viene gobernando hace casi tres décadas sin dar solución a los problemas. Hablan en nombre de los pobres, se robaron todo y no hicieron más que generar pobreza. El que no se esfuerza para salir del pozo no merece nada del Estado. Al Gobierno hay que darle tiempo. El peronismo no te deja gobernar.
Conclusiones de ese tipo primaron este domingo en todo el país a la hora de ir a las urnas. Argumentos que parecían representar o representaron a un sector minoritario de la población durante los 12 años del kirchnerismo en el poder hoy convencen a la primera minoría, la nueva mayoría que alumbra Cambiemos. Contra lo que muchos suponían y más allá incluso del rol decisivo de María Eugenia Vidal, el discurso de la pesada herencia y del gobierno que conduce Mauricio Macri casi como víctima de una emboscada -tendida desde las distintas variantes del peronismo- encarnó en millones de argentinos.
Ya en 2015, un proyecto de cuna empresaria conducido por un ingeniero que nació tarde a la política había obrado el milagro de ganarle al PJ en todo el país y sobre todo en la provincia de Buenos Aires, la más inexpugnable de sus fortalezas.
Casi dos años después, lo que parecía una anomalía producto del hartazgo ante la soberbia del cristinismo en el poder combinada con un candidato piantavotos se confirmó como un proceso de raíces sólidas con más futuro del que se suponía. Si en octubre se ratifican los resultados de las PASO, si como dijo encantado el Presidente “esto no fue un veranito de una elección”, entonces Argentina estará ante la novedad política más importante desde el regreso de la democracia y quizás más.
El primer gobierno de derecha que no necesita ni una identidad prestada para ser mayoría en las urnas ni apelar a los golpes de Estado, como sucedió durante todo el siglo XX, avanza ganando elecciones. Tal como recomendaba el manual de Jaime Durán Barba, la mejor de las pócimas para aniquilar al “populismo” es derrotarlo en las urnas, no perseguirlo judicialmente, como intentan el círculo rojo, Comodoro Py, una parte del Gobierno y gran parte del periodismo.
Cambiemos se impuso a nivel nacional pese a que no sólo no resolvió la mayor parte de los problemas de la economía kirchnerista, sino que en -muchos casos- los agravó. La caída del consumo, la destrucción de puestos de trabajo, la persistencia de la inflación -que baja pero sigue alta-, la reactivación acotada a sectores específicos, el endeudamiento que pagarán los hijos de Antonia… nada de eso es responsabilidad del gobierno de Cambiemos. Al menos, así lo piensa la mayor parte de los habitantes de la Capital, Córdoba, Mendoza y una franja amplia en Santa Fe y la provincia de Buenos Aires, donde –se supone- más duro pega el ajuste deforme que ensaya el oficialismo. Todo es producto de un pasado que para algunos duró 12 años y para otros casi 30, los que gobernó el peronismo en el país y también en el territorio madre de todas las batallas. Frente a eso, dicen los votantes de Cambiemos, 19 meses es nada.
Por segunda vez, se apostó en las urnas por un “capitalismo en serio”, un darwinismo económico donde el Estado deje de salir en auxilio de los que se caen del mapa para decretar lo inviable de su existencia. No deja de ser una novedad, si se tiene en cuenta que ahora Macri es presidente y fue su gestión la que se sometió a elecciones. Pero quizás más importante y profundo, es la cuarta vez en las últimas cinco elecciones que el peronismo kirchnerista sale mal parado en las urnas ante verdugos a priori insospechados: Francisco De Narváez, Sergio Massa, María Eugenia Vidal y –si se confirma el escrutinio provisorio- Esteban Bullrich. Pese a gobernar en 68 municipios, el macrismo y sus aliados ganaron –tal como esperaban- en 101.
Con el peronismo dividido en tres o cuatro retazos y sin dirigentes a la vista con vocación de moldear una unidad que permita disputar el poder con Cambiemos en 2019, la victoria del Gobierno está en haber recluido a Cristina Fernández de Kirchner en la provincia de Vidal: haberla llevado a pelear una contienda de la que no le será fácil salir airosa, con votos que hoy rondan el 20 por ciento a nivel nacional. Para la lectura oficial, la ex presidenta es un fenómeno acotado a menos de 20 municipios, los más populosos. La contracara, base de la legitimidad del oficialismo, es el hartazgo de un sector mayoritario de la población con la expresión más vital que dio el PJ desde 2001. La provincia ya no es la misma, el conurbano ya no es un mundo incompatible con el de la Capital Federal y el peronismo ya no es el único que puede gobernar, sino que –para esta nueva mayoría- es el que peor puede gobernar.