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Volvió Correa a Ecuador para quitarle a Moreno el control del partido

La pelea entre Moreno y Correa parece ya no tener retorno. El presidente busca, a través de un plebiscito, impedir una nueva postulación de su antecesor, que quiere enfrentarlo en las urnas.

Con el escenario de un plebiscito sin fecha definida que podría impedirle volver a postularse a la presidencia de su país, Rafael Correa  anticipó su retorno a Ecuador. Su vuelta –en la madrugada del domingo- es el paso previo inmediato a la separación formal del oficialismo ecuatoriano, un espacio que en la práctica está dividido hace tiempo y donde la pelea por la división de bienes promete ser feroz.

 

El pasado 2 de abril, Lenin Moreno, candidato de la oficialista Alianza País, le ganaba el ballotage al opositor Guillermo Lasso y festejaba con Correa en el escenario. Con débiles denuncias de fraude, la oposición se resignaba a la continuidad de la llamada “Revolución Ciudadana” y refunfuñaba en voz más o menos alta contra la presunta “debilidad” de Moreno que sería –a su juicio– un títere de Correa y del vicepresidente Jorge Glass. Correa, por su parte, prometía irse a Europa por un tiempo largo “para descansar de Ecuador y que Ecuador descanse de mí” después de 10 intensos años de gobierno.

 

Menos de ocho meses después, Glass está corrido de su cargo y detenido acusado de corrupción en la trama de la empresa brasileña Odebrecht, Moreno está aliado con los adversarios históricos de Correa en el Parlamento y en el mundo del poder económico y promueve un plebiscito que, entre otros puntos, propone impedir constitucionalmente de por vida que un ex presidente vuelva a ejercer ese cargo y finalmente Correa está de vuelta en Ecuador para formalizar, en una convención partidaria, la ruptura con su ex vicepresidente y apadrinado candidato, a quien acusa sin pruritos de ser un “traidor” y un “impostor” y de juntarse con “lo peor de la política ecuatoriana”.

 

 

Fuera de micrófono, voceros del correísmo confiaban a Letra P que Correa prestó y presta mucha atención al derrotero de Cristina Fernández de Kirchner una vez fuera del poder y creen que fue un error de la ex presidenta argentina no recorrer el país mucho antes de la campaña electoral para “marcar territorio” y, en cambio, “encerrarse” en el conurbano bonaerense. En ese sentido, aseguran que Correa vuelve para medir fuerzas y tomar posición de cara al plebiscito en el convencimiento de que hay más que casualidad en los destinos de Lula da Silva, CFK y él mismo tras sus salidas del poder.

 

Estos voceros hablan de que la alianza del gobierno ecuatoriano con los grandes medios de comunicación –con ramificaciones a otras áreas económicas- fomenta una campaña de desprestigio contra Correa y un “fraude moral” que es insuficiente, según creen, combatir desde las redes sociales. “Por eso necesitamos a Rafael en el territorio, porque, aunque no tiene el poder, sigue teniendo los votos”, argumentan, sostenidos en encuestas que le marcan todavía un fuerte respaldo al ex mandatario.  

 

El 3 de diciembre se reúne la Convención del partido Alianza País. Hay por supuesta una pelea legal que acompaña la pelea política y habrá previsiblemente dos reuniones: una presidida por el ex presidente y otra por el actual, además de disputas por el nombre y la legalidad del partido. Pero detrás de esa escena hay una batalla de fondo entre los morenistas y los correístas.

 

¿Diferencias ideológicas? ¿Solo cuestiones de poder? ¿Mitad y mitad?

 

 

 

Según coinciden varios analistas, no hay hasta ahora fuertes diferencias ideológicas visibles. Más allá del enfrentamiento retórico y del cambio de alianzas en el juego del poder, Moreno no ha girado hacía políticas pro mercado como sí lo han hecho Argentina y Brasil e incluso mantiene asilado nada menos que a Julian Assange en la embajada en Londres y solamente le dio una advertencia por su intromisión en el conflicto de Cataluña.

 

En esa línea, Joselo Andrade, miembro del Directorio del Instituto Ecuatoriano de Economía Política y dirigente del opositor Movimiento CREO, las peleas entre Moreno y Correa son una cuestión de formas y no de fondo. “Es una pelea por el poder, pero no se trata de que el actual presidente se haya vuelto de derecha, como insinúan los seguidores de Correa, sino que uno intenta que el otro no vuelva al poder. Ha habido un cambio de forma, pero no de fondo. La propuesta económica del gobierno sigue siendo la misma y hay mucho ruido, mucha novela, pero poco cambio”.

 

Detrás está, como siempre, la histórica primarización de las economías latinoamericanas y sus vaivenes políticos atados a esa coyuntura. Con el precio del petróleo alto, Correa llevó adelante políticas de modernización y acceso al consumo que le granjearon mucha popularidad y le dieron a este pequeño país una estabilidad política inédita en su historia.

 

Pero, cuando llegó la época de vacas flacas con la baja del precio del petróleo, Correa acudió al endeudamiento y contratos de venta a largo plazo con China y ahí la popularidad empezó a mermar, llevándolo incluso a desechar una nueva reelección que legalmente tenía permitida.

 

 

 

En ese contexto asume Moreno y rápidamente acusa a Correa de derroche y de haberle dejado un país sumamente quebrado, con un déficit fiscal cercano al 5% del PIB. Anuncia entonces la reestructuración de los contratos petroleros -con el argumento de generar divisas en un país dolarizado que lógicamente no emite moneda- y un proyecto económico urgente para recaudar 1.600 millones de dólares con nuevos impuestos al sector privado, sin afectar "a los más pobres". En paralelo, su gobierno aumenta el endeudamiento, al colocar bonos por valor de 4.500 millones de dólares.

 

De esta manera, Moreno evita o, al menos, posterga el ajuste económico que promovía su rival, el banquero Lasso. "En lo político ha cambiado, pero en lo económico sigue con el mismo rumbo de Correa. Sigue comprando tiempo con más deuda", explica el economista pro mercado Alberto Acosta-Burneo, quien cree que, "en algún momento, Moreno tendrá que hacer un ajuste más fuerte y ahí le vendrán los problemas con sectores que hasta ahora le han apoyado".

 

Es certero pensar, entonces, que Moreno entendió que, si no rompía con Correa, su mandato iba a ser una simple transición entre dos presidencias correístas y apostó a distanciarse de su antiguo jefe empujándolo al lodo de Odebretch y mostrándose dialoguista, característica que se contrapone con la del irascible Correa, a quien su carácter fuerte le ayudó en la salida de la crisis de fin de siglo, cuando gran parte del país reclamaba liderazgo de ese perfil, pero se le transformó en un disvalor al final de su mandato.

 

 

 

 

 

 

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