A sus 39 años, el jefe de Gabinete de la Nación, Marcos Peña, ya no puede darse un gusto que disfrutó durante años: caminar tranquilo por Buenos Aires, junto a su esposa, la comunicóloga Luciana Mantero. Hace un año, cuando asumió el cargo de ministro coordinador del presidente Mauricio Macri, no dejó de hacerlo. En enero se lo podía ver caminar por la peatonal Florida junto a su secretario de Comunicación Pública, Jorge Grecco, en una demostración de que el testeo callejero era tan favorable para él como para su Gobierno. Sin embargo, las caminatas comenzaron a transformarse en un problema de seguridad para el joven ministro desde que el ajuste, la recesión, la inflación y la ola de despidos marcaron los primeros meses de su gestión. En la actualidad, el joven ministro que Macri alguna vez definió como "el pensamiento estratégico más importante de la política porteña", ahora pasa sus días tan custodiado como el resto de sus colegas del Gabinete. No sólo por el rigor de la seguridad presidencial, sino porque los humores que desatan en la gente de a pie ya no son los mismos. Tanto se les complica el contacto con "la gente", cuentan en la Rosada, que el propio Peña tuvo que dejar de hacer sus salidas de incógnito porque más de una vez cosechó insultos y caras largas en lugar de los besos y los abrazos que muestra la comunicación presidencial alrededor de cada ministro.
A un año de haber asumido la coordinación de un gabinete con una veintena de ministros, Peña padece una de las dificultades que el gurú ecuatoriano y asesor "externo" Jaime Durán Barba siempre les recomendó evitar: el encerramiento del poder, esa imposibilidad que le pasa a los políticos cuando quedan a merced de sus custodias, autos oficiales y de una rutina rígidamente determinada por los barrotes de cristal de la Casa Rosada. El problema, cuentan cerca del jefe de Gabinete, es una materia de constante superación para Peña, que intenta que la falta de contacto con la calle obture su necesidad constante de medir, por medio de costosas encuestas, el humor social, la intención de voto, la imagen de sus ministros y, especialmente, la de su principal jefe y defensor de todos los cuestionamientos internos: el presidente Macri.
Hijo del abogado y especialista en relaciones económicas internacionales Félix Peña y de la catequista Clara Braun Cantilo, el joven Marcos tiene un vínculo de abolengo por parte de madre: su abuelo es el poderoso millonario Eduardo Braun Menéndez y su tatarabuelo es Mauricio Braun. De ese vínculo familiar salió su primo Miguel Braun, que ahora ocupa la Secretaría de Comercio de la Nación, aunque entre sus funciones está negociar con la cadena de supermercados La Anónima, perteneciente a su abuelo. La presunta incompatibilidad nunca incomodó a Peña, que ya sumó varias horas de televisión defendiendo a la veintena de familiares que fueron contratados por los ministros del Gabinete que coordina.
Dentro de sus oficinas funciona un pequeño gabinete paralelo que busca coordinar a todos los ministerios y que responde directamente a Peña y a Macri. Sus dos principales ejecutores son Gustavo Lopetegui, ex CEO de LAN, y Mario Quintana, propietario del Grupo Pegasus. Desde que juró Peña, ambos ocupan las secretarías de Coordinación de Políticas Públicas y de Cordinación Interministerial. Los dos, tanto como Peña, reciben una decena de llamados presidenciales por día, un poco menos de los que atiende Fulvio Pompeo, que también funciona debajo de la jefatura de Peña, pero como secretario de Asuntos Estratégicos, un área que en los papeles reporta al Presidente para temas de política exterior, pero que realmente está dedicada a monitorear la Cancillería en manos de Susana Malcorra, la ex funcionaria de la ONU y ex CEO Telecom que conoció personalmente a Macri poco antes de asumir. La cuarta pieza de esa mesa es Grecco, otrora compañero de caminatas de Peña, que tiene en sus manos la pauta oficial y el control de toda la comunicación del Gobierno.
Alrededor de ese elenco se libran algunas de las internas más feroces del Gabinete de Cambiemos, especialmente entre los que se adjudican formar parte del "ala política" del Gobierno, y los "peñistas", como Lopetegui y Quintana, que son los que lidian con casi todos los ministros. En el caso del ex Pegasus, su misión es la coordinación del Gabinete Económico y, en las sombras, el contendor de las duras peleas que protagonizan los ministros que forman parte de la otra mesa que inventó el macrismo para suplantar a los ex ministerios de Economía y Planificación Federal en seis carteras. El nuevo armado, donde están los ministerios de Hacienda, Producción, Trabajo, Transporte, Producción y de Interior y Obras Públicas, tiene dos patas: el Banco Central, en manos de Federico Sturzzenegger, y la AFIP, conducida por el restituido ex funcionario del kirchnerismo, Alberto Abad. Cada uno de ellos es firmemente controlado por Peña, y el peso de esa coordinación desata furias internas, especialmente por las consecuencias de la política económica que impulsa esa alquimia administrativa diseñada por "Marquitos", con anunencia del Presidente.
Los orígenes que alguna vez formaron parte de su bajo perfil ya son parte de la joven arqueología del macrismo. A los 24 años conoció al actual presidente, convocado por el primer jefe de campaña de Macri, Juan Pablo Schiavi, que luego sería el tristemente célebre secretario de Transporte de Cristina durante la tragedia de Once. Poco antes, había conocido a Gabriela Michetti, que venía de trabajar para su padre Félix en la Organización Mundial del Comercio. Gracias a Peña, la actual vicepresidenta de la Nación conoció al entonces ex titular de Boca Juniors, que luego de 2001 había armado la Fundación Creer y Crecer para organizar sus "equipos técnicos" para el diseño in - vitro de su estrategia de campaña permanente. El primer paso fue lograr la jefatura de Gobierno porteña, que obtuvo en diciembre de 2007, luego de capitalizar el deterioro de la gestión de su antecesor Aníbal Ibarra, que fue removido del cargo luego del incendio del boliche República Cromañón, donde murieron 194 jóvenes un día antes del final del 2004. La asunción de Jorge Telerman para finalizar el segundo mandato de Ibarra fue la primera avanzada del entonces partido Compromiso para el Cambio antes de la llegada de Macri al ejecutivo porteño.
Peña ocupa cargos públicos ejecutivos determinantes al lado de Macri desde el 10 de diciembre de 2007, cuando el flamante alcalde y empresario recibió el bastón de mando que Telerman le había mandado a tallar. Desde entonces ha formado de la mayoría de las mesas chicas que coordina Macri para administrar el poder acumulado en un desempeño electoral cuya conducción algunos le reconocen, y también le achacan, a Peña, el actual hombre fuerte del Gobierno de Macri que dentro de cuatro meses cumplirá 40 años. Los últimos 18 los pasó junto al actual Presidente y con ese respaldo enfrenta los crecientes cuestionamientos que surgen en el elenco de Cambiemos, como el tironeo que comparte con el presidente de la Cámara de Diputados Emilio Monzó, principal impulsor de un acuerdo con sectores del peronismo que Peña resiste con la misma fe con la que que sostiene a Durán Barba para argumentar la importancia de las mediciones permanentes, el trabajo en las redes sociales y el diseño de un discurso público donde su fuerza política sigue autodefiniéndose como "lo nuevo", ante la "vieja política".
Con esa hoja de ruta, Peña acaba de cumplir su primer año como el ministro más importante del Presidente y uno de sus principales confidentes que, según dicen sus colaboradores, "siempre hará y dirá lo que acuerde con Mauricio. Es muy difícil suponer que alguna vez deje la jefatura de Gabinete, salvo que Mauricio lo destine a otra función mejor o más necesaria". Dicen cerca del superministro que, a pesar de las críticas en su contra, que provienen muchas veces de sus colegas del Gabinete, "Marcos sigue siendo el primus interpares que eligió el Presidente". Para Macri es una garantía, aunque Peña ya sabe que la calle ahora no piensa lo mismo.