Cuando aún perdura el eco de las PASO, los analistas y encuestadores comienzan a tejer ese vasto entramado de datos e hipótesis al que se denominada “escenario electoral” y que —entre otros factores— incluye datos sobre intención, composición y migración del voto; así como interpretaciones, sentencias y predicciones acerca de lo que ocurrirá.
Mientras que en la provincia de Buenos Aires miles de vecinos asistían impotentes al infierno del agua que arrasa bienes e historias, los tiempos de la política continuaban sin pausa. Ayer mismo se conocieron los primeros datos sobre la intención de voto en octubre. Sin embargo, ni siquiera fue necesario disponer de esos números, ya que desde la misma larga noche del domingo 9 de agosto la usina de conjeturas y especulaciones operó a ritmo febril tratando de descifrar qué podrían hacer o dejar de hacer quienes votaron a tal o cual candidato.
Tal ansiedad orientada a despejar la incertidumbre sobre quién será el próximo presidente, termina avivando una obsesión especulativa traducida en un ejercicio tan desenfrenado de la conjetura, que se asemeja más a la adivinanza que al cálculo racional basado en evidencias.
1. ¡Y dale con la polarización!
En ese marco, el ala más especulativa (o acaso más tendenciosa) del análisis político, con gran velocidad de reflejos, volvió a desempolvar nuevamente el fantasma de la polarización. Lejos de rendirse a la evidencia fáctica de las PASO (donde la polarización quedó claramente desmentida) la versión remixada del inasible fenómeno vuelve a sentenciar que, ahora sí, el escenario se encamina hacia la consumación de esa profecía. Más allá de que exista o no una intencionalidad de fondo, lo cierto es que (¡otra vez sopa!) la resultante final de la cruzada vuelve a azuzar la misma dicotomía: “Ó Scioli ó Macri”. Volviendo, por ende, a expulsar a Sergio Massa de la contienda o, en el mejor de los casos, a relegarlo al rol secundario de árbitro entre dos potencias.
Tal nivel de insistencia refractario a los hechos me recordó aquel sketch del entrañable Mario Sapag donde parodiaba a César Luis Menotti. Transcribo al respecto la primera referencia que encontré en la red:
“Se estaba por disputar en nuestro país el campeonato mundial de futbol. El entonces D. T. de la selección, don César Luis Menotti, se encontraba armando el plantel que iba a representarnos. La insistencia de la prensa, pidiendo al defensor Vicente Alberto Pernía, ya lo tenía podrido. Evidentemente, los periodistas no entendían que NO significaba, precisamente, NO. Un hastiado Menotti, ante la centésima vez que escuchaba la misma pregunta, se despachó con su hoy clásico “¡Y dale con Pernía!”. Posiblemente, la respuesta de Menotti por sí misma no hubiera pegado mucho, pero Mario Sapag, el cómico argentino, decidió usarla para su caracterización del entrenador. En cada programa, el periodista que entrevistaba a Menotti-Sapag le proponía al técnico incluir al jugador en la selección, y el técnico desechaba la idea con su “¡Y dale con Pernía!”.
La frase se popularizó y, desde entonces, pasó utilizarse como expresión de hartazgo debido a la insistencia.
2. Sutiles, salvajes y desinteresadas presiones
Tal como ya ocurriera con la candidatura de Martín Lousteau en el ballotage porteño, la versión más salvaje de la cruzada polarizadora va en la dirección de “sugerir” que Massa debería sacrificarse en aras del bien republicano. Lo curioso es que esta vez no solo “el círculo rojo” y sus voceros fueron los encargados de tan noble tarea de “persuasión liberadora”, sino hasta la mismísima Beatriz Sarlo, quien en un acto de contundente pragmatismo se despachó con estas sentencias: "Si es cierto lo que Massa le propuso a Macri, sólo un torpe puede negarse a ello.
Se supone que Massa le propuso que él bajaba su candidatura y Macri la bajaba a Vidal (…) Si se mantuviera la propuesta en algún momento antes de octubre, es decir, que la fórmula presidencial fuera la de Macri y en provincia fuera la de Felipe Solá, a eso no le gana nadie. Solo la necedad de un candidato puede negarse a esa oferta” (SIC). Ciertamente, es justo agregar que tales aseveraciones aparecen precedidas por una condicional (i.e. “Si es cierto lo que Massa le propuso a Macri”); que Sarlo parte de la premisa de que —en rigor— no hubo tal polarización; que —fiel a su estilo— la escritora enuncia de modo directo y no por elevación (como sí suele hacer el mentado “Círculo rojo”), etc. pero lo cierto es que el efecto de pretendido esmerilado sobre la candidatura de Sergio Massa es exactamente el mismo. Y en esto una sagaz analista del discurso como Beatriz Sarlo no puede hacerse la distraída (y tampoco parece querer hacerlo)
A modo de síntesis sobre las sutiles, salvajes o desinteresadas presiones en pos de que un candidato resigne sus aspiraciones en aras de salvaguardar un bien mayor, cabe transcribir el final con que cerramos el artículo La salvaje presión del “círculo rojo” y sus voceros , que escribimos el pasado 5 de julio, a propósito de las presiones de las que fuera víctima Martín Lousteau:
“Aquel encuestador sin cifras recuerda algo que leyó siendo estudiante secundario. En su imperfecto recuerdo, Salvador María del Carril habría instigado al General Lavalle para que fusilara a Manuel Dorrego con el fin de salvar al país del flagelo de la disgregación. Pero el cénit que inviste de dramatismo aquella remembranza es la frase con que Juan María del Carril cerraba su presión a Lavalle “Este pueblo espera todo de usted y usted debe darle todo. Cartas como esta se rompen”. Los tiempos han cambiado. Por suerte, no hay fusilamientos (ciertamente, la diferencia entre el ayer y el hoy es inconmensurable). Pero tampoco vergüenza. Ahora las presiones se ventilan en forma pública y sin anestesia. Como si fuera virtud”
3. El voto volátil
Nuestra última encuesta sobre intención de voto, realizada el 13 de agosto, permite dar algún sustento empírico a favor de nuestra apreciación sobre el carácter arbitrario y prematuro asociado a las sentencias de escenarios electorales irreversibles. En efecto, tal como se muestra en el gráfico de abajo, uno de cada cuatro votos no tiene hoy la suficiente solidez como para abonar un análisis predictivo fundado. Ciertamente, ese voto puede tanto estar acá como allá.
La función “Recalculando” del GPS, parece una buena metáfora para describir este estado de situación. O, si se prefiere las clásicas, basta invocar refranes populares y camperos como “Barajar y dar de nuevo” o “Desensillar hasta que aclare”. Pero más allá de cuál sea la figura retórica preferida, lo cierto es que, al menos a nuestro juicio, a la hora de analizar el escenario electoral actual debiera primar más la cautela expectante que la ansiedad concluyente.
Recalcular, barajar, desensillar: tres metáforas para un mismo significado
Síntesis: Volatilidad Sí; Polarización No (Al menos por ahora)
El proceso del conocer supone atender a sus tiempos. Así, hay un momento reflexivo previo que requiere dejar que los hechos se acomoden a su propia lógica; del mismo modo en que hay un momento para la conjetura especulativa y otro para la predicción aseverativa. A nuestro juicio, el arte del análisis político debe propender a no confundir esos momentos. La ansiedad por despejar la incertidumbre no debería obnubilar la parsimonia del análisis. Ciertamente, la realidad es pródiga y todo puede suceder. Sería absurdo negar que, finalmente, pueda haber alguna polarización. Pero decretarla antes de tiempo es confundir la potencia con el acto. O el deseo con la realidad.
Seguramente, los encuestadores seguiremos realizando lo que sabemos hacer (tampoco se trata de tomar las cosas con dramatismo que no tienen). Pero, mientras se transite el momento en que las intenciones de los votantes se acoplan a la singularidad de la nueva campaña, conviene que los encuestadores vayan equipados de sus correspondientes GPS. Si es que no quieren que se los tilde luego de “timberos profesionales” que se refugian en el error muestral. En definitiva, tanto si nos toca acertar o fallar en los pronósticos, al menos que sea en base a un adecuado equilibrio entre las hipótesis y los datos.
Analistas y encuestadores: No guarden entonces sus GPS, es nuestro prudente consejo. Por supuesto, quien prefiera jugar a las adivinanzas de los “polarizómetros”, es libre de hacerlo. ¡Pero guarda: ya quedó demostrado que ese maquiavélico aparatejo puede fallar!
4. No tropezar de nuevo con la misma piedra: cuando son tres, no son dos
A veces se impone aquello de hay una imagen vale más que mil palabras. Aunque en este caso, no basta una. Tampoco dos. Y si se trata de refranes descriptivos: ¡No hay dos sin tres! (al menos por ahora)