Judiciales

Borinsky, un juez problemático para definir si Boudou zafa en la causa Ciccone

Cada vez más solitario en la presidencia de la Casación, la semana que viene analizará el pedido de nulidad del vicepresidente. Partidos de tenis,  agarradas con sus colegas y la recurrente idea de dar un paso al costado.

El ex fiscal General a cargo de la Unidad Fiscal de Investigación de Delitos Tributarios y Contrabando (U.F.I.T.Co) y actual presidente de la Cámara Federal de Casación Penal, Mariano Borinsky, se quedó solo. En menos de 90 días, el juez mantuvo duros enfrentamientos con colegas y jueces de escalafones inferiores, tomo decisiones hostiles y recibió una dura reprimenda desde las alturas de la Corte Suprema.

 

Distanciado de todos, el hombre que en breve comenzará a decidir el destino del vicepresidente Amado Boudou en la causa Ciccone, atesora enmarcados en su despacho el decreto por el cual fue nombrado fiscal en 2006 con la rúbrica de Néstor Kirchner y también el decreto que lo nombró juez con la firma de Cristina Fernández de Kirchner.

 

El jueves pasado, Borinsky presentó un libro de Derecho Penal en la UBA. Invitó a por lo menos 40 jueces del fuero federal. Solo lo acompañaron dos personas: el camarista Gustavo Hornos y su mentor Marcos Grabviker, del fuero penal económico. Nadie más.

 

Borinsky viene de protagonizar un pleito con todos los jueces de los tribunales orales fedérales –que están bajo la superintendencia de la Casación–  a quienes en una nota publicada en Página/12 acusó de tener un bajo rendimiento. Esto trajo como consecuencia una reunión con esos magistrados en la cual se levantó la voz en varias ocasiones. El actual juez del tribunal que lleva adelante el juicio por Once, Rodrigo Giménez Uriburu, fue el más belicoso y a la salida le contaba a sus colegas que se había quedado “con ganas de trompearlo”.

 

El sabor amargo le duro varios días al presidente del máximo tribunal penal porque al final de esa reunión su vicepresidente, Juan Carlos Gemignani, se puso de pie y dijo que formalmente ya no acompañaba la gestión de Borinsky lo cual generó otra batahola. En el medio de esa crisis la otra vice, Ana María de Figueroa, partía de viaje con destino a Nueva York por 20 días (en enero estuvo todo el mes disfrutando las exóticas playas de Tailandia).

 

Los problemas siguieron. Borinsky decidió dar de baja la parada de taxis que se ubica frente a los tribunales de Retiro y llovieron nuevas quejas porque no se trata de una zona especialmente fácil para encontrar taxis libres. Después quiso reconfigurar el estacionamiento de Comodoro Py y los jueces ladraron por la cantidad de cocheras que dispone la Casación en comparación a las instancias inferiores.

 

El dato más doloroso es que la idea de Borinsky de hacer un plenario sobre la reincidencia y marcar así la cancha en pleno debate por la reforma penal está a punto de naufragar. Desde la Corte le dijeron que ya ellos se inclinaron en un sentido y que la movida que él quería organizar no tenía sentido alguno.

 

Con estos problemas –y la recurrente idea de renunciar– Borinsky comenzará a analizar el pedido de nulidad que Boudou presentó en la Casación. Allí encontrará otro problema entre lo que él piensa de la causa Ciccone y esa realidad que lo encuentra una vez cada quince días, siempre por la noche, jugando al tenis con Diego Pirotta el abogado defensor del vicepresidente de la Nación.

 

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