Lo improductivo del debate en un sistema de iluminados

Por Martín Yeza (*)

La futbolización de la política, la programación cibernética (sistema binario), la competencia, la supervivencia del más apto, la depredación. Vivimos signados por un sistema que se asume democrático y en el que rápidamente encontramos la primer salvedad en la Constitución Nacional bajo la aseveración “El pueblo no gobierna ni delibera”, aclarando por supuesto luego, “(…) sino mediante sus representantes”.

 

¿Qué sentido tiene el debate cuando su finalidad se agota en la decisión de una secta iluminada? Ciertamente, es importante que por meras cuestiones de dispersión geográfica y concentración demográfica la democracia deba ser necesariamente representativa para la cotidianeidad. A favor de esto la aritmética y la sensatez.

 

Algunos debates que se han planteado en los últimos años han estado signados por una persuasión basada en el conflicto y la generación de enemigos, debería hacerse un gran esfuerzo por recordar grandes pasos que haya dado el Gobierno Nacional a través de la cooperación. El único tal vez, el caso Malvinas. El resto, han sido historias de descalificación, agravio y gestas épicas dirigidas contra quien sabe qué o quién. De todos modos tampoco es cuestión de andar llorando demasiado.

 

Hay dos casos icónicos que reflejan esta realidad y tienen plena actualidad: el voto a los 16 años y la reforma constitucional.

 

El voto a los 16 años

 

La primer salvedad que voy a hacer es aclarar una situación, el voto a los 16 años, a diferencias de otros proyectos de ley, como el del matrimonio igualitario tiene un planteo distinto que es ni más ni menos modificar un aspecto sociocultural de nuestra sociedad. El matrimonio igualitario legalizó una situación que se daba de facto. El voto a los 16 viene a crear algo que no sucede y afecta de mínima y en general a familias en su conjunto.

 

Según el EPH del tercer trimestre de 2011 del Indec surge que un 32,3% de los jóvenes argentinos con 18 años terminaron la secundaria, mientras que a los 21 se alcanza una cifra más aceptable del 68%. Esto no es una defensa del voto calificado, sino por el contrario una observación que merece ser debatida ¿No es acaso el rol de la educación el formar ciudadanos? El problema que encuentro a la respuesta de esta pregunta es que lamentablemente nuestro sistema educativo es tan retrógrado y putrefacto que no genera ciudadanos más que por mérito y esfuerzo de quienes desean serlo.

 

En otro orden y a favor del voto, si todos los candidatos a representantes reúnen los requisitos constitucionales para serlo ¿Existen malas decisiones? ¿Existen malas decisiones en democracia? Si existen malas decisiones entonces deberíamos cambiar el sistema para quienes aspiren a ser candidatos lo puedan ser; pero si no existen malas decisiones entonces no habría problema en que vote un niño de 15 años, porque total…¿Cuál es la diferencia entre uno de 15 y uno de 16? ¿Y el de 14? Lo mismo. Es un ping pong paradójico, que refleja en definitiva que el debate se debe agotar inevitablemente en la arbitrariedad, pero ¿Quién realiza esa arbitrariedad?

 

Reforma constitucional

 

Los constitucionalistas estadounidenses sostenían que las normas magnas debían ser analizadas cada 20 años porque a partir de allí comenzaban a gobernar “los muertos”. En 2014 estaremos llegando a esa fecha.

 

Algo debe quedar bien claro: El kirchnerismo no quiere reformar la constitución porque le parece mala. El kirchnerismo quiere reformar la Constitución, porque para que pueda haber re reelección, hay que modificarla. Cualquier otro nivel de discusión aún no ha sido planteado en la agenda política más que por los que consideramos que la Constitución tiene serias fallas y la energía de nuestra imaginación puesta alrededor de las cosas que se podrían modificar pero que nadie planteó.

 

El futuro plantea desafíos de modernidad de los que generacionalmente debemos hacernos cargo, un diseño flexible de vanguardia normativa sería esencial para este proceso que debe vivir nuestro país, hoy solamente limitado, por los caprichos de quienes quieren encadenarse eternamente al poder.

 

Así y todo, también nuevamente, surge el mismo problema que en el caso anterior, en el caso que se debiera modificar la Constitución ¿Quién realiza esta arbitrariedad?

 

Realización de la arbitrariedad

 

La democracia, tal como se nos presenta hoy en nuestro contexto, tiene sesgos iluministas: con un esquema que abusa de la representatividad, se pretende instalar la idea de que si se está de acuerdo en algo, se está de acuerdo en el todo. Pero es necesario señalar que hacer trampa con las reglas de juego es pretender generar silogismos políticos por transición, y por ende hacer trampa con los fines mismos: “si nos votan, votan todo lo que queremos”. Esta idea, de fuerte arraigo en la política local, tiene tantas aristas erróneas como irresponsables.

 

A su vez, esta mediocridad de la lógica binaria lleva a que se pueda estar a favor o en contra de distintas iniciativas pero siempre desde una posición pasiva, casi como de espectador, como si las decisiones políticas fueran entidades ajenas a la cotidianeidad misma de quienes las debaten. Sin más, es imperiosa la necesidad de generar ámbitos que medien entre la representatividad en estado puro y la deliberación absoluta: se necesitan procesos y marcos democráticos que vinculen a los individuos con las instituciones y su riqueza comunitaria intrínseca. Esto es, sin más, la posibilidad de construir ciudadanía y culturas democráticas que enriquezcan nuestra vida en sociedad.

 

La arbitrariedad para la cotidianeidad es fundamental, pero cuando surgen casos que lo que proponen es modificar la composición sociocultural de un país como mínimo el debate debe tener como premisa el no agotarse en quién tiene más diputados o si se puede hacer por vía de decreto. La participación popular en la toma de decisiones es un elemento fundamental de toda composición para la determinación.

 

Cuando pienso en la importancia de la cooperación, de la discusión desde una moral sin dogmas y la necesidad de construir solidariamente lazos políticos desde la diversidad en las convicciones, pero en la aceptación de elementos comunes que componen nuestros valores me da cierta esperanza el creer que de alguna manera, el mundo puede ser un lugar mejor. Tal vez sea cuestión de intentarlo.

 

(*) Coordinador en la Dirección de Políticas de Juventud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

 

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