En la búsqueda de terminologías, desde la Real Academia Española, pasando por el Pequeño Larousse y hasta cualquier edición digital de definiciones, “mujer” encuentra en todos los casos acepciones vinculadas al destino que puede tomar su cuerpo y su mente. Mujer esposa, mujer adulta, mujer fatal, mujer de los quehaceres domésticos y, la más categorizada, mujer prostituta.
No es noticia que el género femenino estuvo y está vinculado a las desgracias, males y nimiedades del planeta; incineradas por brujas o criticadas por humores inestables en “esos días”, la lucha por un lugar social preponderante sigue siendo un tópico a conquistar más allá de los avances contemporáneos.
Mujer, bendita mujer, que da la vida a cambio de nada.
Hace 101 años, en una conferencia secundada por 100 señoras y señoritas de partidos sociales de 17 países distintos, se decidió establecer el Día Internacional de la Mujer (en singular) para promover la igualdad de derechos, incluido el del sufragio.
Lo que nació como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora a principios del siglo XX, con un rol femenino tímido que poco podía generar por sobre el masculino, se expandió por diferentes partes del mundo para pregonar su día en pos de la equidad.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 8 de marzo hace alusión “a las mujeres corrientes como artífices de la historia y hunde sus raíces en la lucha plurisecular de la mujer por participar en la sociedad en pie de igualdad con el hombre”. El cambio se dio, con un género femenino que salió de la sombra para codearse con su opuesto sexual, a partir de diversos hechos como el uso y consumo de la minifalda, el cigarrillo, la píldora anticonceptiva, el divorcio como planteo del ocaso en su relación y el sostén de una familia como madre y trabajadora, entre otras cosas.
Si bien los logros fueron muchos, la cuestión del “sexo débil” sigue en vilo con mujeres sometidas, privadas de su libertad, abusadas, discriminadas e impedidas de poder ascender en la escala laboral. Cualquiera sea el motivo, nada se justifica en los tiempos que corren, cuando se logró aceptar un participio femenino antes no usado con el puesto de Presidenta.
Sin embargo, violencia de género, violencia doméstica o violencia hacia la mujer son términos cotidianos que desembocan en el femicidio (asesinato cometido por un hombre hacia una mujer considerada de su propiedad), tragedia que se hace eco en los medios con casos nacionales.
La búsqueda de estadísticas sobre esta forma de violencia extrema se dificulta, por ser relevadas a partir de los mismos canales de comunicación que develan la noticia.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación posee una Oficina de Violencia Doméstica, para recibir denuncias y actuar en consecuencia, y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, junto con sus secretarías provinciales y regionales, tiene áreas destinadas a las víctimas contra la violencia y la trata de personas con el mismo propósito. Además, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) –ubicado en la órbita de la cartera de Justicia– recibe denuncias vinculadas a la violencia en todos sus aspectos.
Las cifras redondas son nulas en cuestiones estatales, aunque la Asociación Civil “La Casa del Encuentro” coordina el Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”, en homenaje a la jujeña asesinada en julio de 2008 a puños por su ex pareja y padre de su hija, para mostrar las estadísticas y luchar contra estos hechos.
Hasta noviembre de 2011, al menos una mujer fue asesinada cada 30 horas en los primeros diez meses del año en todo el territorio argentino, lo que supone que hubo 237 víctimas (10% más que en 2010), según un informe realizado por la Asociación Civil, que responde a todos los sectores sociales. “Supone” porque los datos relevados, otra vez, son estimativos. Los femicidios hacen referencia a los casos más resonantes, con presencia en los medios. Por lo tanto, muchos no son registrados porque tal registro no existe.
En 2009, Cristina Fernández de Kirchner firmó el decreto por el que se reglamenta la ley 26.485, para “prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en los que se desarrollen sus relaciones interpersonales”. Entre otras cosas, la ley promueve y garantiza “la eliminación de la discriminación entre mujeres y varones en todos los órdenes de la vida y el derecho de las mujeres a vivir una vida sin violencia”.
Las leyes son necesarias, ayudan, legislan. Las cifras, asustan.
La base de esta cuestión recae en la tolerancia y el respeto, que poco tiene que ver con “machismo vs feminismo”, porque la discriminación y la misoginia existen incluso de mujeres hacia mujeres, como sucede en otras esferas. Los extremos, fanatismos, fundamentalismos, no sirven. Para muestra está la historia.
Mujer –como hombre– no es un término. Es una madre, una abuela, una hermana, una amiga que pertenece a este mundo, al real, al que debería entenderse como un espacio de coexistencia pacífica.
Sin teorizar, habría que ejercitar el pensamiento para considerar al género y a la sexualidad, como una construcción social y no un mandato natural. Una construcción atravesada por la sociedad/cultura en la que hombres y mujeres se circunscriben y en la que se les asigna un lugar. Nada de violencia, nada de discriminación, nada de abusos.
“Este es un mundo de hombres, pero no sería nada sin una mujer”, dice el clásico de James Brown.
Feliz día mujeres. Porque son y porque están.