“El Negro”, “Antonio” y los grandes intereses

Por JM

Por estos días los nombres de dos olavarrienses están en casi todos los medios nacionales: Carlos Moreno y Armando Domínguez. Al primero todos lo conocían como “El Negro”; al segundo el vicepresidente de la Nación lo presentó como “Antonio” y dejó pagando a la Presidenta, que repitió el error.

 

Al “Negro” y a “Antonio”, también conocido como “El Rata” (o, a veces, “El Zorro”), no por ningunearlo ni por mañero sino por la peculiar forma de sus ojos y su cara alargada , los une algo más: su compromiso con los trabajadores mineros.

 

El nombre de Moreno se está difundiendo porque ha comenzado, en Tandil, el juicio a quienes lo asesinaron y facilitaron su asesinato. Porque fue secuestrado en Olavarría el 29 de abril de 1977 por una patota de la entonces I Brigada de Caballería Blindada, actual I Brigada Blindada, con asiento en esa ciudad. Allí fue alojado en una quinta de propiedad de dos civiles, intentó escapar y lo destrozaron a tiros y golpes.

 

En Olavarría perduró la espina de los motivos de ese crimen. La explicación más fácil es que porque pertenecía simplemente a la izquierda peronista, pero no son pocos los que piensan que el verdadero móvil era sacar del medio a un abogado, asesor letrado de la seccional Loma Negra de la Asociación Obrera Minera (AOMA) que se había lanzado a desnudar las condiciones de salubridad de la empresa, en aquella época propiedad de Amalia Fortabat, hoy de la brasileña Camargo Correa.

 

Quería demostrar que los trabajadores contraían silicosis, una enfermedad pulmonar producida por respirar aire viciado con sílice, un  mineral que está presente en el cemento y se va depositando en los pulmones, que no lo expulsan ni lo absorben, y termina por causar graves deficiencias respiratorias y puede llevar a una muerte temprana.

 

De demostrarse, tanto para Loma Negra como para el resto de las fábricas de cemento, hubiera significado enormes costos tanto en indemnizaciones como en la necesidad de crear un nuevo turno de operarios, que eran miles, porque los trabajos insalubres obligan a un máximo de seis horas. Este impacto, dicen quienes sostienen la teoría de la complicidad empresaria, podría haber influido en el secuestro y crimen y esperan que esto se pueda demostrar en el juicio que recién comienza.

 

“Antonio”, que como queda dicho es Armando, está siendo vapuleado porque se lo presentó como un simple trabajador cuando en realidad es secretario general de la seccional Olavarría de AOMA, vocal de la central sindical y vicepresidente del Partido Justicialista local.

 

No es, claro, un simple trabajador. Pero tampoco es un burócrata sindical y político. Siguiendo una larga y encomiable tradición de los dirigentes de AOMA olavarrienses que contrasta con otros sindicalistas, no vive de licencia gremial más que lo que necesita para cumplir su responsabilidad y el resto va a trabajar como cualquiera. Y de política más bien poco: al PJ de Olavarría nadie podría temerle por su hiperactividad y, además, a él se le nota que no es su fuerte.

 

Quizá porque no es de muchas palabras, acaso por los nervios, no aclaró y hoy los grandes medios nacionales le hincan el diente con entusiasmo.

 

Y aquí se unen, salvando las enormes distancias, “El Negro” y “El Zorro”. O, para decirlo mejor, asoma el telón de fondo de los grandes intereses detrás de los dos.

 

No parece casual que en los surtidos medios de “La Corpo”, para decirlo según el gusto del paladar kirchnerista, el juicio por Moreno tenga una cobertura apenas tolerable y Domínguez haya adquirido una súbita fama.

 

Lo de “El Negro” puede desnudar en sede judicial el compadrazgo de los grandes grupos empresarios con la dictadura, algo que hace mucho más que cosquillas, ya se sabe, a los medios concentrados. Y lo de “El Zorro”, por más que se lo aderece con condimentos vinculados a la megaminería es útil para maltratar un poco más a la Presidenta: cualquier tema les viene bien.

 

Mientras, se cuenta, los olavarrienses esperan. Se ríen un poco con la notoriedad que, de sopetón y previsiblemente fugaz, ha adquirido Domínguez y discurren cómo puede impactar en las emociones de los más cándidos si se llega a verificar que hubo complicidad de la empresa de la legendaria Amalita con un crimen de lesa humanidad.

 

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