Desde el oficialismo se insiste en vincular al ex caudillo con esos incidentes. Para ellos los planes de Scioli y Massa no podrán armonizarse sin el concurso necesario de un ideólogo.
Desde el oficialismo se insiste en vincular al ex caudillo con esos incidentes. Para ellos los planes de Scioli y Massa no podrán armonizarse sin el concurso necesario de un ideólogo.
Pasada ya la Navidad, kirchneristas con militancia en el campo intelectual insistían en atribuirle los saqueos de la zona Norte del Conurbano y el Gran Rosario a Eduardo Duhalde pues, aseguraron, la promoción de ese tipo de iniciativa solo podría desplegarse a partir de un imaginario como el suyo, donde siempre estarían contempladas.
Más que pruebas, tal vez sean asistidos por algún razonamiento colectivo como el que predomina en Zárate de donde habrían partido algunos de los contingentes que provocaron desmanes en la vecina localidad e Campana. En aquel distrito lo siguen haciendo responsable de convertir a sus vecinos en cobayos de una de sus más celebres hipótesis: la solución al despoblamiento del Interior bonaerense debería resolverse con una migración del Conurbano capaz de descomprimir su explosiva densidad demográfica.
Una experiencia por el estilo fue la que llevó adelante con el consentimiento del entonces intendente Pedro Arrighi bajo su mandato transitorio en la Presidencia, cuando aceptó el traslado de habitantes de la villa 31 a cambio de los créditos suficientes para un plan de vivienda que le permitiese desalojar sin conflictos a la más popular de ese partido, La Carbonilla, y liberar así la zona costera que se ubica debajo del puente Zárate Brazo Largo y convertirlo en un polo de desarrollo turístico.
Aunque una no es atribuible en forma directa a la otra, lo cierto es que la iniciativa de Arrighi y de Duhalde no llegaron a buen puerto: Más de una década después, la actividad productiva en la zona costanera, ligada esencialmente a la gastronomía, no termina de consolidarse y la llegada de los nuevos vecinos hizo de Zárate, según sostienen miembros de su población originaria, disparar los índices de delincuencia e inseguridad.
Hasta antes de eso, la actividad portuaria y la zona industrial contigua prohijada en Campana les hacía verbalizar una de las más extendidas creencias populares: “aquí no trabaja el que no quiere.”
Esta teoría, no obstante, no bastaría para explicar la ampliación de los incidentes de los días 20 y 21 de diciembre en la zona Norte del Gran Buenos Aires. Lo mismo ocurre con la conjetura según la cual la Panamericana fue el eje por el que se desplazó ese amago de conflicto social y lo ligó a la vecina provincia de Santa Fé. Bastaría recordar que la mecha se encendió bastante lejos, en San Carlos de Bariloche.
Hay otras más verosímiles y que explicarían mejor la resurrección del ex caudillo bonaerense en los análisis políticos. En particular, los del oficialismo donde Sergio Massa y Daniel Scioli, en ese orden, lideran las sospechas de supuestos movimientos conspirativos, que es como se interpreta en ese universo los movimientos del gobernador y del intendente de Tigre para posicionarse en la carrera de la sucesión presidencial.
Competencia que no solo plantea contradicciones entre ellos como lo hicieron saber, acaso para alimentar todavía más esas especulaciones, a través de un columnista del diario más enemistado con la Casa Rosada. Aunque bajo el subrayado de que son más las coincidencias que los roces en los aceitados diálogos que mantendrían fuera del alcance de algunas miradas.
Tertulias de las cuales, por relaciones, acciones u omisiones, tomaría parte Duhalde. Además de advertirles sobre la capacidad de ocasionarles a los dos una herida en simultáneo donde más les duele, su imagen pública, los voceros informales no omiten la subestimación de Scioli y Massa: no conciben sus ambiciones sin un ideólogo detrás.
Lejos de disimular esos desentendimientos ente ambos, la crisis por los saqueos pareció darles mayor visibilidad si se atiende a las críticas que efectuó por igual al gobierno bonaerense y al nacional en el manejo de la Seguridad en esa región que efectuó Luis Andreotti, intendente de San Fernando y aliado en la liga de jefes comunales que lidera Massa.
Es otro punto clave de esta trama: Scioli no logra enhebrar acuerdos sólidos con ninguno que no sean los del Interior, cuyo peso electoral es relativo, más dependientes que los del Conurbano de la magra asistencia que presta un gobierno bonaerense en públicas dificultades financieras.
Situación que vuelve vulnerable su liderazgo en la opinión pública no solo frente al de Tigre. También frente a otros con menos lustre en ese plano pero con un poder consolidado en sus distritos que buscan proyectar hacia otros no tanto por ambición como por sentido de supervivencia. Jesús Cariglino, otro de los afectados por los robos a hipermercados, corrobora esa idea en Malvinas Argentinas.
Que Scioli atribuyese a la Justicia la resolución de la suerte de los casi 300 detenidos por la policía bonaerense, adjunta una potencial nueva saga a las pendientes con ese poder del Estado para el 2013, especialmente con el ministerio Público y en el Consejo de la Magistratura que pondrán a prueba no solo los acuerdos con su vice, Juan Gabriel Mariotto, sino hasta dónde “La Cámpora” y los ultra K de la Legislatura se identifican con la continuidad con cambios que promueve el gobernador.
El marcado contraste entre la fuerte actividad que registraron los saqueos en la Primera Sección Electoral con el clima que se vivió en los que concentran mayores bolsones de pobreza en la Tercera, parecerían darle la razón a Fernando Espinoza, Martín Insaurralde o Julio Pereyra.
Para pasar un verano bajo cierta condiciones de calma en La Matanza, Lomas de Zamora o Florencio Varela, nada mejor que esperar a que los tiempos de la política los defina el gobierno nacional que, de momento, evitó cualquier alusión de fondo al asunto que no sean las prohijadas por el desconcierto inicial con el jefe del Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, como abanderado.
Conspicuo K de la primera hora, Sergio Berni, leyó en el humo de los incidentes las señales de silencio y desapareció casi tan rápido como se había inmiscuido en la escena. Habitual vocero de la Casa Rosada, el secretario de Seguridad comprendió más rápido que otros que había poco para capitalizar en este capítulo donde el relato, según parece, no tiene por ahora más que borradores de una sintonía fina.
(*) Periodista. Analista político