Víctor Basterra falleció en noviembre de 2020, pero su aporte a los juicios de lesa humanidad contra los genocidas de la ESMA que lo secuestraron, lo torturaron y lo obligaron a trabajar para ellos sigue dando frutos en el proceso de Justicia: este miércoles el Tribunal Oral Federal número 5 de la Ciudad de Buenos Aires condenó a prisión perpetua a Jorge Luis Guarrochena, agente de inteligencia de la Armada y represor del centro clandestino que sólo pudo ser identificado gracias a una fotografía que le tomó y que rescató Basterra de aquel infierno.
Fueron diez meses de debate oral y público dirigido por la jueza Adriana Palliotti y los jueces Daniel Obligado y Fernando Canero. El único acusado siguió las 24 audiencias por televisión desde la cárcel vip que funciona en Campo de Mayo. Desde un cubículo insonorizado, escuchó cómo Canero lo declaró coautor penalmente responsable de cerca de 350 secuestros, 309 casos de aplicación de tormentos, 106 homicidios, 44 hechos de sustracción y ocultamiento de identidad de niños y niñas menores de 10 años –hijos e hijas de militantes secuestrados que permanecieron encerrados en la ESMA un tiempo y luego fueron liberados–, dos casos de abuso sexual y cuatro casos de violación.
También desde la cárcel, Guarrochena escuchó las decenas de testimonios que se sucedieron jornada tras jornada de sobrevivientes de la ESMA y familiares de víctimas que confirmaron su aporte como “Raúl” o “Carlos Alberto Encina” al feroz grupo de tareas 3.3.2, compuesto por integrantes de la Armada y de la Policía Federal, en su mayoría. Vivió en impunidad durante décadas, sin ser identificado.
Una foto en la ESMA
“(Raúl) Armada”. Así identificó Víctor Basterra a la foto carnet que le sacó a Guarrochena vestido de Policía Federal en el sótano de la ESMA. El entonces obrero gráfico, detenido clandestino en 1979, cumplía trabajo esclavo para la patota y sus jefes: sacaba fotos para la confección de documentos falsos. La foto que le sacó al flamante condenado sirvió para un pasaporte falso a nombre de Carlos Alberto Encina. Aquello también lo registró Basterra en su álbum.
En diálogo con el medio comunitario La Retaguardia para el que trabajó durante los últimos años de su vida, Basterra contó cómo “abiertamente, en la cara, les sacaba las fotos a los milicos” durante su cautiverio esclavo. Recordó que se guardaba una copia de cada una de esos negativos y que, cuando le permitían salir –una vez por semana–, él sacaba ese material fuera del campo de concentración durante la dictadura militar. Fueron 78 fotos, entre otros documentos importantes, que rescató el sobreviviente de la ESMA y que se convirtieron en pruebas fundamentales para identificar no sólo a genocidas del grupo de tareas 3.3. de la fuerza que dirigió el dictador Emilio Massera, sino también a víctimas.
La identificación
Ante Sergio Torres, el juez federal que instruyó gran parte de la megacausa ESMA y que firmó la elevación a juicio que sirvió de base para el debate que culminó este miércoles, Basterra corroboró los datos que volcó en su álbum: había conocido a esa persona que aparecía en la foto uniformada, sabía que “le decían ‘Raúl’”, que “su sosías era ‘Carlos Alberto Encina’", quien había estado en el centro clandestino “en 1981, 1982 y 1983”. Basterra sostuvo que a “Raúl” lo vio “en el sótano, en el COY y en el lugar llamado ‘los Jorges’, donde estaban las jerarquías del grupo de tareas” y que era “un hombre que provenía de Acosta, Vildoza y Perren", en alusión al jefe de Inteligencia del Grupo de Tareas 3.3. Jorge “Tigre” Acosta, al número 2 de la ESMA, Jorge Vildoza, y al jefe operativo del Grupo de Tareas, Jorge Perren.
El testimonio de Basterra se incorporó al juicio contra Guarrochena por lectura en el debate. Durante mucho tiempo, esa foto y los alias no pudieron ser atribuidos a ninguna identidad. Hasta que hace pocos años, otro represor presentó una lista de efectivos y oficiales de la Armada que compartieron con él participación en la “lucha contra la subversión”, o sea en el genocidio de la última dictadura.
“Una vez que tuvimos la identidad se desplegó una abrumadora cantidad de evidencia sobre su historia", aportó el fiscal Félix Crous en declaraciones a la prensa al cabo del alegato que expuso junto a su auxiliar fiscal, Marcela Obetko, ambos integrantes de la Unidad de Asistencia para causas por violaciones a los derechos humanos durante la época del terrorismo de Estado.
Según concluyó la Fiscalía durante el debate que acabó con la máxima condena para él, Guarrochena integró las máximas estructuras de la Inteligencia de la Armada durante la mayor parte de los años genocidas. Durante la última dictadura, Guarrochena fue agente del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), algo que él mismo reconoció en sus indagatorias. Según su versión de los hechos, su función durante la segunda mitad de los ‘70 era “analizar los matrimonios del personal” del servicio de espionaje. En realidad, el SIN fue una estructura cuyo rol en la represión ilegal que tuvo como epicentro a la ESMA fue “innegable”, puntualizó la Fiscalía en su alegato: “Los secuestros que se realizaban dependían de la inteligencia. El SIN se dedicaba a eso. Desarrollaba sus funciones a partir de la información obtenida y la ESMA sin dudas fue su mayor fuente de obtención de información", alegaron los fiscales.
Otro de los roles que el represor cumplió en tanto miembro del SIN, y que resultó probado en el debate, fue la “función de enlace” entre la Armada y el Batallón de Inteligencia 601, el órgano emblemático del espionaje del Ejército, el cerebro del plan sistemático de secuestro, tortura y exterminio. “Su función consistía en recolectar y retransmitir información desde los CCD hacia los eslabones más altos de la estructura militar, y viceversa”, destacaron los fiscales.
Para Guarrochena, nada de todo aquello ocurrió. Dijo haber estado sólo unos meses de 1982 en la ESMA, abocado a “análisis de comunicaciones”, en una oficina del primer piso del Casino de Oficiales, en un intento de despegarse de su participación en más de 400 crímenes de lesa humanidad que allí tuvieron lugar. Horas antes de escuchar el veredicto en su contra, le encomendó su suerte a las fuerzas del cielo: “Sólo me resta rogar a Dios que los ilumine y resuelvan mi libre absolución”, deseó. No tuvo suerte.