La desesperanza popular colectiva por la crisis socioeconómica y política; el tiempo electoral que achica los plazos para que cualquier cosa que se diga termine siendo interpretada como una toma de posición frente a la grieta; y el antecedente de los “silencios” durante la última dictadura cívico militar hicieron que la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina(CEA), que Jorge Bergoglio observa desde Roma, decidiera pronunciarse sobre la situación del país después de casi 30 meses de mutismo institucional de la Iglesia, sosteniendo que "angustia sentir que es cada vez más difícil poner el pan en la mesa, cuidar la salud, imaginar un futuro para los jóvenes" y advirtiendo que a este cuadro "se suman el miedo a salir a la calle, la violencia y la agresión generalizada".
“Era ahora, o nunca. Nuestra próxima plenaria es noviembre y ya será tarde”, graficó una fuente eclesiástica consultada por Letra P. El pleno de los obispos no se pronunciaba desde diciembre de 2020, cuando el aborto se convirtió en ley en plena emergencia sanitaria por la pandemia de coronavirus. Desde entonces solo hubo declaraciones individuales, de la mesa ejecutiva en solitario o de alguna comisión episcopal sobre temas de coyuntura que obligaban a decir algo en lo inmediato.
El centenar de obispos llegó el lunes a la casa de ejercicios El Cenáculo, del partido bonaerense de Pilar, con un cuadro de situación de cada una de las realidades locales y provinciales donde están enclavadas las jurisdicciones eclesiásticas. Los diagnósticos, por regiones pastorales, traían preocupaciones varias. Desde las situaciones de pobreza extrema que afectan a millones de familias y la violencia urbana y el avance narco sin control en Rosario, pasando por el impacto de la sequía, hasta la problemática de las adicciones cada vez más frecuentes.
Un largo etcétera que tampoco excluyó -contaron a Letra P obispos participantes- la beligerancia verbal de las precampañas electorales, la polarización cada vez más marcada, la falta de discusión de políticas públicas que trasciendan a los gobiernos de turno y hasta el “fenómeno” de Javier Milei, a quien puertas adentro y tomando conceptos del papa definen como “un populista liberal”. También critican la propuesta del presidenciable libertario de dolarizar la economía. Esas y otras realidades políticas y sociales se pusieron en análisis en el intercambio pastoral que abre las plenarias.
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Hasta ese momento no había consenso para difundir un documento que reflejara esas preocupaciones “pastorales”, como les gusta llamarlas a los obispos. Menos después de que el presidente del episcopado, Oscar Ojea, reconociera en una homilía durante el plenario que la Iglesia dejó de ser una referencia obligada en el pueblo (término preferido de la teología bergogliana). "A diferencia de otras épocas, a muchos ni siquiera les interesa lo que pensamos", admitió el prelado sanisidrense ante sus pares, y agregó: "A muchas personas discrepar con nosotros las valida".
Tres datos coincidentes de los diagnósticos que los obispos llevaron a esa mesa de discusión en Pilar, hicieron que -confiaron a Letra P fuentes eclesiásticas- muchos revisaran posturas personales en cuanto a seguir en silencio y evaluaran la posibilidad de dar su voto positivo a la difusión de un pronunciamiento institucional: desesperanza generalizada, “el agobio del desencanto” por las promesas políticas incumplidas y los “sueños rotos”. Fue así que el documento pasó de la intención a los hechos incluyendo algunos de esos conceptos y haciendo un llamamiento a la clase dirigente a estar a la altura de las circunstancias, para "escuchar al pueblo" y formular propuestas concretas para afrontar la crisis.
"Rogamos a quienes poseen mayores responsabilidades que tengan la grandeza de pensar en el sufrimiento de muchos, más que en los intereses mezquinos. La gente necesita recibir propuestas concretas y realistas más que soluciones tan seductoras como inconsistentes. También espera que se sienten a escucharse y a discutir con respeto hasta encontrar puntos en común", reclamó la Iglesia en una exhortación al diálogo político.
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Una llamada, la grieta y un telegrama
La asamblea plenaria del episcopado había comenzado formalmente el lunes a la mañana en la catedral porteña con una misa por los diez años del pontificado de Bergoglio presidida por el nuncio apostólico, Miroslaw Adamczyk. Concelebraron un centenar de prelados y participaron el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, y el director general de Entidades y Cultos porteño, Federico Pugliese, entre otras autoridades y representantes de los credos. Habían sido invitados el presidente Alberto Fernández y el alcalde Horacio Rodríguez Larreta, pero no asistieron.
Al final de la celebración, el presidente del episcopado reveló que el papa se había comunicado con el obispo Carlos Domínguez, de San Rafael (Mendoza), por temas de la diócesis y que el pontífice le pidió que le transmitieran a los obispos su agradecimiento por haber rezado por él y su misión.
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El llamado del pontífice no había generado suspicacias en ese momento, pero el miércoles tras la difusión del pronunciamiento algunas fuentes eclesiales dejaron trascender que Bergoglio también habría sugerido en esa charla telefónica que “era el momento” de hablar sobre la situación del país. La versión no fue ni negada ni confirmada por las autoridades episcopales.
En este contexto, otro dato que llamó la atención fue el texto de un telegrama -protocolar y habitual en estos espacios deliberativos de la Iglesia- en el que los obispos alientan al papa a venir al país, por considerar que su visita sería “un bálsamo para nuestro pueblo herido en la esperanza” y “un puente tendido entre orillas políticas e ideológicas distanciadas”. Ese anhelo episcopal respondía a que Francisco dijo en una entrevista reciente que planificaba hacerlo en 2024 tras las elecciones presidenciales y con las nuevas autoridades ya instaladas en la Casa Rosada.