PEOR, IMPOSIBLE

Solo y sin pacto, Javier Milei celebra la Revolución de Mayo en la cuna de la Contrarrevolución de Mayo

En Córdoba, un exvirrey lideró un foco de resistencia proespañola al primer gobierno patrio. Allá va el Presidente, sin ley ómnibus ni foto histórica.

¿Córdoba fue clave para el éxito de la Revolución de Mayo? Todo lo contrario: la provincia fue un foco de resistencia proespañola a la gesta independentista de 1810. Entonces, ¿por qué la eligió Javier Milei para celebrar su (fallido) Pacto de Mayo?

La Historia cuenta que cinco días después de que los revolucionarios de Buenos Aires proclamaran la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata, más conocida como Primera Junta de Gobierno, un emisario del desplazado virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros llegó a Córdoba con la misión de poner en autos de los acontecimientos al tambien exvirrey Santiago de Liniers, radicado por entonces en la provincia mediterránea, que confabuló con el gobernador-intendente Juan Antonio Gutiérrez de la Concha y Mazón de Güemes y con otros líderes locales para desconocer al gobierno revolucionario.

No toda Córdoba se le paró de manos a Cornelio Saavedra y Cía. Por eso, con la colaboración de grupos de poder prorrevolucionarios encabezados por los hermanos Funes -el célebre dean, uno de ellos-, la resistencia duró poco -Buenos Aires mandó a cortar rápidamente por lo sano y fusiló a los rebeldes-, pero alcanzó para asociar a la provincia con la lealtad al rey Fernando VII, por entonces sin corona por obra de Napoleón Bonaparte. O sea, digamos, con el espíritu contrario al que se conmemora este sábado.

Embed - La Córdoba desconocida, capítulo 2: Córdoba y la contrarrevolución de Mayo

Allá va, sin embargo, el Presidente. Llegará días después de batirse a duelo con la España de los zurdos, políticamente en soledad, sin pacto para firmar ni foto con la casta de rodillas para sacarse, como había soñado el 1 de marzo, cuando enfrentó a la familia política reunida en la Asamblea Legislativa y la convocó a firmar un libro cerrado y a compartir una postal histórica con el nuevo líder del mundo libre. La condición: primero, la ley ómnibus. La advertencia: si no, los iba a fundir. "Cómo los embromó a todos", dijeron algunas mentes brillantes. 'Si no firman, quedan mal con el presidente que votó la gente'", relató el cuentista Adrián D'Amore en la fábula de El pactito feo.

Esa noche, hace apenas dos meses y 24 días, las huestes libertarias y sus voceros de la prensa in the pendiente anunciaban que el Presidente se disponía a comerse a la casta en un pancho. Pasaron cosas. La oposición, esa coalición invertebrada y vacilante, volvió a dormir la ley ómnibus -la segunda versión, jirones de la original-, que se atascó por segunda vez en el barro parlamentario, ese pantano infestado de ratas.

El Cabildo de Javier Milei

Por ahora, en Buenos Aires, la revolución ultraderechista viene chocando contra la maldita política, algo turbada pero, en definitiva, obstinada en su capricho de representar no al 56% del ballotage sino a la voluntad popular que se organizó en tercios en la primera vuelta del 22 de octubre, complementaria, según dispone la también maldita Constitución, de la que se expresó en anteriores elecciones legislativas. Los laberintos de la democracia.

Acaso tenga sentido, al fin, la elección de Córdoba, la provincia a contramano -específicamente el Cabildo de la capital, donde hace 214 años conspiraban Liniers y Gutiérrez de la Concha- para que el Presidente renueve, otra vez de espaldas a la política, en un diálogo exclusivo con sus convencidos -una costumbre tan K-, el pacto con la parte de la sociedad que lo llevó a la Casa Rosada y que tiene en la Docta un bastión, como demostró el ballotage.

Siempre nos quedará el 56%, dirá Milei. ¿Siempre?

jaque al pacto de mayo: milei no logro consenso para dictaminar en el senado
Cabildo de Córdoba.

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