Patricia Bullrich, referencia de los halcones del PRO, ya sabe que tiene una campaña dura por delante, en medio de acusaciones graves en su contra y de la persistencia del voto libertario que, según se ha observado en los primeros comicios provinciales, no se prueba todavía como el boom anunciado, pero sí contiene una enorme capacidad de daño para su proyecto presidencial.
Primero lo primero. Es realmente grave la denuncia de que Bullrich promovió y albergó en sus oficinas un vaciado profesional de los teléfonos de las secretarias de su entonces jefe de campana Gerardo Milman –y también el de este–. Sobre el hombre, se recuerda, se ha dicho que tenía información sobre un atentado en marcha contra Cristina Fernández de Kirchner, cosa que él negó. De comprobarse el borrado, habría un delito: obstrucción de una investigación judicial. Lo demás –qué se eliminó, qué tipo de intimidades, tratos o gestiones– queda, por ahora, librado a la imaginación, destino fatal en el país en el que nunca nada queda claro.
A la presidenta en uso de licencia del PRO no le cabe el recurso de la queja mientras siga sin dar las debidas explicaciones y pretenda desentenderse del asunto con el pobre expediente de echarles la culpa "a los K".
En otro contexto, podría hablar de "carpetazo", tal como hizo el entorno de su enemigo íntimo Horacio Rodríguez Larreta cuando le sacaron a relucir los chats de Marcelo D’Alessandro, ricos en supuestas componendas con contratistas del Estado porteño, con jueces, fiscales y empresarios; otra vergüenza nunca aclarada. El detalle es que el escándalo que involucra a Bullrich no es ningún carpetazo, sino producto concreto de la declaración en sede judicial de Ivana Bohdziewicz. Según una primicia de Página/12, cuando, debido a dichos de un testigo, se barajaba una posible citación judicial a Milman y a sus asistentes por el intento de magnicidio, Ivana fue coaccionada y llevada a oficinas de Bullrich en el Instituto de Estudios Estratégicos en Seguridad (IEES) –investigado por desvío indebido de fondos para la campaña, recordemos–, donde un experto se tomó cuatro horas para borrar todo el contenido de su móvil.
Un clima enrarecido
CFK reaccionó calificando de "muy impresionante no solo la naturalización de la violencia política" sobre su persona, sino también "el encubrimiento del intento de asesinato ocurrido el 1 de septiembre".
Desde La Rioja, donde abogó junto al reelecto Ricardo Quintela por pegar con La Gotita el desgarrado Frente de Todos, Alberto Fernández hizo su aporte personal a la concordia panperonista al solidarizarse con su vicepresidenta. "Leo que en el despacho de una diputada se borraban celulares, y eso en términos institucionales es de una gravedad significativa (…). Es algo imperdonable en términos institucionales", señaló.
Martín Soria, otras personalidades del gabinete y referencias políticas se sumaron al repudio. No de la oposición, claro: peronistas al fin, para esa gente, "al enemigo ni justicia”.
Mientras, la Justicia federal ensordece con su silencio.
El clima es horrible y la campaña propiamente dicha ni comenzó. En medio de semejante jaleo, el Frente Renovador se quejó del "siga, siga" no solo ante el atentado a Cristina, sino ante la noticia de que diez personas recibieron probation tras haber admitido que amenazaron de muerte a Sergio Massa y a su familia.
La política, otro tormento
Cada vez que el sistema político registra una consolidación de la intención de voto de Javier Milei, Bullrich sufre. Atrapada en una estructura que no reconoce como propia, el PRO, la exministra teme por su futuro en unas PASO en las que podría llegar mal armada para enfrentar a Rodríguez Larreta. Ojo: hay encuestas a favor del uno y de la otra, pero un rasgo estructural la inquieta: aun con sus magros resultados en las provincias, el minarquista se llevaría sufragios de los que aquella no podría prescindir en agosto.
Encima ha quedado demasiado dependiente de la bendición de Mauricio Macri, una que no se sabe qué claridad o intensidad tendrá al final. Ella, que no se ha privado de festejar con aliados, le reprochó al alcalde porteño haberse subido el domingo a la noche a un estrado jujeño, que, aseguró, no le pertenecía. ¿Pura impotencia?
Esa foto irritó tanto a Bullrich como a Macri, quien le ha retirado la palabra a Gerardo Morales. Aquella y aquel, que sienten la presión de la pared libertaria a la derecha, padecen asimismo porque surja a su izquierda –de alguna manera hay que plantearlo– la emergencia de un polo moderado –de nuevo: el lenguaje no alcanza para describirlo todo–.
En pos de ordenar ese caos, el PRO se autoconvocó para hablar de candidaturas, ocasión en la que el expresidente no supo más que pedir calma.
No es su culpa. El problema de juntadas como esa es que equivalen a encontrar la cuadratura del círculo: las dos facciones del partido amarillo tienen lógicas incompatibles de construcción para las PASO. Larreta está cómodo con lo que hay, con la UCR jugándole a favor en el territorio porteño y, con un posible Morales como vice, en la nación; Bullrich necesita con desesperación sumar –sumarse– a Milei, pero forzar una ruptura le resulta por ahora demasiado costoso. Por si eso fuera poco, la mencionada discrepancia dejó stand by la anunciada incorporación de José Luis Espert, a quien Larreta y el radicalismo quiere ver precandidato presidencial en las primarias para esmerilar –sí, también desde adentro– el voto de Bullrich. Esta y Macri se desesperan porque es otro el derechista al que querrían ver adentro.
Patricia, no culpes a la lluvia.