En el marco de una jornada sobre las universidades, realizada el pasado viernes en la Feria del Libro, el gobernador Axel Kicillof destacó la “histórica movilización popular” en defensa de la educación pública del 23 de abril. Es correcta esa caracterización, dado que fue una de las manifestaciones más importante de la última década, por su número y extensión; 75.000 personas se movilizaron en Córdoba, 30.000 en Neuquén, 80.000 en Mar del Plata, 12.000 en Resistencia, 10.000 en Bahía Blanca, 11.000 en Tandil, más de 450.000 en la Ciudad de Buenos Aires, y un número inestimable en casi todos los puntos del país, que solo pudo registrar periodísticamente la agencia Somos Télam, más allá del desguace del gobierno anarcocolonial de Javier Milei.
La adhesión popular, pluripartidaria, multisectorial y policlasista es una señal inequívoca de que la educación pública, laica, gratuita y obligatoria es un acervo identitario de la Nación, como lo supo prefigurar Domingo Faustino Sarmiento cuando impulsó la sanción de la Ley Nacional de Educación Común, el 14 de julio de 1884. Desde entonces, y haciendo honor a aquella hazaña de los liberales de los ochenta, las diferentes generaciones han ido sumando conquistas, como la reforma del 1918 protagonizada por los jóvenes radicales, la gratuidad consagrada por el General Perón en el 1949, la creación del CONICET en 1956, la incorporación de la extensión de la obligatoriedad hasta el noveno año de escolaridad básica en 1991, como la universalización del secundario en 2006 durante la presidencia de Néstor Kirchner. Todas políticas que abarcan la totalidad del espectro ideológico partidario argentino e incluye, además, gobiernos de facto, como fue el caso de Aramburu, que siguió los consejos del Premio Nobel Bernardo Houssay en materia científica.
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Estas políticas públicas, vistas en perspectiva, son muy difíciles de comprender para personajes como la secretaria de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Diputados, recientemente electa gracias a la connivencia de sus aliados cambiemitas Lilia Lemoine, quien cree -como todavía algunos pocos en el siglo XV- que la tierra es plana sostenida por elefantes u otros monstruos, con una pared de hielo que solo el imaginativo autor de Games of Throne, George R. R. Martin, soñó para su novela.
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Sin embargo, es sobre este acervo incalculable que la derecha concentrada plantea avanzar modificando políticas de largo consenso. Enumeremos unas pocas de ellas: derogar a través de la Ley Bases la obligatoriedad de la presencialidad educativa desde los 8 años; desguazar el sistema científico al interrumpir las becas de investigación del CONICET y otros organismos científicos; desconocer la paritaria nacional que definía ingresos mínimos para el conjunto de los docentes; desfinanciar la obra pública que tendrá graves consecuencias en el mediano plazo en materia de infraestructura escolar; vaciar de apoyo económico proyectos de energía nuclear de la CNEA, que, como recientemente señaló el exministro Daniel Filmus, permitirían la exportación de reactores con ganancias millonarias al país. A esto se le suma la paradojal iniciativa de subvencionar la educación privada, a través de los vouchers para los hijos de los sectores de altos ingresos, con cuotas escolares que superan los 150.000 pesos, muy lejos de lo anunciado por el Gobierno en otra de sus habituales desinformaciones estratégicas con las que somete a la población.
En aquel marco, el gobernador anunció, junto a la presidenta del Instituto Cultural, Florencia Saintout, y acompañados por autoridades como Flavia Terigi de la Universidad de General Sarmiento, María Gentile de la Universiad del Comahue y Alfredo Lazzaretti de la Universidad de Mar del Plata, la continuidad de las obras interrumpidas por el gobierno nacional en las universidades con asiento en la provincia (22 en total), lo que representa un tercio del total del sistema universitario, solo asentado en una jurisdicción, que para tomar relevancia de su magnitud representa el 70% de todo el sistema universitario de Chile (30 Universidades), triplica el de Paraguay (ocho universidades) y representa el 30 % de todo el sistema universitario brasileño, con 66 universidades para más de 200 millones de habitantes.
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Esta iniciativa refleja de forma inequívoca la antinomia ante la que nos encontramos reflejada por dos modelos de país. El que se presenta como libertario definido por un modelo extractivista, agroexportador, de recursos naturales que se regalan al mejor postor sin evaluar consecuencias sociales ni naturales en materia de cambio climático o sustentabilidad, contra todas las recomendaciones internacionales, o el que se propone llevar adelante una capitalismo productivo, social, tecnológico, industrial, que agregue valor a los recursos naturales a partir de la producción nacional de conocimientos. La disyuntiva es clara: la tierra es plana o es redonda. ¿Lemoine habrá leído en la primaria la historia de Magallanes o justo faltó ese día?