A 3 horas 22 minutos del cierre de listas el sábado 24 último, Agustín Rossi, el "Chivo", ungido precandidato a vicepresidente de Sergio Massa, participó de una entrevista en el canal de noticias C5N. (Al parecer, el único integrante del oficialismo al que por entonces la rosca no lo inmutaba). Entre otras cuestiones, se le preguntó qué hacer con “el yunque de la deuda”. ¿Con el qué? Yunque de la deuda, aclaró impávido Gustavo Silvestre, que oficiaba de anfitrión. Ese yunque no debe caer sobre el peso de los trabajadores, dijo Rossi. La pregunta implícita era, desde luego, cómo. La respuesta resultó previsible: con reservas opulentas en el banco central. La enunciación es tan canónica que, hoy por hoy, hasta les niñes del último turno del jardín de infantes deben ya garabatearla entre sus primeros dibujos e iniciales. Es improbable que el cansancio (o mareo: “el Chivo” subió, bajó y volvió a subir a la montura de las candidaturas en el rápido periplo de una semana) le haya hecho al santafesino traspapelar en su cabeza alguna de las alternativas que propuso su lideresa: por ejemplo, la de vincular el pago de la deuda a los índices del superávit comercial, mecanismo que permitiría pagar con crecimiento, sin que el yunque, justamente, aplaste la espalda de los trabajadores. Pero Rossi eligió lo evidente (que es lo mismo que no responder) y dijo simplemente eso: reservas en el banco central. En afán de congratularse con el votante kirchnerista (desilusionado por esas horas con la fórmula consagrada), dijo también que los abrazaba a todos (los tips evangelistas aparecen donde menos se los espera), y hasta insinuó que CFK lo eligió como vice. Una hora después, esa misma noche, el Chivo pisaba los estudios de TN y decía lo contrario: su candidatura era una propuesta de Alberto Fernández. Creyéndose ducho en cuestiones de audiencia, Rossi se hace chivo en un lado y cabra en el otro.
El armado de las listas que competirán en las PASO fue, en términos generales, turbulento. El del Frente de Todos (ahora rebautizado Unión por la Patria), lo fue especialmente: dejó una sensación de cocina fraudulenta, de pase de magia neblinoso, de expectativas vapuleadas. Hubo que esperar hasta el lunes para que, en un acto de la cartera de Derechos Humanos, CFK explicara la hecatombe que llevó, a horas del filo, de la sugerente filmación de Wado de Pedro el jueves a la concluyente firma de Massa un día después. Mientras este último hablaba, con ese tono sosegado y medido del que se siente ganador, Cristina, a su lado, gesticulaba, se movía, contenía su rictus ante cada frase de esa verba diplomática, esperando el momento de largarlo todo, de romper los moldes institucionales que imponía el escenario y tener, al fin, su tête-à-tête con la militancia. El motivo del convite, celebrado en Aeroparque, era la recuperación del Skyvan PA-51, avión utilizado durante la última dictadura cívico militar para los llamados “vuelos de la muerte” de la ESMA, pero a pesar del inevitable sesgo emotivo la expectativa por las palabras de Cristina era apabullante. Y Cristina lo sabía: se salía de la vaina (traducción criolla del lenguaje gestual). Se notaba la necesidad de comunicar, de blanquear el intríngulis. Si satisfizo o no esa explicación no es asunto de esta columna, pero los trapos sucios quedaron al sol, exhibidos como las ruinas de una batalla de largos enfados y egoísmos con nombres y apellidos precisos.
El principal de ellos fue el del presidente, Alberto Fernández, del que ya no se espera sino que transcurran los meses. Otro de los nombres aludidos fue el de la ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz, quien se había propuesto como competidora interna contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y terminó segunda en la lista de diputados encabezada por Máximo Kirchner. Dolida, según confesó a viva voz en una entrevista con Jorge Rial, por el destrato público, Tolosa Paz redobló sin embargo la apuesta al sostener que CFK “tiene una lectura equivocada del rol de la construcción de la unidad.” La ministra, que parece así empecinarse en consolidar la trayectoria de los Tartarín Moreira (a cuya heredera conspicua, Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, escoltan tipologías menores como la "Hormiguita” Ocaña, el Revenant Diego Bossio o el inefable Florencio Randazzo) dijo que seguirá “defendiendo”, incluso contra la voluntad de su defendida, a la actual vicepresidenta. Como una especie de erotómana invertida, sostuvo: “He defendido y seguiré defendiendo, a pesar de lo que ella piense de mí, a Cristina Fernández de Kirchner. ¿Por qué? Porque la lealtad es la lealtad con uno mismo a un proyecto político” (sic). (Elocuente performance radial del mito de Narciso). Según la regla de puntuación que se prefiera ponderar, la última frase de Tolosa Paz puede querer decir una cosa, o mostrar exactamente su contraria.
Más allá de la coyuntura, empieza a llamar la atención el temblequeo mandibular de algunos dirigentes peronistas a la hora de citar a Cristina. Temblequean, oscilan, tartamudean en silencio (lo contrario de Wado). Piensan erróneamente en términos de superestructura (porque piensan erróneamente), como si la superestructura partidaria pudiese procesar los conflictos de modo autónomo y mecanicista. La idea de jubilación, digamos. El error, de más está decir, demuestra falta de sensibilidad en la lectura. (O una ambición desmedida, como la de Massa en 2013). Por más que los hechos se obstinen en demostrar lo contrario (de Ezequiel Martínez Estrada a Tomás Eloy Martínez hay innúmeras páginas de desacralización del mito), la política se convierte en algo trascendente cuando asume su motor de origen: las bases.
Y eso es lo que logró, como nadie, Cristina, según puso en evidencia esa “letanía” que hasta hace no mucho abogaba frenética por su candidatura. De ahí los ligeros empeños por kirchnerizar al “representante de la Embajada”, como rotulan al tigrense por sus conocidos contactos con el Norte. La conversión roza lo pornográfico: del tratamiento amistoso a Alfredo Coto a la idea (lanzada en la Cámara de la Construcción) de sacarse de encima al FMI no pasaron dos semanas. CICSA, de la familia Coto, figura entre las empresas que fugaron capitales durante la era macrista; es una pieza clave en la formación de precios (inflación) y, como el marido de Pampita o Carlos Tévez, se presentó ante la justicia reclamando no pagar el impuesto solidario a las grandes fortunas.
Otro protagonista central de la entente oficialista, Máximo Kirchner, fue paradójicamente el inspirador de aquella medida extraordinaria durante la pandemia. A diferencia de sus pares, Kirchner elude las cámaras (y los micrófonos) de forma tan sistemática y artesanal que se asemeja a un artista de culto, del tipo Indio Solari (de quien, de paso, se confiesa fanático). Claro, estar en el secreto otorga sus prelaciones. No obstante, esa actuación de Monje Negro no está exenta de un potencial descalabro. En el cuento homónimo de Chejov, su protagonista, Andréi Kovrin, se cree un hombre excepcional, pero al final no es más que un desquiciado y todo su derredor se desploma producto de sus febriles alucinaciones. O de sus cálculos genialmente erróneos.
El Diccionario de la Real Academia Española ofrece cinco acepciones del término “citar”. Las primeras dos, definen: 1) “Avisar a alguien… para tratar de algún asunto” (sentido pedestre); 2) “Referir, anotar o mencionar un autor… que se alega en lo que se dice o escribe” (sentido literario). La quinta y última acepción es sumarial: comparecer ante la justicia. Cristina, quizás como ninguna otra figura política del país (salvo Perón y Evita), se encumbró curtiéndose contra esa parcialidad semántica. En efecto, en el épico repertorio de la resistencia kirchnerista, el episodio de las 8 citaciones en un mismo día en los tribunales de Comodoro Py ejecutadas por el fallecido juez Bonadío ocupa un lugar icónico. (En el día del cumpleaños de Néstor, recuerda siempre Cristina imaginando una saña de thriller mafioso).
“No voy a ser candidata a nada”, dijo con tono de barricada ante esos brulotes en diciembre del año pasado. Momento inolvidable. Aquello de los esbirros de Magnetto de la Casación y de la Corte Suprema (en el rostro real o imaginado de sus oponentes) quedará en los anales del discurso público.
Ahora que la vicepresidenta cumplió con su palabra, citarla (que es como decir, en este contexto: enunciar ideas) tal vez sea el único modo de recuperar esa empatía. Citar, claro, de acuerdo con las primeras dos acepciones del diccionario. De la última, se sabe, se encargan los esbirros.