NUEVO GOBIERNO

Carlos Menem lo hizo: por qué Daniel Scioli pasó de la ola naranja a la moda violeta

La parábola del embajador sin lugar en el PJ, al que se afilió por el riojano. Destrato, enojo y sed de revancha. Las fuerzas del sciolismo, listas para volver.

No habían pasado diez días desde que Javier Milei había ganado el ballotage y Daniel Scioli ya había dado vuelta la página. En sus oficinas de la calle San Martín, a metros de avenida Córdoba, recibía visitas con la gorra de Las Fuerzas del Cielo arriba del escritorio, a escasos centímetros de las variopintas fotos compartidas con Alberto Fernández, el papa Francisco, Luis Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro. Una muy parecida a la que apareció en una foto que subió el viernes pasado a sus redes. Después de mil y un destratos del kirchnerismo, nunca había quitado los pies del plato del peronismo, pero una gota rebalsó el vaso y el embajador en Brasil de la gestión del Frente de Todos decidió continuar bajo la administración de La Libertad Avanza.

Ese no era el plan A. Hubo un ofrecimiento mileísta (a través de Guillermo Francos, a quien conoce hace tres décadas) para que volviera al país como secretario de Turismo y Deporte, el mismo lugar que le ofreció el efímero Adolfo Rodríguez Saá en 2001 y en el cual Eduardo Duhalde lo ratificó en 2002 cuando su política más promocionada era la entrega de 50 mil planes de empleo a clubes de barrio por 200 Lecop mensuales. Hay una razón que explicaría la declinación de la oferta: la continuidad en Brasilia le permite estar a prudente distancia del gobierno libertario, pero a unas horas de avión si se lo necesita en unos meses. La puerta está abierta: el decreto 33/2024 publicado esta semana oficializó la cartera de Turismo, Deporte y Ambiente, que tiene sus tres subsecretarías ocupadas, pero no el cargo de secretario.

Lejos, pero cerca. Por lo mismo aceptó ir a la embajada la primera vez, cuando Santiago Cafiero recaló como ministro de Relaciones Exteriores, exiliado de la jefatura de Gabinete y Scioli se perdió de volver a reemplazar a Felipe Solá, como ocurrió en 2007 en la gobernación bonaerense, desde donde agitó las aguas K con la ola naranja, el color de su gestión. El llamado que tanto esperaba al final llegó en 2022, cuando Fernández lo repatrió como su ministro de Desarrollo Productivo, en reemplazo del eyectado Matías Kulfas por un off the record contra La Cámpora que se volvió ON. La experiencia en el país del exvicepresidente apenas duró 43 días. El desembarco de Sergio Massa a Economía se lo llevó puesto en el gabinete albertista, algo que volvería a ocurrir poco después.

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Quienes lo conocen lo imaginan con aspiraciones de Canciller, aunque acaso él mantenga el sueño de ser presidente. Es una cuenta pendiente que se le escapó por décimas en 2015 y en 2023 se quedó sin la interna que tanto reclamó porque lo abandonaron hasta los gobernadores que lo impulsaban a romper- otra vez- con Cristina Fernández de Kirchner.

"No tiene aspiraciones electorales ni quiere ser canciller. Daniel se quedó para poner el hombro por el país, como hizo en 2001", afirman en su entorno, al tiempo que aclaran que ven las puertas del gobierno libertario abiertas. Por ahora, el embajador no tuvo un cara a cara con Karina Milei ni con Nicolás Posse, los dos pilares fundamentales del poder mileísta.

2023 para el olvido

El exmotonauta vivió la ironía de que la entonces vicepresidenta no le habilitara la primaria que quería, la misma CFK que en 2015 le despejó el camino al dejarlo a Florencio Randazzo en la banquina. No fue sólo ella: algunos de los promotores de la línea interna "Unidos Triunfaremos" fueron a ver a Fernández, primero, y después a Massa, para lograr que el peronismo tuviera un único candidato. Lo lograron a medias: a Juan Grabois le permitieron lo que a Scioli no. El exgobernador comió con el entonces Presidente, quien le prometió que "defendería" su candidatura. Al día siguiente, el PJ entronizó a Massa y, cuentan cerca del embajador, él se enteró por un llamado de Cafiero.

Scioli se tragó el orgullo y fue a ver a Massa a Economía. El entonces ministro, erigido como candidato de Unión por la Patria (UP), hasta bajó del quinto piso para recibirlo y sacarse la foto de ocasión de unidad peronista para la campaña. Con la derrota de Massa, su exrival en el kirchnerismo y en la forma de ver la política, Scioli quedó en libertad de acción.

A Rodríguez Saá lo acompañó en el avión presidencial a Merlo, San Luis, y trajo la renuncia presidencial en el vuelo de regreso. Por opinar (en contra) del congelamiento tarifario, Néstor Kirchner lo frizó en una vicepresidencia desde la que, igual, no lanzó demasiadas piedras contra la Casa Rosada, lo que ya se convirtió en tradición nacional en la relación de los exbinomios que ganan. Scioli se contentaba con pequeñas maldades, como garantizar que cada 2 de julio la prensa se enterara que había llamado a Carlos Menem por su cumpleaños. El riojano, hacedor de la carrera política del exmotonauta, era el enemigo número uno del kirchnerismo. El patagónico, cuentan, se enervaba al ver el dato en las crónicas de los diarios.

Vuelven los noventas

El mileísmo, paradójicamente, tiene más olor a los noventas que el que desprendía el perfume progre K. Scioli, que siempre fue una rara avis en el kirchnerismo, parece encajar mejor entre el ala política del gobierno de Milei. Francos es su terminal más reconocible, por haber sido presidente del Banco Provincia bajo su mandato. Pero lo cierto es que los sciolistas que pululan tanto en el Gobierno como en la oposición a lo sumo fueron empleados de la ola naranja. Como solía jactarse el exjefe de gabinete bonaerense Alberto Pérez: "El sciolismo somos Scioli y yo".

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Con el último desaire cristinista, con un camporismo que nunca lo quiso y hasta hizo campaña por él a regañadientes en 2015, sumado a la falta de creación de su propio movimiento político cimentado en intendentes o legisladores (como Massa, sin ir más lejos), y sazonado por lo que puede considerar una traición de los gobernadores del peronismo que lo dejaron solo en su grito por una primaria (que sigue convencido que le ganaba al tigrense) porque la caja justicialista no podía costear dos candidatos, Scioli dejó de tener espacio en el PJ al que se afilió en 1997, cuando Menem pateó el tablero del sistema y lo propuso para la lista de diputados por la Ciudad.

"Necesita seguir siendo parte", argumenta, indulgente, una persona que lo conoce bien, para explicar la parábola que lo hizo pasar de crítico acérrimo de Mauricio Macri a compartir ahora el mismo barco mileísta. Fueron dos momentos distintos, insisten. La bronca de haber acariciado la victoria frente a Cambiemos lo dejó en un lugar distinto al de hoy, que vio la campaña desde afuera (no es un eufemismo, estaba en Brasil). En el llano con Macri, rechazó la invitación para viajar a Davos, la que Massa aceptó, con la expectativa de construir oposición desde el 48,60% del ballotage. Más tarde o más temprano se habrá dado cuenta de que no era el único dueño de esos votos.

Hay un sciolismo residual que le achaca la conversión. Hubo quienes se opusieron a que aceptara la oferta libertaria de continuar bajo la administración de Diana Mondino, esta vez, en lugar de para acercar al bolsonarismo al Palacio San Martín, para lograr el indulto de Lula a las ofensas libertarias de campaña. Otros excompañeros de ruta son más compresivos y creen que quienes lo dejaron solo no deberían andar reclamándole nada.

Mientras espera un nuevo turno, Scioli mira el gobierno de Milei desde Brasil, porque desde lejos no se ve.

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