En un escenario urbano donde el alquiler devora gran parte del salario, en una ciudad que ya no logra sostener la vida cotidiana de su mayoría, la campaña de Zohran Mamdani para la alcaldía de Nueva York ofrece una lección que va más allá de los límites de los Estados Unidos. Porque lo que allí se jugó tiene mucho que ver con la batalla simbólica de fondo: quién fija el relato del costo de vida, quién define el eje del conflicto político y bajo qué términos se disputa la hegemonía de las emociones. Y en ese terreno, mientras la ultraderecha global avanzaba con su lógica de amenaza identitaria, cierre de fronteras y miedo al “otro”, la campaña de Mamdani apostó por otra narrativa: la clase media que ya no es media, la del inquilino que teme perder su techo, del joven que ve el subte como lujo y no como servicio.
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Estados Unidos: la vida cotidiana como territorio político
Su triunfo no sólo sacudió al Partido Demócrata, sino que también encendió una señal para el progresismo global: cuando las grandes consignas se traducen en micro-promesas concretas —bajar el alquiler, hacer gratuito el colectivo, garantizar guarderías públicas—, el discurso del miedo pierde terreno.
Mamdani, hijo de inmigrantes ugandeses, economista y militante de base, construyó su campaña alrededor de una consigna simple: “¿Cuánto más vas a dejar que el alquiler se lleve tu bolsillo?”. No hablaba de ideología, hablaba de vida cotidiana. Esa narrativa le permitió conectar con jóvenes precarizados, con inquilinos agobiados y con familias que sienten que el sistema ya no los incluye. En lugar de agitar fantasmas, ofreció soluciones palpables.
El contraste no podría ser más claro. La ultraderecha global —de Donald Trump a Javier Milei, de Giorgia Meloni a Marine Le Pen— basa su discurso en la idea de amenaza: el inmigrante, el feminismo, el Estado, el progresismo. Su combustible es el miedo; su forma, la simplificación. Prometen restaurar un pasado que nunca existió y construyen un enemigo a medida para cada crisis.
En cambio, Mamdani cambió el eje: no señaló a los “otros” sino a los de arriba. El antagonista fue el poder inmobiliario, los fondos de inversión, los intereses que suben el alquiler y encarecen la vida. Así convirtió el enojo difuso en conciencia de clase. Donde la ultraderecha promete identidad, él ofreció dignidad material. Esa operación discursiva —desplazar el miedo hacia el poder económico— es una de las claves de su victoria. Y no se trata sólo de un gesto ético; es una táctica comunicacional precisa. Mientras el populismo de derecha trabaja con emociones negativas (temor, resentimiento), el progresismo suele refugiarse en tecnicismos. Mamdani demostró que se puede emocionar desde la propuesta: transformar la bronca en esperanza con un lenguaje llano, moralmente claro y emocionalmente accesible.
La política de las micro-promesas en Estados Unidos
Las micro-promesas —esas pequeñas soluciones concretas que mejoran la vida inmediata— funcionan como antídoto frente al cinismo. Frente al “todos son iguales”, la promesa medible reconstruye confianza. “Colectivos gratis”, “guarderías públicas”, “alquiler justo”: tres ideas repetidas hasta el cansancio, que se volvieron mantra de campaña.
El formato también fue parte del mensaje. En redes, Mamdani combinó humor, estética nativa de TikTok, videos en varios idiomas y testimonios reales. Pero su mayor innovación fue conectar lo digital con el territorio: miles de voluntarios puerta a puerta, encuentros vecinales, folletos traducidos a una docena de lenguas. La militancia volvió a ser física, comunitaria. La pantalla fue sólo el comienzo.
Across the five boroughs, tens of thousands of volunteers are meeting their neighbors, building community, and winning this election, one door at a time. pic.twitter.com/ZuyWyaLqRr
Algunas lecciones para quienes disputan con la ultraderecha
Para no repetir el error del secretario del Tesoro, Scott Bessent, quien parece ignorar que no todo es replicable sin considerar sus contextos e insiste en calificar como “ American Peronist” a quien se oponga a sus deseos y los de Trump, conviene recordar la ciudad-mundo que es Nueva York tiene características que no todos los países comparten: altísima diversidad, sistema de voto por elecciones clasificadas (“ranked choice”), densidad de jóvenes y migrantes, etc. Sin embargo, la lógica comunicacional de la campaña Demócrata es trasladable, si tenemos como eje convertir el sentir cotidiano en plataforma y ganar la agenda antes de que la ultraderecha la monopolice.
While she remains mostly focused on singing "Don't Cry for Me Massachusetts” and voting against paying government workers, @SenWarren has somehow also found the recent bandwidth to threaten large banks on their lending policies.
— Treasury Secretary Scott Bessent (@SecScottBessent) October 24, 2025
Desde esta nueva ventana de oportunidad podemos recoger y analizar algunas lecciones de la campaña de Mandani para comunicar política y democráticamente:
En primer lugar, hacer tangible la política. Hablar de bolsillo, de alquiler, de transporte: problemas medibles y universales.
En segundo, es importante definir al antagonista económico, desplazando el conflicto identitario hacia el conflicto distributivo.
También es clave combinar emoción con gestión, ser capaces de mostrar empatía sin renunciar a la viabilidad.
Entrenarse, formar equipos y ampliar la conversación de abajo hacia arriba para responder rápido a la desinformación, porque la ultraderecha gana cuando el silencio deja huecos.
Finalmente cuidar el tono y la modalidad de cada uno de los canales de comunicación en una estrategia omnicanal, dado que no basta con estar en TikTok; hay que traducir las ideas al lenguaje de cada público.
Estas y otras claves que iremos destilando con mayor reflexión y acción, son transferibles a cualquier fuerza democrática que enfrente al extremismo. No se trata de copiar una estética “neoyorquina”, sino de recuperar la conversación cotidiana. En América Latina, eso implica hablar del precio de la vivienda, del transporte, de los servicios, del crédito, del salario real. Devolverle a la política la capacidad de resolver lo inmediato.
La nueva frontera democrática
La elección de Mamdani no fue un milagro, sino el resultado de un trabajo paciente de organización y comunicación. Un recordatorio de que, mientras la ultraderecha expande su poder sobre los afectos negativos, todavía es posible construir esperanza desde el bolsillo y desde la calle.
La disputa de época no es entre izquierda y derecha, sino entre quienes ofrecen miedo y resentimiento y quienes prometen seguridad material y comunidad. La zona de las micro-promesas es, en ese sentido, mucho más que una estrategia electoral: implica una oportunidad sólida para pensar desde una perspectiva minimalista, pero incremental, la reconstrucción comunitaria del contrato social.
Porque al final, la gente no vota teorías, partidos, ideologías del Siglo XX, etc.; vota a quien le dice, con palabras simples y hechos posibles, que podrá seguir pagando el alquiler, viajar sin gastar un sueldo o criar a sus hijos con un poco menos de angustia. Y esa, ni más ni menos, es la promesa política que podría salvar a la democracia de sí misma.