Alberto Fernández avanzaba en el mensaje de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso intercalando la presentación de casos personales para encarnar sus conceptos y resaltar los “logros de su moderación”. Así, cada uno de los diez casos testigos (un excombatiente, un director de recursos humanos, una guía de turismo, dos rectoras universitarias, una obrera de la construcción, dos médicas, un investigador del Conicet y una electricista de una cooperativa) se paraba y saludaba con orgullo y emoción a la audiencia presente y virtual. Desde algún lugar del mundo, el ecuatoriano Jaime Durán Barba se habrá sentido reivindicado.
¿Hay acaso victoria mayor en la política que la de observar al adversario tomar como propias las innovaciones denostadas hasta poco tiempo atrás? Parece que fue ayer la apoteosis coloquial de Cambiemos (hoy Juntos) sostenida en las experiencias de los “Pedro y las María” de la vida cotidiana.
Margaret Thatcher se jactaba de que su mayor victoria estaba en la conversión del laborismo a sus ideas; el progresista Tony Blair y su tercera vía progresista habían llegado al gobierno para aplicar el programa conservador de la Dama de Hierro. El auténtico fin de la historia. Punto para Guillermo Moreno, que advirtió tempranamente los verdaderos atributos de la versión local de la socialdemocracia.
Mientras tanto, las calles adyacentes al Palacio Legislativo estaban despobladas como en los primeros años de las Asambleas Legislativas de la presidencia de Mauricio Macri, cuando Marcos Peña defendía la algorítmica idea de evitar concentraciones presenciales innecesarias. Hashtags, trending topic, saludos al espacio vacío y good show. Con eso era más que suficiente para dejar atrás el populismo y entrar al modernismo cool. Así fue hasta la PASO de 2019, cuando el cachetazo en las urnas produjo una conversión en Mauricio que nada debe envidiarle a la de San Pablo camino a Damasco.
El sopapo en las urnas por goleada fue la luz para romper la virginidad callejera. Plazas y avenidas se convirtieron en los escenarios de audiencia masiva para escuchar al candidato cantando y bailando “el Gato la da vuelta”. El paso de baile para dejar atrás los nombres de pila y acudir a la pila de gente. Es cierto que no le alcanzó, pero saltó del 33% al 41% de los votos con las mañas de la vieja política. Y de allí en más se despidió de su jefe de Gabinete (dedicado ahora a podcast testimoniales) se abrazó a “la rosca” y terminó con la tercerización de los armados territoriales y la delegación en los operadores de la casta. Si Juliana Awada se ocupa de producir en su huerta orgánica los vegetales de consumo doméstico bien se puede imitar el emprendorismo y hacer de Cumelén un modelo de cocina de autor.
Hace décadas (disculpas a los millennials y centennials) una gran poetisa y cantautora argentina invitaba en una de sus creaciones “a ver como es, el reino del revés” un lugar en el cual “nada el pájaro y vuela el pez y los gatos no hacen miau y dicen yes”. Talentosa y visionaria María Elena Walsh.
A 100 días para inscribir las candidaturas, estamos ante un conjunto de rarezas y novedades que obligan a abandonar antiguos criterios interpretativos para intentar comprender la nueva realidad. Coaliciones fragmentadas en las alturas que reflejan una realidad rota en el llano, el regreso con intención de voto del autoritarismo de mercado y la ambigüedad de las dos figuras centrales de la política respecto a sus estrategias alimentan la incertidumbre en un contexto donde la economía solo suma interrogantes y amenazas. Casi resulta obligado concluir con una de las definiciones más citadas de Antonio Gramsci: “La crisis consiste, precisamente, en que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer; en ese interregno se producen los más diversos fenómenos mórbidos”. Tenía razón: ¿o acaso vimos muchas veces algo tan blando como todo lo sucedido el 1 de marzo?