Hay una maldición, menos conocida que la de los gobernadores bonaerenses, que inquieta a Sergio Massa: los ministros de Economía no llegan a la Casa Rosada. La diferencia es que esta es una norma que tiene su excepción, aunque se trata de una tristemente célebre: el radical golpista Roberto Marcelino Ortiz fue ungido primer mandatario en una de las tantas elecciones fraudulentas celebradas durante la Década Infame.
Dirigente de la UCR, Ortiz había sido ministro de Obras Públicas del gobierno de Marcelo T. de Alvear entre 1925 y 1928 y había apoyado el golpe encabezado por José Félix Uriburu para tumbar a Hipólito Yrigoyen en 1930. Socio fundador de La Concordancia, la alianza conservadora que gobernaría el país hasta 1943, fue ministro de Hacienda de Agustín P. Justo entre 1936 y 1937 y el 20 de febrero de 1938 tomó posesión del despacho principal de Balcarce 50, pero dos años después, a causa de la diabetes, debió pedir licencia y terminó renunciando definitivamente al cargo, completamente ciego, el 27 de junio de 1942. Murió 18 días después, a los 55 años.
¿El malogrado Roberto Marcelino fue víctima de un gualicho histórico o el autor del embrujo que condenó a las futuras generaciones? Cosa de Mandinga. Como sea, el detalle no le cambia nada al actual jefe del Palacio de Hacienda, que llegó al cargo para comerse la cancha de 2023 y enseguida empezó a recular: que mejor 2027, que vemos en abril si pudimos bajar la inflación, que mejor no hablar del tema, como si el asunto estuviera, efectivamente, maldito…
Roberto Marcelino Oriz. ¿El hechicero?=
Malditos ministros
El liberal Álvaro Alsogaray fue titular de Economía en dos períodos: con el radical intransigente Arturo Frondizi entre 1959 y 1961 y con el golpista José María Guido por unos meses en 1962. Ya como líder de la UCeDé, en los ’80 fue dos veces candidato a presidente: en 1983 quedó escondido en el rubro “Otros”; en el ’89 se hizo millonario (en votos) y su partido se convirtió en la tercera fuerza y en jugador importante en el esquema de alianzas que armaría Carlos Menem, el ganador de esos comicios.
El peronista Antonio Cafiero comandó el Ministerio de Economía entre agosto de 1975 y febrero de 1976, durante el gobierno de la presidenta María Estela Martínez de Perón. Como líder de la Renovación del PJ, en 1988 enfrentó a Menem en las últimas internas presidenciales celebradas por el peronismo hasta el momento. El resultado del choque fue sorpresa y media: desde la Argentina profunda, el riojano construyó un verdadero batacazo. Cafiero era gobernador bonaerense. Demasiada maldición junta.
Domingo Cavallo fue el superministro de Menem entre 1991 y 1996. Padre de la Convertibilidad, su 1 a 1 venció a la híper que había legado el gobierno de Raúl Alfonsín pero, se dice, fue el huevo de la serpiente que nació, con forma de tragedia, en 2001: el estallido se vino cuando el propio Cavallo, en su segunda gestión al frente del Palacio de Hacienda, metió los depósitos bancarios en el Corralito, la segunda de sus criaturas más famosas. Había ido por la presidencia dos años antes, en 1999, cuando su programa daba severas muestras de agotamiento pero aún no había volado por el aire: con una alianza de partidos conservadores llamada Acción por la República, salió tercero, detrás de De la Rúa y de Duhalde, con el 10% de los votos.
Con el último presidente correligionario en la Casa Rosada, el ultraliberal de cuna radical Ricardo López Murphy asumió al frente del Palacio de Hacienda el 5 de marzo de 2001. Un ajuste feroz que recortaba jubilaciones y el presupuesto de la educación lo eyectó 15 días después. Audaz, dos años más tarde fue por la presidencia y, en aquella Argentina dislocada, cosechó más del 16% de los votos. Lo intentó de nuevo en 2007, en un país menos trastornado: entonces obtuvo el 1,43%.
El híbrido Roberto Lavagna ejerció el cargo de ministro de Economía durante tres años y medio, entre abril de 2002 y noviembre de 2005, primero bajo la presidencia provisional de Eduardo Duhalde y, después, con Néstor Kirchner en la Casa Rosada. Su gestión es reconocida por referentes de un amplio arco ideológico. Se destaca, particularmente, el acuerdo que alcanzó en 2005 con tenedores privados de deuda argentina. Sin embargo, tampoco pudo ser: en las elecciones presidenciales de 2007 cosechó casi el 17% de los votos y quedó tercero detrás de Cristina Fernández de Kirchner y Elisa Carrió. En 2019 fue por la revancha: con lo que quedaba de la angosta avenida del medio volvió a salir tercero, pero su caudal de votos se redujo al 8%. En su entorno le echan la culpa a la combinación de sandalias y medias tres cuartos, un hábito del candidato que había salido a la luz en enero de ese año.
Maldita economía
Los antecedentes, se ve, no son auspiciosos para Massa, fanático del fútbol en un país tan futbolero como cabulero, una condición que también es intrínseca a la política.
De todos modos, con una inflación que acumuló 95% en 2022 y amaga con no aflojar y con el Frente de Todos empantanado, otra vez, en una interna que es como una ciénaga, apelar a esoterismos acaso sea una buena técnica de evasión de una realidad que se le presenta más aterradora que la peor de las maldiciones.