SAN PABLO (Enviado especial) Antes de que el ahora presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, confirmara su propia victoria ante el ahora mandatario saliente, Jair Bolsonaro -le ganó el ballotage de este domingo 50,9% a 49,1%-, la tropa petista comenzó una multitudinaria concentración en la Avenida Paulista, el corazón de esta ciudad, para celebrar el regreso al Palacio de Planalto y festejar, como una liberación, la caída de la ultraderecha.
“Lula, ladrón del pueblo brasileño”, canta la multitud. Con esta victoria, el exlíder sindical se transformó en la primera persona en la historia de Brasil en ser electa tres veces como presidente. El 1 de enero asumirá en Brasilia y comenzará a enfrentar enormes desafíos, pero esos retos son tema de un futuro que todavía no llegó, aunque que ya se percibe. Alzada en los brazos de su padre, una niña de siete años sostiene un cártel que dice “Sin miedo a ser feliz”, el lema de la campaña del PT que rememora las primeras dos presidencias.
Sobre uno de los costados de esta avenida, Victor se esconde debajo del disfraz de un fantasma rojo que en el frente lleva la hoz y el martillo del comunismo. Junto a él, un amigo lleva la bandera de Cuba. “Es un chiste para todos los que piensan que se viene el comunismo”, explica mientras se ríe. Detrás de la fina tela se ve un par de anteojos. “Lula no es perfecto, pero el problema está del otro lado. Bolsonaro es un dictador, pero hoy se acabó la amenaza”, agrega.
Poco antes de la medianoche, Lula aparece arriba de un camión que funciona como un escenario móvil. Está ubicado en el centro de la multitudinaria movilización. “¡Le quiero dedicar esta victoria a la democracia!”, grita. La coalición electoral que encabezó, compuesta por más de diez partidos, celebra dos hechos: la victoria propia y el fin de la presidencia de Bolsonaro. “¡Fora (fuera) Bolsonaro!”, gritan miles de personas a la vez mientras el expresidente comienza a hablar. Con Lula aparecen las figuras más importantes del PT y otras fueron rivales pero sanaron heridas para derraotar al bolsonarismo.
En el centro de la capital paulista, la cerveza circula para cortar el calor de la primavera. La gente baila en el poco espacio que dejan los cuerpos apretados mientras sonríen, cantan y gritan. Hace cuatro años, Lula estaba preso e incomunicado y el partido atravesaba uno de sus peores momentos históricos. Hoy, como si fuera un ave fénix, el exmandatario renació de las cenizas y se fortaleció a base de alianzas para hacer historia de nuevo y desembarcar en Brasilia una vez más.
“Con Lula el pueblo es feliz”, dice Julieta, una joven rubia que lleva una gorra roja del PT mientras baila con su novio, Mateo. Al presidente electo le pide que acabe con el hambre que sufren, todos los días, 32 millones de personas. “Son muchas las demandas que tenemos. El futuro es difícil, pero hoy queremos festejar. Necesitamos celebrar”, dice y vuelve a seguir el compás de una canción que sale de los parlantes del escenario.
En las alturas y junto a Lula aparecen las figuras políticas que más aportaron a la victoria. Una de las estrellas de la noche es la excandidata a presidenta por el Movimiento Democrático Brasileño, Simone Tebet, quien no superó la primera vuelta pero no dudó en apoyar al PT para “defender la democracia”. También está Marina Silva, exministra de Medioambiente de las presidencias de Lula, quien abandonó las críticas que la alejaron del partido rojo y volvió a ser parte de la campaña presidencial.
Desde algún lado de la noche, la presidenta del PT, Gleisi Hoffman, las presenta una por una y la multitud explota. Ya es lunes, la alegría deja en el olvido los puñales del pasado y el pueblo de Lula celebra un gobierno que todavía no comenzó, pero, antes que nada, la derrota de un presidente ultraconservador que es el primero, desde la recuperación de la democracia, que no conquista la reelección.