Todos los datos producidos en la Argentina y en el mundo confirman que la crisis provocada por la pandemia de COVID-19 profundizó las desigualdades preexistentes y que el impacto económico resulta completamente asimétrico en términos de brecha de género. Según la Comisión Económica para América y el Caribe (CEPAL), las mujeres de la región retrocedieron, en promedio, una década en avances en el mercado laboral. En tanto, el “Informe sobre la brecha de género global 2021” del Foro Económico Mundial advierte que en el último año se ralentizó el proceso de cierre de brechas de género global: si antes faltaban 99 años para que varones y mujeres estuvieran en igualdad de condiciones, la pandemia retrasó 36 años el proceso y ahora faltan 135 años.
El aumento de la pobreza para las mujeres empeora necesariamente la situación de niñas, niños y adolescentes y genera consecuencias para esta población vulnerable: abandono escolar, ingreso temprano al mercado laboral, malnutrición, falta de acceso a la salud o mayor exposición a las violencias representan sólo algunos de los riesgos para infancias y adolescencias. A esta información se suma nueva evidencia: el relevamiento reciente “Desafíos de las políticas públicas frente a la crisis de los cuidados. El impacto de la pandemia en los hogares con niñas, niños y adolescentes a cargo de mujeres”, producido en conjunto por Unicef y la Dirección de Economía y Género del Ministerio de Economía, cuya titular es Mercedes D’Alessandro, revela que la crisis se agudizó en los hogares monomarentales con niñas, niños y adolescentes, donde todas las tareas pesan sobre las mujeres.
En la Argentina, antes de la pandemia, cinco de cada diez mujeres participaban en el mercado de trabajo. Ese número descendió a cuatro de cada diez en el segundo trimestre del año pasado, con medidas estrictas de aislamiento y el mayor cierre de la economía argentina. Entonces, más de un millón y medio de mujeres salieron de la actividad laboral: su participación económica cayó 8,2 puntos porcentuales, un nivel comparable al de hace 20 años, y esto empeora: en los casos de las jefas de hogar sin cónyuge y con niños, niñas y adolescentes a cargo, es decir quienes sufren aún más la sobrecarga de los cuidados, la caída fue de 14 pp.
Pobreza
En comparación con el segundo semestre de 2019, cuando la pobreza por ingresos alcanzaba al 25,9% de los hogares y al 44% de los hogares con niñas, niños y adolescentes, lo que representaba el 35,5% del total de personas y el 53% de niñas, niños y adolescentes por debajo de la línea de pobreza, en el primer semestre de 2020 la pobreza alcanzó al 30,4% de hogares y al 49% de hogares con presencia de NNyA (40,9% del total de personas y 57% de niñas, niños y adolescentes). Según relevó Unicef sobre la base de la EPH, en los hogares monomarentales la pobreza alcanzó al 59% de los hogares y al 68,3% de los niños, niñas y adolescentes en el mismo período.
Las consecuencias en la caída de los ingresos y la falta de acceso a los servicios esenciales para las mujeres impactan directamente en las vidas de chicos y chicas. En el 90% de los hogares donde la jefa de hogar no completó el nivel secundario, tampoco lo completó el resto de sus miembros. “La pobreza de las mujeres se retroalimenta con la pobreza de los niños, niñas y adolescentes formando un círculo que requiere un abordaje mediante estrategias integrales”, sostiene el informe.
A pesar de las políticas públicas destinadas a amortiguar el efecto de la crisis -ONU Mujeres y PNUD señalaron que, en el contexto de COVID-19, la Argentina es el país que implementó la mayor cantidad de medidas con perspectiva de género- y de la incipiente recuperación económica consecuencia de la apertura parcial de actividades, las mujeres a cargo de hogares monomarentales no logran sortear los obstáculos para volver a la actividad laboral. En ellas, el impacto de la crisis económica y sanitaria es doble: a la falta de acceso a los espacios de cuidado que impiden mantener el empleo o buscar uno nuevo se suma la falta de acceso a la conectividad, con las dificultades que implica para sostener la escolaridad virtual de niñas y niños. Otra vez, se retroalimenta el círculo de la pobreza. Según analiza el relevamiento de Unicef y la DNEyG, “menos mujeres en el mercado laboral significa menos ingresos en los hogares, más pobreza y, por ende, más pobreza entre niñas, niños y adolescentes. Además, menos espacios de cuidado y falta de acceso a la educación implican mayores desigualdades en el futuro acceso al trabajo y, por ende, también mayor pobreza”.
Crisis de los cuidados
Lo que necesariamente atraviesa el agravamiento en los indicadores de pobreza e indigencia en los hogares monomarentales se relaciona con las tareas de cuidado, eje de la desigualdad estructural entre varones y mujeres.
La Encuesta de Uso del Tiempo realizada por el INDEC señala que las mujeres dedican tres veces más tiempo a las tareas domésticas y de cuidados no remuneradas que los varones, mientras que en los hogares en los que hay una niña o un niño menor de 6 años, aunque la participación en el trabajo doméstico aumenta tanto para varones como para mujeres, la distribución del tiempo promedio, de nuevo, es desigual: cuatro horas y media los varones y casi cinco horas más para las mujeres (9,3).
A estos datos se suma el cálculo realizado por la Dirección a cargo de D’Alessandro. Las estimaciones muestran que su aporte al producto interno bruto (PIB) es del 15,9% y que es la actividad de mayor peso, por delante incluso de la industria (13,2%) y el comercio (13%). De ese aporte, el 76% es realizado por las mujeres.
El trabajo contiene, además, una serie de recomendaciones de políticas públicas para cerrar las brechas de desigualdad y abordar la crisis de los cuidados que incluyen el fortalecimiento institucional, la protección de los ingresos y un énfasis especial en el sistema de cuidados (desde licencias por maternidad para trabajadoras informales hasta la infraestructura necesaria) y plantea, finalmente, una reactivación económica con perspectiva de género y niñez. “La inclusión de las mujeres en la estrategia de recuperación económica a través de la inversión en cuidados será central para incrementar la tasa de actividad, empleo e ingresos y, como consecuencia, una clave para frenar el círculo intergeneracional de la pobreza", dice el informe. Es que la reducción de la brecha de género redunda en vidas más dignas para niñas, niños y adolescentes.