El Presidente realizó un discurso contundente, que por momentos adquirió un tono más firme que de costumbre y con una intención de ser agudamente realista. En términos de su organización, se esforzó por articular de manera clara el pasado, el presente y el futuro. Con “convicciones intactas, humildad frente al error y satisfacción por los logros obtenidos con esfuerzo”, abrió la puerta a un nuevo comienzo, a una nueva etapa de su Gobierno.
Respetando la cronología de un relato ordenado, el Presidente comenzó planteando las dificultades a las que se enfrentó su Gobierno. Utilizó una idea que resulta verosímil para una gran parte de la sociedad: la doble pandemia, es decir, la amarilla (que implicó destrucción del estado, del mercado interno y un proceso de endeudamiento) y el coronavirus. Ante este combo de herencia macrista y una situación mundial cargada de incertidumbre, sobre la cual nadie tiene recetas eficaces de gestión, el balance del 2020 fue presentado con saldo positivo en tres puntos centrales: fortalecimiento del sistema de salud, protección a la producción y al trabajo y refuerzo de programas alimentarios.
Por otra parte, ¿Qué imagen intentó proyectar Alberto Fernández? Los atributos que realzó fueron la firmeza, la sensibilidad y la transparencia. La última ingresó obligatoriamente en el discurso, luego de la crisis relacionada con el proceso de vacunación. En un gesto inteligente hizo referencia al tema utilizando de manera casi calcada los mismos argumentos que ya había esgrimido, evitando dar a la oposición nueva tela para cortar.
En el plano político delimitó los códigos de interacción con los distintos interlocutores: la unidad como un activo fundamental entre los propios y el diálogo con los ajenos, aunque estos quedaron divididos en su discurso, entre los que acceden a dialogar y los que no están dispuestos a hacerlo.
En este sentido, fue mucho categórico: le exigió al macrismo que “hagan un mea culpa y entierren su odio”.
De esta forma, al proponer el diálogo casi como una política pública y ubicar en el lugar de la irracionalidad y la violencia a los líderes de Juntos por el Cambio, buscó romper la principal herramienta de una oposición con argumentos débiles y poca imaginación, que busca definir al Gobierno como autoritario.
En términos de rumbo de gestión ¿Cuáles son los puntales de las políticas que anunció? En primer lugar, la gran promesa del Frente de Todos, encender la economía. Fue el punto más fuerte del contrato electoral en 2019 y la clave del triunfo. Desde el oficialismo apuestan a retomarla, confiando en que la sociedad renovará su confianza en medio de un horizonte en el que comienza a verse la salida de la pandemia. Al respecto, los ejes son los mismos que había señalado Cristina Kirchner en diciembre, en el acto de La Plata: salario, precios razonables de bienes de consumo y tarifas justas.
Luego, la gran política de este año es el plan de vacunación. La respuesta a los ataques de la última semana fue de perfil moderado: mesura y ausencia de exitismo. El Presidente no dejó de reconocer las dificultades y la necesidad de realizar un esfuerzo para cumplir el objetivo, pero se mostró confiado en poder llevar adelante un proceso histórico.
En tercer lugar, el acuerdo con el Fondo tuvo un lugar sumamente relevante, enmarcado en la demanda por administración fraudulenta y malversación de caudales al préstamo que realizó a la gestión de Mauricio Macri. Además, una decisión central desde el punto de vista del funcionamiento económico y que tiene un impacto directo en la vida cotidiana de los argentinos: no se admitirán ajustes recesivos como contrapartida de un acuerdo con el FMI.
Ahora, nos interesa abrir un paréntesis para plantear un eje transversal, sobre el que no se extendió demasiado pero tiene la particularidad de haber ocupado un lugar importante en el orden de su discurso, ya que fue el último tema. Se trata de la importancia de un Estado presente. Es la discusión subyacente en todos los demás asuntos políticos: más o menos Estado, esa es la cuestión.
En definitiva, la apertura de sesiones extraordinarias marcó, como suele suceder en los años impares, el inicio de una competencia feroz de cara a las elecciones de medio término.
El presidente Alberto Fernández tomó la iniciativa de conversar directamente con su base electoral más dura, proponiendo decisiones que tocan la fibra de ese sector. En lo económico, puso el foco en la recuperación del salario, el control de precios de bienes de consumo y pesificación de tarifas de servicios.
En lo político, apuntó directamente al macrismo. El tono polarizador de Alberto Fernández muestra que asumió la necesidad de contener al núcleo duro del kirchnerismo para garantizar un triunfo principalmente en el corazón de todas las batallas: la Provincia de Buenos Aires.