En la última semana de 1999, el por entonces gobernador justicialista de Santa Fe, Carlos Reutemann, quiso privatizar la Empresa Provincial de la Energía (EPE). La idea, curiosamente, iba a contramano del contexto: el menemismo se iba del poder y, con él, la doctrina de reforma del Estado. En mayo de 2002, con el país en llamas, el expiloto de Fórmula 1 desistió públicamente de llevarla a manos privadas. Allí se empezó a allanar el camino para consolidar una empresa bajo la órbita del Estado provincial que se convirtió en una estructura interna compleja y en una caja de resonancia de la política santafesina.
Se trata de una empresa estatal provincial, pero con autarquía en el ejercicio de su gestión administrativa, financiera, contratista y comercial que ha hecho un proceso de acumulación sólida. Por eso, suena impensado que corra la suerte de la distribuidora Edesur y llegue a un proceso de colapso, ya sea por un servicio crítico o un atraso tarifario. Justamente, la tarifa cargada durante años, principalmente por la distribución propia, es una de las razones. Podría decirse que es una locomotora armada para que marche sin problemas, siempre y cuando no se le deje de echar carbón.
No le esquivó al tarifazo del macrismo de 2018, pero, cuando fue insostenible la situación, se decidió políticamente no trasladar incrementos y avanzar con tarifas sociales. Posee los fierros de alta y media tensión a partir de un proceso de inversión realizado en los últimos años luego de varias temporadas de descontento social por la calidad del servicio, como el caliente verano de 2013. Esto ha garantizado que no existan grandes apagones. El problema es en ciertas zonas con la baja tensión, por cortes no masivos debido a la obsolescencia del cableado subterráneo, por ejemplo, en el centro rosarino.
Es la empresa más grande de la provincia, con 3.800 empleados y una red de 55 mil kilómetros de lineas que abastece a un millón y medio de clientes y 3,5 millones de personas a lo largo de los 800 kilómetros de la provincia. El patrimonio neto es de 15.000 millones de pesos.
ESTRUCTURA. Lo más interesante de analizar es su composición y relaciones internas entre operarios, administrativos y funcionarios de jerarquía. Hay un verticalismo marcado en la estructura y también en lo procedimental que convive con cierto aire familiar, retratado en la incorporación de personal. “Hay mucha identidad. Todos se sienten dueños de la firma, lo que tiene su parte positiva pero, también, sus perjuicios”, comentó un exempleado de rango de la firma. Los sueldos de la mayoría de la planta son altos y en algunos casos terminan siendo exorbitantes por los plus y los adicionales.
El Sindicato de Luz y Fuerza tiene un peso extraordinario en la firma por el doble poder de tener una silla en el directorio de la empresa y, a la vez, ser representante de los trabajadores. Es decir, toma decisiones en los lineamientos de la empresa y puede presionar por frentes de conflicto. El gremio valora a los que llegan después de haber enterrado la pala en la tierra en algún verano al rayo del sol.
Los articuladores son los ocho gerentes, la otra capa relevante de la firma. No son comisarios del gobernador. Tienen el verdadero poder de mando, pero, a la vez, deben negociar con el gremio. Tarea nada sencilla es ganarse el respeto de la tropa. Esa presión es la medida del éxito o el fracaso de su gestión. Son el Yo en la psiquis de la EPE. En algo coinciden: no gustan internamente los nombrados o ahijados políticos.
El triángulo de poder lo completa la presidencia. El Ejecutivo pone al presidente y tiene dos votos más en el directorio. Si bien tiene más peso en la votación, en la práctica, a veces termina siendo relativo, porque el presidente no tiene capas de funcionarios como en un gobierno, sino que debajo están las gerencias y el gremio, quienes muchas veces son los que cocinan las decisiones.
La elección, sobre todo el alejamiento de estos representantes del Ejecutivo tras choques internos, ha traído sus ruidos. El caso más reciente fue el alejamiento de Raúl Stival, un jerárquico de carrera puesto por Miguel Lifschitz que, entre el mar revuelto por los tarifazos del macrismo de 2018 y los encontronazos internos con el gremio y parte de la cúpula, terminó alejándose. El exgobernador socialista eligió al subsecretario de Energías Renovables, Maximiliano Neri, un perfil de su riñón político.
POLÍTICA. Como empresa del Estado, la EPE tiene su protagonismo en las relaciones políticas. El ejemplo claro se dio en el fuego cruzado generado cuando ganó la gobernación Omar Perotti luego de 12 años de socialismo, desde donde se generó un sentimiento de pertenencia con la firma. Ni bien asumió, Perotti puso un interventor que sigue administrando la firma. Esto despertó las críticas del socialismo al entender que el gobierno quiere instalar una imagen desoladora de la empresa y cargarle responsabilidad.
El ida y vuelta termina poniendo a la empresa como terminal del conflicto político. La diputada socialista Clara García fustiga a la intervención al sostener que, “en sólo seis meses de gestión”, la EPE acumula una deuda de más de 10 mil millones de pesos con Cammesa, la mayorista de energía. “Vemos con preocupación una EPE injustificadamente intervenida, endeudada, casi sin inversiones y cediendo su remanente financiero al Tesoro para otros fines”, dice la legisladora, que se recuesta en informe de la Auditoría General de la Nación (AGN) que registró un “estado superavitario de la EPE al 10 de diciembre de 2019”.
El gobierno justicialista habla de una deuda heredada de unos 5.000 millones de pesos y de sólo 1.100 millones en caja para el arranque. El efecto pandémico de recaudación por debajo de lo habitual, más un presupuesto provincial que había proyectado una cifra mucho mayor para la EPE, fue el argumento para estirar la intervención de Mariano Caussi, quien avisó que negocia refinanciar la deuda con la mayorista.
Tener deuda con Cammesa tiene una pequeña ventaja: la mayorista no puede interrumpir el servicio de energía por más deuda que exista. Muchas distribuidoras usan esa deuda para financiarse en el mercado, dado que pueden deducir los intereses cobrados y terminan siendo más bajos que los de alguna alternativa de inversión. En el club de distribuidoras eléctricas, todos se felicitan y se cuidan. El corporativismo interno también es del sector.