Ante la falta de respuesta de las autoridades, el obispo Eduardo García conformó un Comité de Crisis diocesano en el que, junto a curas y agrupaciones sociales, busca soluciones de emergencia para afrontar la cuarentena en los barrios populares del partido de La Matanza.
El prelado matancero definió a la provincia de Buenos Aires como “una tierra arrasada, una tierra abandonada” por los sucesivos gobiernos, trazó un panorama agorero del después de la crisis y reclamó políticas “no de limosna, sino de promoción”.
“Si bien las políticas sanitarias son para prevención y se privilegia la salud a la economía, sin economía en un futuro no habrá salud, porque no existirán los recursos suficientes”, aseveró el obispo en una entrevista con Letra P y advirtió que en los barrios vulnerables "creció el menudeo de droga porque hay que conseguir plata”.
BIO. Nació en Buenos Aires hace 64 años. Antiguo colaborador de Bergoglio, tiene línea directa con el papa. Es de esos obispos “en salida” que apoya el pontífice. Camina las villas y predica las enseñanzas de su promotor episcopal: “Tierra, techo y trabajo no son privilegios sino derechos”. No reniega de su historia con raíces peronistas, movimiento en el que pudo identificar “claves importantes” de la doctrina social de la Iglesia y la conciencia de pueblo. No obstante, aclara, hoy su carta de identidad es “ser pastor” de la comunidad matancera.
Papista. García es uno de los barones de Bergoglio en el conurbano bonaerense.
-¿Cuál es la situación en las villas de La Matanza a raíz del coronavirus?
-La situación en los barrios populares de La Matanza es delicada y compleja. Es delicada porque las normas establecidas para prevenir la propagación del coronavirus son escasamente aplicables. La gente pone buena voluntad, pero las viviendas, en su mayoría precarias, y la cantidad de habitantes por familia hacen que sea muy difícil un aislamiento saludable. La rapidez de los sistemas sanitarios cuando se detecta un posible caso deja bastante que desear. Sin ir más lejos, el domingo, la respuesta del área responsable fue “disculpe la demora. Este es el teléfono de consulta por programas sanitarios. El fin de semana estuvo fuera de servicio. Puede dejarnos su consulta”. Parece que los contagios tienen que esperar al lunes. Recién el viernes comenzaron los testeos en los barrios y el tiempo dedicado a realizarlos no alcanza para cubrir la población de cada barriada. Para la mayoría de las familias, el sustento proviene de trabajos informales, obreros de la construcción, mujeres que trabajan en casas de familia y changas que no están saliendo. Esto obliga a salir a buscar comida a comedores y ollas populares. También, a hacer filas interminables para anotarse y poder recibir el subsidio estatal y, en casos, sacar el documento.
-Habló de una situación delicada, pero también compleja...
-Sí, porque hay que dar respuesta a las necesidades y los tiempos de la cuarentena no son los del estómago, que reclaman comida para poder vivir, y abrigo para afrontar las bajas temperaturas. La gente tiene que salir a buscar comida rompiendo las reglas de la cuarentena. Repito algo que escuché de una madre con seis hijos: “El coronavirus no sé si me va a agarrar, pero si no salgo a buscar comida, de hambre seguro nos vamos a morir”.
-¿Qué otras cosas puso al descubierto la pandemia?
-Una gran deficiencia en la llegada del Estado a los barrios a nivel sanitario, de presencia de seguridad y asistencia social.
-¿Por qué se necesitó un Comité de Crisis diocesano para atender las urgencias?
-Hablamos de un comité diocesano, no municipal. Hace tres semanas, junto a otras agrupaciones sociales, la Iglesia hizo el pedido a las autoridades para crear un Comité de Crisis para abordar el tema y aún no ha tenido respuesta. Pero, como la realidad no puede esperar, con curas y laicos de los barrios se formaron equipos para buscar soluciones a problemas concretos y asumirlos, haciendo un trabajo de francotiradores. Creamos diez comedores y armamos casas para abuelos en situación de calle, que son más de los pensados. Los abuelos caen en el hospital, los compensan y vuelven a la calle. Están en un continuo circulo vicioso. También armamos dos paradores para gente en situación de calle y doslugares de aislamiento.
-¿Reciben ayuda del Estado?
-Sí, pero no alcanza. Cuando pedimos más porque los cupos aumentan, la burocracia hace que cuando llegue, si llega, el aumento de ración, hay que volver a pedirlo.
-¿La estrategia del Gobierno para afrontar la pandemia es correcta?
-Esto se está haciendo demasiado largo. El virus no tiene tiempo de vencimiento. No hay una política sanitaria preventiva. Se sale a “apagar incendios”. No hay una política de adelantarse a los problemas. Si bien las políticas sanitarias son para prevención y se privilegia la salud a la economía, sin economía en un futuro no habrá salud, porque no existirán los recursos suficientes. La cuarentena sin una acción proactiva frente a la crisis del coronavirus sirve a medias. Muchas medidas se piensan desde una población en situación homogénea y eso no es real. En los barrios, muchos chicos van a la escuela porque tienen comedor. En las escuelas se han cerrado los comedores y se reemplazan por bolsitas con alimentos. Eso supone una casa, una garrafa, una olla y una mamá que cocine; cosas que no siempre existen. Además, las escuelas son un lugar más contenedor e higiénico que muchas casas y que la calle, donde los chicos terminan por no tener lugar en sus viviendas. Hay más chicos en la calle y ha crecido nuevamente el menudeo de droga, porque hay que conseguir plata. Estas cosas quizás en otros barrios no pasan.
Hay cosas patéticas en el hacer social de muchas autoridades, que quieren sacar partido de las coyunturas difíciles poniéndole marca y fotos a cada acción. Un testeo, entrega de alimentos o apertura de comedores con fotos de autoridades es un bochorno.
-¿Cómo estima que será el escenario pospandemia?
-No quiero ser pájaro de mal agüero, pero la crisis económica nos va a afectar indudablemente. En la calle del obispado ya han cerrado definitivamente 24 negocios. Los comedores seguirán funcionando un tiempo muy largo, porque muchos han perdido el trabajo, muchas empresas y fábricas tendrán que rearmarse y la economía tendrá que reactivarse. Todo este tiempo de inercia tendrá un costo público. La realidad será distinta.
-¿Urge un pacto social?
-Necesitamos un diálogo sereno en el que no se ponga el acento en la opción política, sea cual sea, para centrarnos en el bien del pueblo. Tenemos un grado de inmadurez social muy grande en el que no sabemos descubrir que las diferencias son un aporte a la totalidad y no una barrera que divide y enemista. Hay cosas que son patéticas en el hacer social de muchas autoridades, que quieren sacar partido de las coyunturas difíciles, poniéndole marca y fotos a cada acción. El ego y el afán de protagonismo bastardean las acciones que son obligación, responsabilidad, de quienes fueron elegidos para cuidar a la sociedad. Un testeo, entrega de alimentos o apertura de comedores con fotos de autoridades es un bochorno. Esto puede justificarse y hasta entenderse en momentos de campaña, pero no ante una tragedia social.
-¿En una “tierra arrasada”, como algunos califican al territorio bonaerense, se puede cuidar la casa común como pide el papa?
-Tierra arrasada y tierra abandonada. Ojalá podamos. Es lo que necesitamos para la pospandemia. Cuando hay proyectos, oportunidades y acompañamiento, la gente apoya y asume las propuestas y se las pone al hombro. Prueba de eso es que de un basural se puedo armar un polideportivo; de una granja abandonada, un hogar de mujeres en situación de riesgo, de recuperación de adicciones, de primera infancia y secundaria de adultos. De búnkers de droga, sala de primeros auxilios, comedor para chicos, jardín de infantes. Es un esfuerzo que hay que hacer con políticas, no de limosna, sino de promoción. Son sus pilares las 3T de Francisco: tierra, techo y trabajo, que son derechos para vivir con dignidad; y de las 3C para los barrios: colegio, club y capilla para contrarrestar las C de la muerte: calle, cárcel y cementerio.