Mientras gran parte de las personas en Argentina y el mundo se quedaron en casa, el mercado audiovisual se movió en la pandemia. Y todavía lo hace. La TV creció en audiencia. Amplió sus informativos y programas en vivo. Los proveedores de audiovisual por Internet que ya estaban –OTTs como Netflix y otros- ganaron clientes, dinero y tiempo de atención, un bien escaso en tiempos normales pero disponible en cuarentena. Aparecieron novedades de jugadores estatales y buenos rendimientos. Y también privados comerciales.
Pero a medida que se extiende el aislamiento y se demora la nueva normalidad asoman cada vez más claras las preguntas por el futuro, tanto para el corto plazo como de mediano y largo alcances. La industria necesita saber cuándo y fundamentalmente cómo será.
El impacto del COVID 19 debe ser desagregado. Por un lado, lo que genera la pandemia: millones de personas se enferman en casi todos los continentes, cientos de miles mueren, el temor y las desigualdades estructurales quedan expuestas. Por el otro lado está lo que deriva de las medidas sanitarias que buscan mitigar los efectos: diferentes mecanismos de aislamiento social, “cuarentenas” y suspensión de procesos productivos, entre otros.
En el Audiovisual Ampliado esto se desarrolló con diferencias muy marcadas, basadas en dos sectores y un aspecto: las industrias que trabajan con stock de productos, las que desarrollan lógicas de flujo y los comportamientos de las audiencias.
Cada uno de los tres se alteró a corto plazo a su forma y a su modo. La TV sumó audiencia pero cayó en financiamiento. Reaccionó rápido en su programación: desplazó el prime time, amplió la emisión "en vivo", extendió los horarios de los noticieros y demostró -otra vez- que está viva. Los servicios digitales también crecieron en consumo. Contaban con una oferta amplia que respondió a una audiencia que dedicó más tiempo al entretenimiento
La TV paga combinó aspectos. Los proveedores del servicio vieron caer la recaudación, no pueden incrementar las tarifas ni suspender la prestación por falta de pago. Las señales de noticias ofrecen una agenda hegemonizada por el COVID19. Las deportivas alteraron sus programaciones. Ante las suspensiones de las competencias a lo largo del mundo, apelaron al uso de su archivo como "stock". Combinaron material histórico con programas de emergencias “desde casa”. Los regresos del fútbol en Alemania, España e Italia las devuelven un poco a su ritmo.
Por su parte, los OTTs pudieron satisfacer a una demanda creciente. Algunos adelantaron estrenos que tenían agendados, como hizo Netflix con la serie sobre Michael Jordan. Apostó por ello al comprarle la distribución en la región a Disney, quien la produjo en Estados Unidos en sociedad con el exjugador. Se adelantó así a su futuro competidor: Disney Plus. Pero, a medida que el proceso se extiende y las aperturas se demoran, afloran muchas preguntas. ¿Cómo y cuándo podrán renovar sus ofertas dentro de seis meses, cuando lo necesiten y la “estantería” de novedades esté agotada?
El caso del cine resulta especial. Algunos actores de la industria dicen estar en stand by. Esperan volver a filmar ni bien se pueda, estrenar películas en salas y que el mercado retome su lógica de “ventanas” tradicional. Esa mirada optimista se esperanza en la posibilidad de adaptarse al futuro mediante protocolos. La mayoría de superproducciones de 2020 se han reprogramado y otras van camino a los sistemas de streaming. La nueva de James Bond se reprogramó para fin de año en salas, igual que la adaptación de Mulán que Disney hizo con actores y actrices. Mientras Netflix estrenó la nueva de Spike Lee y la de Charlize Theron, Disney Plus busca competir con “Artemis Fowl”, dirigida por Kenneth Branagh.
El dilema es qué pensarán quienes consumen. Y allí predomina el pesimismo de la razón. Una vez que se habilite, ¿volverán las personas a desplazarse por la ciudad para asistir a una sala? ¿Cuántos estarán dispuestos a encerrarse en un sitio con otras decenas de personas para ver algo que pueden tener en casa?
La TV sumó audiencia pero cayó en financiamiento. Reaccionó rápido en su programación: desplazó el prime time, amplió la emisión "en vivo", extendió los horarios de los noticieros y demostró -otra vez- que está viva.
Si bien el mercado de las salas tiene en la venta de comidas y bebidas la fuente central de sus ingresos, incluso sobre la taquilla, ¿es sustentable un modelo con 80 butacas donde antes había 300? No se sabe. Es muy temprano para responder, pero no para preguntarlo.
Otro dilema a resolver en el mediano plazo: las audiencias elijen qué ver a partir de lo que se enteran. Cada año se producen unas 7.000 películas en todo el mundo. Alguien que consuma mucho puede ver, como un número extraordinario, 15 films por mes. Eso suma más de 100 al año. Sin la forma tradicional del “teatrical” (la movilización de público a la sala para ver lo que se exhibe en esa primera ventana) todo es incertidumbre.
En el Audiovisual Ampliado el modelo digital sigue siendo de suscripción. Se sostiene un pago regular a cambio de un servicio regular. Allí el pago se asume como gasto fijo y no importa cuánto tiempo se destine para tal fin. En Argentina esto tiene tradición con la TV por Cable desde 1963. Y se extiende a los OTTs, que crecen. En esa opción no se asocia el momento del consumo con el del pago. En cambio, en la lógica transaccional (pagar para acceder a un producto específico), formato típico de acontecimientos y espectáculos con personas que asisten físicamente, parece más difícil de explotar en el entorno digital. La vinculación del momento de consumo con el de pago -ese que busca extenderse en los recitales transmitidos por streaming- podría conspirar con su desarrollo.
En la “nueva normalidad” (¿habrá una?), el Audiovisual Ampliado deberá revertir los efectos negativos del tándem COVID19-Cuarentena(s). Parece difícil. Hoy predomina la incertidumbre y lo único que tenemos a mano son buenas preguntas.