Mientras el encierro, ya extenso, genera en la gente común una ansiedad centrada en cuándo salir como solución a todos los problemas, el Gobierno, los sindicatos y el sector empresario piensan en lo doloroso que será ese momento. Hay un contraste peligroso entre la percepción de la opinión pública y la de los núcleos de poder sobre lo que se viene. El primero y más fuerte, que la cuarentena administrada representará una reactivación económica, no normal en volumen pero sí en algo de operaciones. Los ministerios vinculados a la cuestión económica reciben a diario informes de situación de los sectores y, además, vislumbran que empieza a haber una mutación en el comportamiento del consumidor, que saldrá de la pandemia distinto, más conservador en la toma de decisiones, renuente a gastos suntuosos y a gustos que en la vida pasada eran habituales. También, según analizan en el Gobierno, variarán las costumbres de esparcimiento, habrá renuencia a reuniones en lugares públicos y caerá la asistencia a eventos masivos.
Mientras aplica una política económica de salvataje, rescate y contención, el Ejecutivo que conduce Alberto Fernández, al igual que los intendentes del conurbano y algunos gobernadores, miran más allá con más pesar que expectativa. En Jujuy, esta semana se les pidió a los grandes supermercados que pongan en la puerta de ingreso un trapo con lavandina que debe ser reemplazado cada 20 personas que entran a comprar. El del retail es un sector que se mira con lupa: hay 18 casos de empleados contagiados de COVID 19 si se toman los datos reportados como los oficiales. El Ministerio de la Producción está centrado en exigir protocolos a todas las actividades, pero nadie sabe qué puede resultar si se hacen laxas las habilitaciones para mayor circulación de personas.
En el sector productivo hay actividades, como las de la industria del aceite y el sector cárnico, que contrataron infectólogos de peso para que armen protocolos de trabajo para una actividad económica que no va a ser normal por mucho tiempo. ¿Qué pasaría si diera positivo de COVID 19 un operario del sector alimentos? ¿Se pararía la planta? ¿Por cuánto tiempo y bajo qué condiciones? ¿Cuánto duraría el cierre? Todas estas preguntas se hacen los empresarios fabriles porque saben que, a la larga, va a haber contagios.
Fernández, con la UIA.
Una charla entre un ceo fabril y un funcionario bonaerense:
-Si yo te doy hoy un pasaje abierto a cualquier lugar del mundo, ¿lo aceptas?- inquirió el funcionario.
-La verdad que no- respondió el hombre de negocios.
Luego le preguntó si aceptaría una cena de lujo en un buen restó de Puerto Madero para ir ni bien se relaje la cuarentena. “Tampoco”, devolvió.
Algo parecido planteó el ítalo argentino de la FIAT Cristiano Rattazzi, en una reunión de la UIA, al resignarse a que “ya nadie va a querer comprar un auto después de esto”. Otro empresario, de los alimentos, planteó otra duda: “Supongamos que nos habilitan a producir a otros sectores. ¿Es para venderle a quién, si no hay circulación?”. Lo dijo uno de los que bancan la cuarentena y creen que el Presidente acierta más de lo que marra en el diagnóstico de que hay que seguir el encierro.
Naturalmente, el Estado convive con cierto nivel de desconcierto y problemas técnicos. Un ejemplo: habilitó el funcionamiento de talleres mecánicos para vehículos públicos y de emergencia, pero no declaró esenciales a las fábricas que hacen repuestos. Sólo trabajan las que hacen partes para exportar.
Todas esas tensiones también existen en la política interna. Hay quienes le dicen al Presidente que la economía no puede soportar más y aquellos fieles del confinamiento que bancan. También están los que creen que se expone mucho al jefe de Estado y que es necesario un superministro que comunique mejor y con más intensidad.
Si el virus estuviera en el aire, como el ébola, habría más conciencia del riesgo y las consecuencias del problema. Pero con la idea de la gripe que afecta a adultos mayores, no hay una aceptación social de una economía en estado de guerra y entrando a la posguerra, a la reconstrucción: el período más duro, que es el de salir a la calle a ver los efectos de dos meses de encierro. Se trata de un panorama negro que obliga a tener paciencia y replantear el ordenamiento de los poderes políticos. Y de un contexto que derrumba casi todos los dogmas liberales y pone en el eje al Estado benefactor y a la burguesía nacional, que mostró también carecer de algunos principios básicos aún en pleno desarrollo del virus.
En este escenario, el Gobierno decidió, vía el pago de salarios y otros beneficios, un salvataje de hecho a las empresas. En paralelo y más allá de las traiciones diarias, como el vicio de remarcar precios, el Ejecutivo optó por la paz transitoria con los grupos de poder. Una muestra es la renuencia de buena parte del Ejecutivo al proyecto para el impuesto a las grandes fortunas. La crisis es tan grande, cree un sector del oficialismo, que ese dinero no sólo no resolvería casi ninguna de las necesidades actuales, sino que, además, terminaría generando ruido con dos o tres poderosos, cuando la pandemia no deja margen para grandes batallas.
El Gobierno tiene algunas certezas políticas en este escenario: la primera, que la mayor parte de la sociedad comparte el rumbo elegido; la segunda, que el 99% de la oposición ahora piensa como él. Pide más Estado, banca la emisión y revaloriza la función pública. El miedo es traicionero, hasta para los ultras y los racionales del PRO y la UCR. El único díscolo es
Mauricio Macri. La carta del expresidente alertando sobre avances del populismo muestra que, aún fuera del poder, tiene problemas serios para ver la política con claridad y, más aún, las necesidades de la población. Es el único.