El gesto fue significativo. Horas antes de ir al Congreso para rubricar el acuerdo de unificación parlamentaria del peronismo, el presidente electo, Alberto Fernández, le dedicó algunas de sus preciadas horas a un encuentro con Hugo Moyano, el principal líder sindical opositor a la cúpula de la CGT. A sabiendas de la necesidad de abroquelar a todo el arco sindical para fortalecer el acuerdo social tripartito, el próximo jefe de la Casa Rosada se prestó a visitar la sede de Camioneros, el comando central del dirigente díscolo del sindicalismo. Pese a que en el entorno del camionero juran que criticó a "gordos" e "independientes" y habló de "las dificultades de la unidad sindical", la visita se pareció más a un abrazo de contención que al respaldo a la posición crítica que encarna y que no le esquiva al conflicto.
El encuentro público ocurrió después de una serie de gestos del sindicalista opositor que esbozan una estrategia de diferenciación para contrastar con la posición del resto de los popes de la CGT, ese relato que coloca a Moyano como ideólogo y (casi único) protagonista de la resistencia al gobierno neoliberal que se extingue.
El primer ensayo concreto de esta estrategia fue el amague de faltazo a la visita de Fernández a la CGT que amenazó en convertirse en un desplante en una cita esperada por el mundo sindical. Finalmente cedió, pero no depuso las armas. Al contrario, agita un desmarque permanente respecto de sus adversarios internos de la cúpula cegeteista.
En un especie renovado vandorismo, Moyano golpea y negocia espacio político en el próximo gobierno y disputa la referencia gremial, sin una jefatura a la que acudir para encontrar mediación. En las últimas semanas, acrecentó los contrapuntos con una serie de hechos que agitan la grieta sindical.
En plena crisis económica y cuando varios sindicalistas pidieron prudencia a la hora de reclamar un bono de fin de año, los cruzó y aprovechó para hacer leña del árbol caído.
"Habría que preguntarles a los trabajadores de cada sindicato de la CGT si están de acuerdo (con no cobrar el bono). Estoy seguro de que no lo están porque el salario ha perdido el poder adquisitivo de una forma tremenda", disparó sobre la decisión de la CGT de circunscribir el reclamo a la realidad de cada sector. Acto seguido, movilizó a sus afiliados para calentar la calle de una Secretaría de Trabajo que, se sabe, ya no tiene condiciones políticas para resolver ningún conflicto.
En un especie renovado vandorismo, Moyano golpea y negocia espacio político en el próximo gobierno y disputa la referencia gremial, sin una jefatura a la que acudir para encontrar mediación.
Del mismo modo, cuando la CGT se empieza a robustecer con el retorno de sectores que se alejaron en los últimos años y madura un consenso para respetar el mandato del Consejo Directivo de la CGT que vence en agosto, el líder camionero pidió un adelantamiento de las elecciones que cambie los nombres de la conducción.
El reclamo lo pone, otra vez, como protagonista, cuando apela a que, apenas asumido Néstor Kirchner en el lejano 2003, hubo renovación que lo llevó a él a lo más alto de la cúpula de la central obrera.
"Son maniobras para meter presión en pleno cierre de nombres para el Ejecutivo", asegura uno de sus detractores que reduce el tema a esa discusión y asegura que la pelea por el bono es un acting porque ese pago ya estaba pautado en la paritaria. Lo cierto es que el mecanismo le resulta a Moyano que produce hechos políticos sacados con forceps.
Con la decisión de contenerlo y evitar fugas, Fernández se prestó esta semana a ir él a la Federación de Camioneros, un gesto que no tuvo, al menos públicamente, con otros gremios. La visita incomodó a otros líderes sindicales, sobre todo porque, en paralelo a ese encuentro, los miembros del Consejo Directivo de la central obrera estaban reunidos definiendo los términos de la movilización para respaldar al presidente entrante durante su asunción.
Por ahora, ni en la CGT ni en el propio Frente Sindical para el Modelo Nacional, el sello que contiene a la constelación de gremios alineados con Moyano, ven margen para una ruptura real ni con el Gobierno ni con la central.
Los primeros señalan que sería demasiado alto el costo político que tendría que asumir el camionero si se inclinase por fracturar la central en el inicio de un nuevo gobierno peronista. Sobre todo, porque el sindicalismo lo asume como propio.
Los segundos apelan a que el Consejo Directivo de la CGT "dé una paso más allá de lo discursivo y pongan en marcha la unidad sindical que proclaman". En criollo, piden que sean convocados para negociar cómo se debería dar la reunificación de la CGT el año que viene. Como punto de partida, confían en que se replique el esquema de 2016 que. con Moyano corrido, les permitió colocar a Juan Carlos Schmid en el triunvirato y hacerse de varias secretarías en el Consejo Directivo.
En las próximas semanas, se verá si los movimientos del moyanista, además de impacto público, le permiten cosechar capital político y presencia en las estructuras del Estado que sirvan de referencia para la discusión de una futura conducción de la CGT.