La confirmación de Luis Lacalle Pou como presidente electo de Uruguay implica un giro político fuerte, del centro-izquierda al centro-derecha, en el país vecino después de 15 años de hegemonía al Frente Amplio. Sin embargo, dentro de la “coalición multicolor” que lo llevó al poder -en la que participan, además de su Partido Nacional (Blanco) y del también tradicional Partido Colorado, expresiones centristas y hasta una de derecha dura, como Cabildo Abierto- hay, para quienes miran desde afuera, un secreto interesante: el perfil de la vicepresidenta electa, Beatriz Argimón.
Habrá desde el 1 de marzo, cuando asuma esta última, dos mujeres en el primer lugar de la línea sucesoria tanto en Uruguay como en Argentina. Una, Cristina Kirchner, es una figura descollante en los últimos doce años de historia nacional, al menos; la otra, Argimón, es una posible estrella naciente, en términos generales diferente de la primera, pero también con algunos puntos de contacto.
Argimón, que nació en Montevideo hace 58 años, está casada y tiene dos hijos. Es, como Cristina Kirchner, abogada, aunque en su caso la profesión la haya llevado a la escribanía. También es una militante política de larga data, actividad que comenzó a los 16 años en el Partido Nacional. También ha sido una pionera en abrirles paso a las mujeres en una actividad machista y el año pasado se convirtió en la primera en llegar a la titularidad del Directorio de su agrupación.
La cuna de clase media, montevideana en un caso y bonaerense en el otro, es otro rasgo que las vincula, lo mismo que un porte actual, que las muestra socialmente más encumbradas.
Asimismo, su perfil ideológico podría considerarse en alguna medida afín, dado que Argimón dado que se encuentra claramente a la izquierda de su mentor, Lacalle Pou.
Luis Lacalle Pou y Beatriz Argimón (FOTO: agesor.com.uy)
El Partido Nacional es, como todos las grandes agrupaciones latinoamericanas, un fenómeno ideológicamente complejo. Fundado en 1836, durante la llamada Guerra Grande (1839-1851), su fundador, el general Manuel Oribe, se alineó con el federalismo rosista contra la alianza de colorados orientales y unitarios argentinos. El fuerte arraigo federal y la vocación por la defensa de las masas trabajadoras del campo persisten desde entonces, lo que hace que aun hoy concentre su potencia electoral en las zonas menos desarrolladas del interior uruguayo. Así, aunque se trata de una agrupación predominantemente de centro-derecha, ha mantenido bolsones que se podrían calificar como progresistas, como el que respondió a Wilson Ferreira Aldunate, sobre todo antes y después de la redemocratización del país en 1985.
Del wilsonismo, justamente, proviene Argimón, cuya alianza con Lacalle Pou es la consumación de la unión de ese sector con la otra gran corriente blanca, el herrerismo, encarnada hoy en el presidente electo.
Su carrera política se ha dividido entre la acción social -fue directora del Instituto Nacional de Menor (Iname) durante la presidencia del padre de Lacalle Pou, Luis Alberto Lacalle Herrera (1990-1995)- y los cargos legislativos -fue diputada dos períodos entre 2000 y 2010-.
Otro rasgo ideológico que la distingue es el feminismo, que la llevó a sumarse a la Red de Mujeres Políticas y a la bancada bicameral femenina del Parlamento oriental. En este punto ha sido más consecuente que su par argentina, quien tal vez sea junto a Eva Perón la figura política femenina más fuerte del país, pero que nunca ha hecho del feminismo un eje orientador y que solo pasó a apoyar la reivindicación de la legalización del aborto, según dijo, a instancias del movimiento juvenil y de su hija Florencia.
No conviene exagerar los puntos en común entre Argimón y Cristina Kirchner. Más allá de la profesión y la militancia larga, los parecidos ideológicos entre ambas responden a las afinidades y a las diferencias de dos países que, si bien son cercanos, parecen vivir conforme a matrices diversas.
De ese modo, la vocación progresista no es igual en el caso entre una militante “nacionalista” (blanca) y una peronista, lo mismo que el feminismo, mucho más consecuente en el caso de la primera, hija de un país pionero en la región en materia de derechos individuales.
“Si bien las dos creen en la ampliación de derechos y en el rol del Estado, a Cristina la veo mucho más a la izquierda”, definió a Argimón un hombre que la conoce bien. La matriz ideológica de esta última es, en lo que hace a los derechos individuales, más liberal, a tono con la experiencia histórica de su país.
“Fui y soy muy activa en los asuntos de derechos humanos. Desde una mirada de los niños, desde la mirada de las mujeres. Del desarrollo de cada individuo y de las garantías que tiene que dar el Estado para que cada individuo se desarrolle. Es mi historia, no es solo de ahora. Fue siempre. ¿Qué significa tener una agenda de derechos? Tener puntos donde hay que trabajar con determinados colectivos y llevarlo adelante”, le dijo al diario El País de Uruguay.
Si la ideología es, entonces, una zona gris entre ambas, el modo de concebir la política de ambas no podría ser más diferente, ya que Beatriz Argimón la plantea obsesivamente en términos de consenso y escapa al choque. Habrá que ver si la nueva Cristina, la que eligió a Alberto Fernández para comandar el amplio Frente de Todos, se incorpora ahora a ese patrón.
De hecho, la oriental, llevada al Directorio del Partido Nacional por Lacalle Pou, logró mantener, gracias a ese talante, unido a un partido conocido por la intensidad de sus reyertas internas. Eso fue exactamente lo que buscó aquel: cohesionar al nacionalismo para que fuera cabeza de la alianza anti Frente Amplio en un ballotage y moderarlo ideológicamente, de modo de ocupar el centro político y mejorar con eso sus posibilidades en esa instancia. Argimón, mujer además, fue la figura perfecta para llevar adelante ese proyecto.
Al revés del caso de Cristina Kirchner, el capital político de Argimón es hoy prestado, por Lacalle Pou, al menos en la dimensión nacional que cobró tras su elección en la segunda vuelta del 24 de noviembre.
Otro rasgo diferente de las dos vices del Plata, que surge a primera vista, es el volumen político de cada una. Cristina fue dos veces presidenta y cuenta con un capital propio que, por si fuera poco, da cuenta de buena parte del 48% que llevó a Fernández a la Presidencia. El de Argimón, al revés, es hoy prestado, por Lacalle Pou, al menos en la dimensión nacional que cobró tras su elección en la segunda vuelta del 24 de noviembre. Sus experiencias electorales siempre fueron para la legislatura, por lo que su construcción de poder siempre fue colectivo, como parte de una lista o un equipo.
En Uruguay no hay reelección, por lo que Lacalle Pou, que terminará su mandato apenas con 52 años, deberá esperar un mandato de cinco años para intentar el regreso. En ese sentido, la figura de Argimón, a priori, resalta como una a tener en cuenta dentro de un panorama político dominado aún hoy por varias figuras de edad muy avanzada, como José Mujica, Tabaré Vázquez y Julio María Sanguinetti, entre otros.
Acaso, en 2024, la dama intente alcanzar lo que Cristina ya logró dos veces. A propósito, ¿qué será para entonces de la vida de la inminente vicepresidenta argentina?