El reconocimiento de Trump de Juan Guaidó como presidente encargado (interino) del país gatilló el miércoles la decisión de Maduro de romper las relaciones diplomáticas y de emplazar al personal diplomático de Washington a abandonar Caracas en 72 horas. El ultimátum vence este sábado, o el lunes a más tardar si se quieren considerar solo días hábiles. Como, justamente, la Casa Blanca desconoce su autoridad, ya dijo que esos profesionales y empleados seguirán en sus puestos, algo que da pie a una pregunta sensible: ¿se animará a ordenar que efectivos de seguridad irrumpan en la sede y retiren a la fuerza a personas que gozan de inmunidad conforme a la Convención de Viena de 1961?
De la mano de lo anterior: ¿qué consecuencias desataría una acción de esa índole, qué reacción de un Trump que, acaso, esté esperando a que su rival venezolano muerda el anzuelo?
Según Rusia, lo que está en juego es una posible intervención militar estadounidense, algo que el propio republicano se privó de descartar el mismo miércoles al apelar al conocido latiguillo de que “todas las opciones están sobre la mesa”.
El canciller venezolano, Jorge Arreaza, puso más leña en la hoguera al afirmar que Washington está "a la vanguardia" de un intento del golpe de Estado ejecutado por "factores de la extrema derecha nacional e internacional".
Resulta difícil, de todos modos, pensar que las cosas lleguen tan lejos. Luis Vicente León, uno de los principales analistas políticos de Venezuela y titular de la consultora Datanálisis, le dijo desde Caracas a Letra P que “está planteado un conflicto de poderes y eso se mide por la fuerza. La pregunta es quien tiene más fuerza adentro. Sin sorpresas, debería ser Maduro, a menos que (los militares) ya estén cuadrados (con la oposición), lo que luce poco probable. Porque si incorporamos en el análisis el impacto externo, estaríamos entonces asumiendo que se podría usar fuerza externa para desalojarlo. Es un escenario, sin duda, pero que no parece listo, al menos en este momento”.
"La ruptura de relaciones con Estados Unidos fue, en mi opinión, un error y una sorpresa. Porque ahora incorpora a ese país en la batalla fáctica por el poder, cuando antes era un actor de respaldo basado en sanciones generales", añadió el analista.
Según León, "ahora quedó definida su decisión sobre la embajada. Estados Unidos no puede ceder a Maduro porque no lo puede reconocer. Y Maduro queda a su vez preso de dejarlos tranquilos, debilitándose y doblegándose, o de expulsarlos de hecho. Eso presionaría por una intervención militar estadounidense para proteger a sus funcionarios y de paso resolver el problema".
Aun sin pensar en tal extremo, la administración Trump efectivamente juega con la idea de un embargo petrolero total, algo que sería muy grave para la ya desvencijada economía venezolana pero que también afectaría la actividad de las refinerías estadounidenses preparadas para tratar crudos pesados como los de ese país, cuya llegada desde otros orígenes, como Canadá o México, podría resultar insuficiente.
Pero el petróleo venezolano ya no es imprescindible para Estados Unidos porque la revolución de los yacimientos no convencionales, similares a los de Vaca Muerta en la Argentina, lo acercó al autoabastecimiento. Hoy es mayor la necesidad de Venezuela de venderle crudo a Estados Unidos que la de este país de adquirirlo. Descartado Rusia por ser un productor de primer orden, buscar que China absorba todo el crudo venezolano vacante podría probarse complejo.
Además, la crisis de la Venezuela chavista recortó tan dramáticamente su peso en el mercado mundial que ni siquiera crisis como la actual llegan a mover el mercado. El miércoles, la cotización cayó y al mediodía de este jueves, esa materia prima cotizaba a 52,93 dólares en Nueva York, con una suba de apenas 0,59% absolutamente rutinaria.
El valor estratégico de Venezuela, en todo caso, pasa por otro lado. En primer lugar por ser uno de los principales escenarios de la siempre mencionada disputa entre Estados Unidos y China por la hegemonía en la región. La cuestión no es exagerada: de la mano del chavismo agonizante, Pekín se transformó en la última década en el principal proveedor de crédito e inversiones para una economía en default y desquiciada por la hiperinflación y una recesión que se devoró la mitad del PBI en un lustro.
Según se calcula, en esos conceptos China volcó sobre Venezuela al menos 50.000 millones de dólares en ese lapso, los que han sido repagados, en general, a través de la entrega de petróleo. “Ayudando” a un aliado necesitado hasta la desesperación, Pekín se hizo, en buena medida a través de proyectos de inversión conjuntos en distintas zonas petroleras, con el control de un proveedor importante y cautivo de la materia prima clave para mover su economía.
Pero si China va a algún lugar contra los intereses norteamericanos, también va Rusia. En una medida más modesta, claro, vinculada a su peso económico relativo.
Así, en los últimos años volcó unos 15.000 millones, sobre todo en proyectos petroleros y mineros, estos últimos vinculados al oro.
Por otro lado, cerrado el mercado estadounidense para esos menesteres, las compras de armamento ruso por parte del chavismo han sido cuantiosas.
El escenario venezolano, como se nota, está cruzado por intereses geopolíticos. En ese punto es que comienzan las especulaciones de muchos, que tienden a sobredimensionar el fenómeno y hasta a usarlo como explicación excluyente de la crisis que se dirime en las calles.
No conviene exagerar. Los intereses de potencias que se montan sobre un escenario no explican el escenario mismo.
Ni quienes aún, pese a todo, creen en la causa chavista ni quienes le atribuyen todos los males del momento son títeres de los imperios. Y mucho menos lo son los protagonistas menos inocentes.
Venezuela ha acumulado demasiadas cuentas pendientes por las que pelearse. Los invitados llegan cuando la fiesta ya está irremediablemente echada a perder.