La memoria es corto plazo. Pocos se acuerdan y muchos disimulan el entusiasmo, la admiración y el fanatismo que despertaba hace algunos años la figura del ex presidente de Brasil Lula Da Silva entre los empresarios nacionales y los núcleos de la política. El país vecino vivía por entonces un boom de consideración pública mundial, y la economía brasileña lo ponía con un poder estratégico dentro del bloque de los BRICS. Lo elogiaba incluso el propio Mauricio Macri que, a pesar de la amistad con Fernando Henrique Cardoso, consideraba esencial la visión de Lula de un Brasil integrado al mundo. Una comprensión de un presidente más aperturista que los del resto del bloque regional de aquel entonces. También, el ahora mandatario explicaba la importancia dela obsesión de Lula por superávit gemelos. La política, incluso la más conservadora, cobijó al modelo Lula como un contrapeso a una realidad que le resultaba poco tolerable: una especie de contrapeso, un populista bueno en una marea de presidentes que, según su visión, estaban más volcados a una izquierda más dura, tales los casos del boliviano Evo Morales; el venezolano Hugo Chávez y la líder nacional del último kirchnerismo, Cristina Fernández. Relacionado además el brasileño con una imagen de mayor claridad y pulcritud que algunos de los anteriores gobernantes.
En 2012, participó del Coloquio de IDEA celebrado en Mar del Plata.
En el Círculo Rojo la comparación de Lula era con el primer Néstor Kirchner. Un perfil más de centro, negociador con las elites, con menos carga ideológica simbólica. Un Gobierno que lejos estaba de contrastar con las corporaciones y que, como en Lula y Kirchner, se había nutrido algunas alianzas con sectores concentrados para generar gobernabilidad. En el año 2012, Lula fue invitado por la organización del Coloquio de IDEA a exponer en el evento que se realiza todos los años en Mar del Plata. Antes de subir al estrado recibió saludos de casi todos los presentes, entre ellos Gustavo Grobocopatel, el rey de la soja, y Miguel Blanco, el CEO de Swiss Medical. Lo mismo ocurrió con los industriales y referentes políticos como los ex gobernadores de Santa Fe, Hermes Binner, y de Córdoba, José Manuel De La Sota.
Rousseff recibió el mismo trato y admiración que Lula, la consideraban heredera de la política.
Luego habló de la importancia de fomentar el consumo, de disponer de crédito; le pegó duro a los Estados Unidos, al FMI y a las políticas de Europa. Además, se refirió a temas espinosos para el empresariado. Les pidió a los presentes que pensaran cómo era Venezuela antes de Chávez, y qué es lo que pasaba en Bolivia. “Ya no soportaba a los gobernantes colonizados que vivían pendientes de EE. UU. (Fernando Henrique) Cardoso y (Carlos) Menem se disputaban quién era más amigo de (Bill) Clinton”, fue una de las frases más categóricas de aquella ponencia. De todos modos, se fue en medio de una ovación y le costó salir del hotel Sheraton de Los Troncos por la marea humana, de traje y corbata, que lo paraba para hablarle, saludarle o pedirle cosas. La burguesía nacional, obsesionada con copiar algunos de los vicios positivos de la burguesía vecina, veía en Lula un molde a calcar de parte de un peronismo no K. Naturalmente, calaba hondo en la consideración la crisis profunda que había entre los CEOS y CFK, justo en el año en el que el Gobierno había decidido implementar el cepo cambiaria y trabar el giro de utilidades al exterior. Lula representaba, para el establishment, algunas de las políticas que había ejercido el peronismo, pero con un mensaje más claro, menos confrontativo. Y no querían más que eso.
Por carácter transitivo, lo mismo ocurrió con su heredera, Dilma Rousseff. Fue el eje con CFK de la conferencia industria anual dela UIA más importante en la historia. Fue recibida en Cardales por cientos de empresarios que la elogiaban y que querían trabajar codo a codo con sus pares de Brasil. Hoy, con el ex presidente a punto de ir a prisión, son pocos los que le mantienen esa estima y ese símbolo de ejemplo.