AGENDA LIBERALIZADORA EN BRASIL

La “ola Bolsonaro” forzará cambios en las empresas y la economía argentinas

Si no tropieza en lo político, el futuro gobierno reducirá el gasto público, la carga tributaria y los costos laborales. Además, abrirá su mercado. Nuestro país se dirige a un cambio doloroso.

La discusión entre los historiadores sobre el modo de entender los procesos políticos y económicos divide a los que ponen la mira en los hechos disruptivos, de cambio fuerte, de aquellos que relativizan la importancia de esos momentos y se preguntan si son alteraciones verdaderas del curso de la historia o simples convulsiones que no llegan a torcer procesos de mayor duración. Algo de eso puede plantearse para el Brasil de hoy, que parece embarcarse en un curso de acelerado reformismo liberal que tendrá un impacto fuerte y difícil de gestionar en la economía y las empresas argentinas.

 

La llegada de Jair Bolsonaro al poder, el próximo 1 de enero, pondrá en marcha la fase final de un agresivo programa de reformas de sesgo liberalizador y desregulador destinado a reducir el gasto público y, con ello, la presión tributaria para las empresas. Además, estará sobre la mesa una fuerte apertura comercial.

 

Sin embargo, una mirada de larga duración permite rastrear el inicio de esa etapa en el bienio de Michel Temer e, incluso, en los intentos fiscalistas del tramo final del interrumpido gobierno de Dilma Rousseff, cuando la presión de la comunidad de negocios sobre la política comenzó a hacerse irresistible.

 

En efecto, al menos desde comienzos de 2016, el gran enemigo pasó a ser el déficit fiscal, base de un endeudamiento muy fuerte de la economía brasileña, que, a diferencia de lo que ha ocurrido en la Argentina, se ha dado mayormente en el mercado doméstico y en moneda local.

 

La caída del país en un pozo de fuerte recesión (-3,5% en 2015 y -3,6% en 2016) y la simbólica recuperación de 2017 (1%) y de este año (se proyecta menos del 1,5%) hicieron que los esfuerzos por el lado del gasto se vieran esterilizados por la caída de la recaudación impositiva. Sin embargo, ya con Temer en el palacio del Planalto, Brasil inició el camino de las reformas de largo aliento que le reclamaba el mercado financiero.

 

LO QUE YA ESTÁ. Una de ellas fue la del gasto público, al que se le impuso un congelamiento real durante diez años, renovables por otros diez. La medida, que comenzará a regir en 2019, establece que el gasto total se incremente solo en línea con la inflación, por lo que si se quiere mejorar una partida, necesariamente deberá ser a expensas de otra. Muchas voces se han elevado advirtiendo sobre el deterioro que eso provocará en los servicios públicos, dada la dificultad de, por caso, aumentar el gasto en educación y en salud en línea con el incremento de la población. Y eso sin pensar en una mejora neta en términos de inversión con respecto a sus condiciones actuales, algo más que necesario en un país con las deficiencias de Brasil. Temer lo hizo.

 

Además, la gestión saliente logró hacer pasar por el Congreso una amplia ley de flexibilización laboral, que consiste permitir la tercerización total de las tareas de las compañías, esto es sin limitarla a labores secundarias, como la limpieza y el mantenimiento, sino abarcando incluso su función básica de producción.

 

LO QUE FALTA. Lo que Temer no logró es lo que viene a completar Bolsonaro con el aval de 57 millones de votos. Sobre todo, una reforma previsional, destinada a liquidar el déficit de un sistema que se cuenta entre los más generosos del mundo y que ni siquiera establece una edad mínima para acceder al beneficio. El rojo de las cajas jubilatorias representa cerca de la mitad del déficit fiscal primario (antes del pago de deuda) de Brasil.

 

Hay ruido dentro del equipo del ex militar, porque no todos allí “compran” la idea del súper ministro económico, Paulo Guedes, de avanzar hacia un sistema de capitalización a la chilena, similar al que fracasó en la Argentina del 1 a 1. Sin embargo, este lleva las de ganar en esa puja interna, porque es el único garante del favor del mercado al presidente electo: un eventual portazo de su parte tendría consecuencias sísmicas para el futuro gobierno.

 

Otra prioridad será un programa de privatizaciones que Guedes imagina total y que el ala militar del Bolsonarismo quisiera restringir algo, manteniendo en poder del Estado activos estratégicos vinculados a la energía. Con ese producto se pretende cancelar deuda interna y también reducir el gasto público, lo que llevaría al tercer objetivo: una reforma tributaria de cuño conservador, destinada a aliviar la carga que pagan las empresas.

 

El adelgazamiento general de Brasil tendrá también una pata comercial. Todo indica que el Mercosur será para el gigante un simple acuerdo de libre comercio y ya no una unión aduanera desde la cual negociar con el mundo. Un acuerdo de libre comercio, además, entre muchos otros, también al estilo chileno de una apertura multilateral, que no tendrá otro efecto que la supervivencia de los sectores y empresas más competitivos.

 

 

 

La referencia inicial a los modos de interpretar la historia bien le cabe a la dirigencia política y diplomática argentina, que ahora deberá lidiar con las consecuencias de tendencias de largo plazo en las que no supo reparar a tiempo.

 

“Los cambios que Brasil pueda aplicar no van a darse de un día para el otro y se concretarán en la medida en que Bolsonaro no tenga inconvenientes políticos. Hablamos de cosas que deberán pasar por un Congreso que él no maneja”, le explicó a Letra P el especialista en comercio internacional Marcelo Elizondo.

 

“En lo comercial, Brasil, que era la economía más cerrada de América Latina y la más cerrada de las diez más grandes del mundo, se va a abrir”, añadió.

 

Esa incapacidad de la dirigencia argentina para advertir la que venía despuntando en el principal socio comercial del país, mayor destino, además, de las exportaciones industriales nacionales, se traslada al propio empresariado.

 

“Las empresas están desconcertadas, no entienden nada. Impresiona la improvisación. Hasta que no ganó Bolsonaro, a nadie se le ocurrió que esto podía ocurrir”, señaló el especialista, consultor de compañías a través de su firma Desarrollo de Negocios Internacionales (DNI).

 

Si Bolsonaro no tropieza fuerte en lo político, lo que llevaría a Brasil a una crisis grave y a la Argentina, a precaverse de otro tipo de consecuencias, todo apunta allí a achicar el Estado, el gasto público y, a futuro, la presión impositiva y los costos laborales. Eso le daría a Brasil ventajas notables sobre una Argentina que también se plantea captar inversiones internacionales.

 

 

Algo que les digo a las empresas es que, además de ser más competitivas, van a tener que tener cuidado porque Brasil va a imponernos desde afuera una agenda que la Argentina no quiso, no supo o no pudo hacer, que es internacionalizarse y abrirse”, añadió.

 

“Va haber un contagio en la Argentina. Brasil va a imponer una. El problema es que nosotros nunca tomamos el toro por las astas. Si la Argentina no se abre, va a terminar aislada. Ahora, eso va a generar una reacción del empresariado local que no sabemos cuál será”, anticipó.

 

La competencia por las inversiones externas es un dato clave. Hoy Brasil ya es el principal receptor de inversiones de la región. Esa foto convertirse en una tendencia más profunda.

 

A eso, lo dicho, se suma la dimensión comercial.

 

“Para competir en Brasil va a haber que ser mucho más eficiente. Hasta ahora, las empresas nacionales entran a ese mercado con arancel cero, lo que va a seguir siendo así. Pero no se compite con nadie porque las empresas de terceros mercados que quieren entrar, tienen que pagar arancel, lo que le da a la Argentina una reserva de mercado. Ya no va a ser así. Si Brasil firma acuerdos bilaterales, las empresas argentinas van a tener que competir con otras que tampoco van a pagar aranceles, como en la industria automotriz, por ejemplo, los químicos, los plásticos, los alimentos elaborados. Todas van a tener que ser más competitivas”, explicó Elizondo.

 

“Como las empresas argentinas también se van a ver forzadas a ser más internacionales, se abre la alternativa de que busquen en Brasil socios y aliados para encadenarse con ellos y llegar a terceros mercados a los que Brasil va a empezar a llegar. Eso ya se da con Chile, por ejemplo”, señaló.

 

Una dificultad es que, mientras Brasil, se fue convirtiendo en un país de grandes empresas, el tejido productivo argentino es esencialmente pyme. Sin que primero haya asociaciones entre compañías locales, será difícil pensar en alianzas con firmas brasileñas de escala muy diferente.

 

En efecto, “entre las principales cien multinacionales latinoamericanas (conocidas como ‘multilatinas’), 32 son brasileñas, 26 son mexicanas, 16 son chilenas, 11 son colombianas, solo 7 son argentinas y 5 son peruanas”, según un informe reciente de DNI. Otra vez la larga duración: en ese hecho hay décadas de políticas públicas acumuladas, que continuaron y hasta se profundizaron durante los gobierno de izquierda en Brasil, al punto que el modelo de Luiz Inácio Lula da Silva pasaba por la generación de multinacionales brasileñas.

 

“La Argentina, que tiene bolsones altísimos de falta de productividad y de competitividad, va a quedar expuesta y va a tener que desarrollar atributos competitivos. Costos, pero también normas de calidad, estándares, estrategias acertadas, desarrollar mejores recursos humanos, más tecnología en la producción, desarrollar y diferenciar marcas… En definitiva, más exigencias”, remató Elizondo.

 

La agenda de lo que viene puede resultar incómoda, pero probablemente sea inevitable. Anticiparse permitiría, al menos, paliar sus aristas más filosas.

 

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