Nacido en Estados Unidos y nacionalizado brasileño, Fleischer habla de este como su país, y lo hace con pasión, vitalidad y mucho humor. A continuación, los principales tramos de la entrevista que le concedió a este portal, en la que repasa la agitada actualidad brasileña, indaga en las razones de la actual crisis política, imagina el futuro del PT y entrega claves sobre el fenómeno Bolsonaro.
BIO. Nació en Washington hace 76 años. Llegó a Minas Gerais por primera vez en los años sesenta como “voluntario de la paz”. Se casó con la profesora Edyr Resende y, aunque regresó a Estados Unidos para doctorarse en Ciencia Política en la Universidad de Florida y posdoctorarse en la del Estado de Nueva York, pronto decidió instalarse definitivamente en Brasil. Aquí tiene hijos y nietos y se convirtió en una referencia ineludible para la academia y el debate público. Se nacionalizó en 1995 y fue nombrado profesor emérito de la Universidad de Brasilia. Es autor de una veintena de libros.
-¿Cuándo comenzó la crisis política brasileña?
-Se produjo un cambio a partir de 2013, cuando se desataron grandes manifestaciones populares, más o menos espontáneas, al principio en San Pablo contra el aumento de los pasajes de colectivo, pero que después se esparcieron a otras ciudades. Los políticos no podían concurrir y si alguien tenía puesta la remera de un partido y quería participar, se la tenía que sacar. Esas protestas tenían un sesgo fuerte de centro y de derecha. Infelizmente, fueron infiltradas por los black blocs (grupos anarquistas), que perpetraron actos de violencia. Ese fue un preludio de que podía pasar algo con Dilma (Rousseff). Otra indicación para ella fue que el Congreso aprobó una enmienda constitucional que elevó la edad de jubilación de los jueces, lo que le impidió nombrar a ministros en el Supremo.
"El primer cambio en la política brasileña se dio a partir de 2013, cuando se desataron grandes manifestaciones populares, más o menos espontáneas, al principio en San Pablo. Ese fue el preludio de que algo podía pasar con Dilma Rousseff".
-Desde ese momento los acontecimientos se hicieron frenéticos. Dilma fue reelecta en 2014, pero de inmediato la oposición empezó a jugar con la idea de un juicio político. ¿Por qué?
-Cuando fue la última votación del impeachment en el Senado, en agosto de 2016, todos querían escuchar el voto de Fernando Collor. Cuando empezó a hablar, parecía que iba a votar a favor de ella, pero después dijo que el impeachment que él había sufrido había sido producto de haber ignorado al Congreso, algo que, aseguró, le había advertido varias veces a Dilma. Pero ella no escuchó la voz de la experiencia (risas).
-Se ha hablado mucho de ciertas condiciones personales de la ex presidenta, de una personalidad poco dada al diálogo. ¿Eso pudo haber sido decisivo para su suerte política?
-Es que ella es muy diferente de Lula. Él admitía su ignorancia y confiaba mucho en sus asesores. Mientras que ella, por ser economista, creía que sabía hacer todo. Para colmo, al revés de lo que le había pasado a Lula, que salió con un 85% de aprobación, cuando ella llegó al gobierno, la economía internacional cayó.
-¿Lula es el factor excluyente para explicar la persistencia del Partido de los Trabajadores a pesar de la salida de su última presidenta y de los repetidos escándalos de corrupción?
-Por supuesto, en gran medida. Antes de ir preso, Lula era un símbolo y después se convirtió en un mártir, como él mismo dijo. Es un gran símbolo para los pobres y para la clase trabajadora. Mucha gente dice que “él es uno de nosotros”, porque empezó siendo muy pobre y, a través de la acción sindical, consiguió ascender y llegar a presidente de la República. Y todo sin tener completo el cuarto grado.
Si el PT pierde, sobre todo si se reducen sus bancadas y si queda con menos gobernaciones, tal vez el sector que reclama una reorganización tenga una voz más potente.
-Ahora bien, el PT resiste pero la presencia política de Lula no va a poder disimular por siempre la crisis que sufre y que, tarde o temprano, va a tener que enfrentar…
-Sí, el PT sufrió mucho con el impeachment y con las acusaciones de corrupción de la operación Lava Jato, así que en algún momento se va a tener que reorganizar. Dentro del partido hay un grupo de gente que tiene la cabeza más fría, que es más pragmática, y que ya en 2017 quería hacerlo, expulsando a todos los “ficha sucia” y modificando el estatuto para tratar de vender al partido como “ficha limpia”.
-Era un poco difícil, ¿no? Eso habría implicado expulsar a Lula.
-Claro (risas). Y además eran una minoría. Ahora, si el PT pierde, sobre todo si se reducen sus bancadas y si queda con menos gobernaciones, tal vez ese sector tenga una voz más potente. Pero no se puede saber qué va a pasar; va a haber que esperar al lunes.
-La contracara del petismo es el ascenso de Bolsonaro. En caso de ganar, ¿tiene condiciones para gobernar Brasil sin mayores sobresaltos?
-Si Bolsonaro es electo, para gobernar va a tener que hacer una coalición en el Congreso. Y, de hecho, creo que tendría un poco más de facilidades para eso que (Fernando) Haddad. Eso es importante porque las reformas grandes tienen que pasar por el Congreso. Y también va a necesitar del Poder Judicial.
-¿Eso significa que el entramado institucional será capaz de moderar sus impulsos más radicales, como cuando, por ejemplo, habla de la posibilidad de un golpe de Estado?
-Sí, claramente. Además, los líderes de las Fuerzas Armadas ya negaron la posibilidad de una reacción.
-Llamaron mucho la atención sus declaraciones misóginas, algo que dio lugar a una reacción fuerte en las calles.
-Hay muchos videos en las que aparece hablando groseramente a algunas de ellas y hasta amenazándolas, pero a pesar de que las mujeres de izquierda organizaron manifestaciones en su contra con el eslogan #EleNão, su intención de voto creció en el electorado femenino.
"Las declaraciones de Bolsonaro contra mujeres, homosexuales, indios y negros son algo semejante a lo que hizo Donald Trump durante su campaña para apelar a los estadounidenses conservadores".
-Además, están sus declaraciones contra los homosexuales, los indios, los negros…
-Eso es algo semejante a lo que hizo (Donald) Trump, que durante su campaña lanzó muchas declaraciones absurdas para apelar a los estadounidenses conservadores. Aquí en Brasil, para muchos, esas declaraciones escandalosas de Bolsonaro son más que nada un discurso de campaña y que va a ser más moderado cuando tenga que gobernar. Dependiendo de cuál sea el resultado (de este domingo), vamos a tener que esperar para saberlo, pero si miramos el caso de Trump, las cosas no funcionaron de ese modo. Al revés, ahora está menos moderado de antes (risas).
-Lo cierto es que Bolsonaro parece tocar una fibra en muchas personas con ese estilo provocativo.
-Vea, hay una gran cantidad de brasileños que piensan, por ejemplo, que los indios están subsidiados y que por eso no trabajan. Entonces, en vez de perjudicarse cuando dice eso, Bolsonaro se beneficia. A Brasil le gusta venderse como una democracia racial total, al revés que los Estados Unidos, pero la verdad es que tenemos prejuicios ocultos. Algunos dicen que no tienen problemas con los negros, pero nunca aceptarían que su hija se case con uno.
-En lo económico, el candidato del Partido Social Liberal viró en poco tiempo del nacionalismo al liberalismo. ¿Cómo observa eso?
-Los inversores nacionales y extranjeros se sintieron felices cuando se liberaron de Dilma y ahora muchos apoyan a Bolsonaro, pero ahora hay que ver qué hace si se convierte en presidente. Brasil tiene un problema importante de desempleo y, para resolverlo, necesita mucha inversión. Para crecer un poco, un 2%, digamos, requerimos un nivel de inversión del 22 o 23% del PBI cada año, mientras que hoy solo tenemos un 16 o un 17.
-Usted hablaba recién del apoyo del mercado financiero local a Bolsonaro. ¿Es mucho pedir que las garantías de una convivencia democrática también sean un tema de interés para los inversores?
-Para ellos, lo primero es el lucro; con el resto, tudo bem. Lo que más le interesa al mercado es tener libertad para invertir.
-El mercado apostó a que Michel Temer llevara adelante varias reformas profundas, a pesar de que era un presidente surgido de un proceso polémico y de que tenía una bajísima ponderación social. ¿No fue un error esa apuesta, pensando en la sustentabilidad de esas reformas? Porque, si gana, Haddad ya prometió revertirlas.
-Temer es un político muy experimentado, pero tenía muchas acusaciones de corrupción, que están todavía en curso, y sabía que en algún momento iba a quedar en la situación del “pato rengo”. Por eso aprovechó el envión inicial que tuvo para hacer algunas reformas, como la laboral. En Brasil hay unos 22.000 sindicatos, 95% de los cuales solo existen en los papeles pero que igualmente recibían el llamado impuesto sindical. La reforma acabó con ese impuesto, además de establecer muchos otros cambios que, supuestamente, favorecen las contrataciones. Y también hizo aprobar el congelamiento del gasto público, que por diez años solo se actualizará en base a la inflación. En lo sucesivo, la reforma más urgente es la previsional, porque el déficit de ese sector es como un tsunami que crece rápidamente y va a tomar gran parte del Presupuesto en los próximos cinco o diez años. Temer no la pudo aprobar. Y tampoco la tributaria, que hasta podría ser más difícil (risas).
-¿Esa es la agenda obligada del próximo gobierno?
-Sí, lo primero que se va a tratar es la reforma previsional y después, probablemente, algún aspecto de la tributaria, porque ningún país hace una reforma tributaria completa sino que avanza de a pedacitos.
-Para finalizar, déjeme volver a Bolsonaro. Usted dijo que la democracia no corre riesgo en Brasil. Piénselo de nuevo. ¿Qué me dice?
-Le digo que por ahora no corre riesgos. Por ahora (risas).