Sobre escenarios cuadrados y amigas de Tini Stoessel

Pongamos las cosas en su justo lugar. Al menos la bonaerense fue una campaña inercial en la que no pasó nada. El resultado de las primarias terminó confirmando el escenario de antes de que se lanzaran las fórmulas y que, a grandes rasgos, es el mismo que el de 2015: un 30% de los votantes no está polarizado y el resto se divide por mitades, puntos más, puntos menos, entre las dos primeras minorías. 

 

El protagonista del hecho político más importante o comentado del año (Cristina jugó y por fuera del PJ) fue un candidato que salió cuarto. Es evidente que las preferencias sociales se dejaron influir poco y nada por la agenda política y mediática. Tampoco los cruces por las desprolijidades en el recuento de voto ni las décimas de diferencia en que pueda terminar el resultado van a mover el tablero.  

 

En medio de la abulia proselitista que caracterizó esta campaña, los dos acontecimientos que más gesticulaciones de interés provocaron entre los comentaristas políticos fueron los que involucraron, cuándo no, a las dos figuras más queridas por los partidarios de cada una de las dos listas mayoritarias: María Eugenia Vidal y Cristina Fernández de Kirchner.

 

La primera, por haberle ganado la discusión a un panelista de un programa de televisión; la segunda, por haber usado un escenario cuadrado en vez de rectangular. Inversión de roles: Cristina se humanizaba, Mariu levantaba el tono. Hasta ahí llegamos. Intuyo que ninguno de los dos sucesos fueron decisivos el último domingo, aunque muchos que necesitan justificar el error de sus pronósticos previos se agarren de ellos para salvar el honor.

 

 

 

No existe una teoría universal del voto, pero los golpes de efecto no suelen ser determinantes para decidir. Por lo general, las jugadas de último momento son filtradas por los prejuicios o valoraciones ideológicas, sociales y culturales preexistentes y los retroalimentan. Refuerzan odios y matizan adhesiones. Las intenciones de voto, así como las imágenes públicas, son impresiones y actitudes que van elaborándose a lo largo del tiempo y que no andan esperando un evento llamativo para bajar el martillo y tomar posición.

 

Vidal acostumbra hablarnos como si fuera la compañera buena de Tini Stoessel en Violetta, con acento y vocabulario de colegiala incluidos. Es habitual verla compartir noticias en sus videos selfie con retórica aniñada. Por eso despierta atención cuando elige fruncir el ceño, como la semana pasada con Brancatelli o el lunes para contestar las críticas al escrutinio.

 

El efecto de estos ocasionales cambios de estilo es dispar. Algunos celebran con fervor militante la demostración de fuerza y el manejo controlado del tono agresivo. Otros se frustran y se preguntan por qué Lanata le festeja a ella lo que le critica a Cristina, como si hubiera lugar para cualquier otra cosa. La gran mayoría no se detiene demasiado en el asunto. Los invito a encontrar entre su círculo íntimo alguien que haya decidido votar a Esteban Bullrich después de haber visto el video de Vidal en Intratables.

 

 

 

En frente, la comunicación de Cristina es ponderada como un cambio de estilo sin precedente, sintetizado en el neologismo de moda entre quienes no tienen capacidad de recordar las campañas de más de dos años de antigüedad: se duranbarbanizó.

 

La realidad es que su campaña es un espejo de su candidatura anterior, la de 2011. Si en esta ocasión apeló a historias de vida de ciudadanos comunes que así no pueden seguir, en su reelección del 54% hizo lo mismo, pero al revés: la científica Cecilia nos contaba cómo pudo volver al país gracias a la fuerza de Cristina.   

 

 

 

La fundadora de Unidad Ciudadana no es improvisada en comunicación electoral. En 2011 su cabeza creativa fue Martín Mercado, uno de los publicitarios argentinos más reconocidos y mejor cotizados por las grandes marcas del mundo. Ni en ese entonces ni ahora se recurrió a la ritualidad peronista, al bombo, a las grandes movilizaciones, a las entrevistas, a la sobreexposición. Como con el Cristina, Cobos y vos de 2007, el contrato electoral apeló al individuo, no a los proyectos colectivos. Nunca, en ninguna de sus campañas, se cantó la marcha. 

 

¿El resultado de la supuesta innovación? Fidelizó lo que ya tenía. Como era previsible, el alto piso electoral de Cristina terminó bastante cerca de su techo. Tal como chicanearon mucho desde las trincheras macristas, viene sacando lo mismo que Aníbal Fernández.  

 

Al menos en provincia de Buenos Aires, nadie pescó fuera del estanque propio. Una estrategia electoral es un proceso mucho más complejo que una escenificación, un eslogan publicitario o una buena performance teatral. Los cambios de estilo no tienen mayor efecto si la oferta que vienen a estilizar no está orientada a un público diferente o a representar las demandas de votantes ajenos.

 

Si todos siguen jugando a lo mismo, cualquier variación del resultado en octubre va a depender más del nivel de participación electoral que del intercambio de votos entre las distintas listas de las PASO. El descarte de candidatos en función del voto útil, al menos si nos remitimos a la experiencia de 2015, no existe.

 

Tanto Cristina como Macri lo saben. Decidieron trabajar para los propios y no arriesgarse en terrenos desconocidos. Hasta ahora evalúan que con eso les alcanza para mantener sus cuotas de poder relativo y postergar la discusión de fondo hasta 2019. Lo sabremos en poco más de dos meses. Hoy estamos como el día después al ballotage.

 

Marcelo Peretta
Armando Traferri y Rubén Pirola en el centro, referentes del bloque peronista del Senado santafesino. A su derecha, Osvaldo Sosa y Alcides Calvo.

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