PJ 2016. ENFOQUE

Ganadores y perdedores de la implosión del bloque peronista

Por qué festejan Macri, Monzó, Urtubey, Bossio y Massa. Y por qué salieron golpeados Cristina, La Cámpora, Scioli, Gioja, Recalde y los votantes del Frente para la Victoria.

Como toda crisis que termina en una guerra cruenta, en el campo de batalla en el que se enfrentaron dos facciones internas del bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria quedaron vencedores y vencidos –estos últimos, con heridas de distinta consideración, diría la crónica policial. Y la lista, como siempre sucede, trasciende largamente a los contendientes que entraron en la pelea cuerpo a cuerpo. Aquí, un punteo de los que celebran la fractura de la fuerza opositora más poderosa y los que hoy padecen el ardor de las heridas.

 

LOS GANADORES.

 

Macri. El Presidente es, claramente, el gran ganador de una revuelta de la que no fue mero espectador ni beneficiario accidental. El jefe de Estado pescó a lo grande en un río que él mismo ayudó a agitar, porque mandó a sus mejores operadores a meter cizaña en los recodos más sensibles de la interna ajena y cebó –seguramente, comprometiendo algunos recursos del Estado nacional que volarán en transferencias inmediatas al norte del país, por ejemplo- a los referentes del peronismo que tenían facturas pesadas para cobrarle al kirchnerismo, como el ex director de la Anses Diego Bossio, y a los caciques de provincias con necesidades básicas insatisfechas –más allá del traspié, en el decreto que casi triplicó la coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires esos jefes territoriales vieron lo desprendido que puede ser el Gobierno con los amigos.

 

Para el jefe del Estado, el beneficio que supone la implosión del Frente para la Victoria es fenomenal. Debilita en términos generales a la única fuerza capaz de encender la mecha de la calle. Pero, particularmente en la Cámara de Diputados, le permite pensar en alcanzar –sumando a su propia tropa legislativa los diputados de la UCR, los que responden a Sergio Massa, un grupo de eventuales aliados de bloques minoritarios y, ahora, los que integran el flamante Bloque Justicialista (ver detalle en nota aparte "El quiebre del FpV...")- el quórum para hacer correr iniciativas impopulares y con alto grado de controversia jurídica. No se trataría sólo de un rédito operativo. Tendría un notable impacto político: si lograra habilitar el Congreso como herramienta de gestión –hasta este miércoles, obturado por la relación de fuerzas deficitaria para el oficialismo-, el Presidente podría barnizar sus actos de gobierno con una brillante pátina de legitimidad y, al fin, tomar el camino del prometido republicanismo. En definitiva, podría ir encastrando lo que dijo con lo que hace.

 

Monzó. El presidente de la Cámara de Diputados fue eficiente en el trabajo que le encargó Macri. Tejió con paciencia pero también con vértigo y, en menos de dos meses, le entregó a su jefe una victoria política sorprendente por lo precoz. En la interna PRO, el bonaerense avanzó varios casilleros.

 

Urtubey. Más allá de los juicios de valor que se hagan acerca de su actitud como uno de los más destacados referentes del principal espacio opositor, el gobernador de Salta jugó a romper el bloque y lo rompió. Para eso, pactó con el Diablo, según la consideración del grueso del peronismo y, pero le cobró al kirchnerismo las cuentas impagas de una gestión de gobierno que identifica como culpable de la asfixia de las economías regionales, con fuerte impacto en las regiones del NEA y el NOA. Lanzado a la carrera por la presidencia en 2019, el mandatario deberá ahora resolver un problema: cómo convertirse en el candidato del peronismo desde los bordes del partido.

 

Bossio. Como en el juicio ético-partidario que se sustanciará contra Urtubey, la jugada rupturista del ex director ejecutivo de la Anses está tipificada como traición, el delito más grave en la escala del Código Penal peronista. Y es la de él, por su historia reciente, la cara de ese pecado imperdonable que –salvando las diferencias técnicas, porque no saltó de una bancada a otra- lo ficha en uno de los colectivos más numerosos de la política argentina: el borocotismo. Por eso, el kirchnerismo hace cola para pegarle y cuesta imaginar que el camino que tomó el joven diputado nacional tenga un carril para el retorno. Pero, también como Urtubey, jugó a romper y el bloque se rompió. Y sació su sed de venganza, alimentada por un profundo sentimiento de rencor que venía macerando en el silencio inevitable de la campaña electoral. Lo de Bossio fue un problema personal: está furioso con Cristina y con La Cámpora, que lo vetaron –se dice que con malas armas- como precandidato a gobernador de la provincia.

 

Massa. El líder del Frente Renovador no termina de saber qué quiere hacer con el peronismo. No alcanza a animarse a sumergirse en sus aguas infestadas de tiburones en busca del premio mayor, como lo alentó Macri en Davos. De todos modos, como sea, la bomba que estalló en el bloque de diputados del Frente para la Victoria, cuya onda expansiva sacude la interna del partido en pleno proceso de elección de nuevas autoridades y reconfiguración en su nuevo rol de oposición, es buena noticia para el ex intendente de Tigre, al que le viene más que bien un peronismo revuelto. Acaso haya que darle algún crédito al ex candidato presidencial: el cielo del PJ empezó a encapotarse aquella noche de viernes en Pinamar, cuando se sacó una foto de tapa con –¡Bingo!- Bossio y Urtubey.

 

LOS PERDEDORES.

 

Cristina, La Cámpora y sus satélites. Aunque puedan ahora, en caliente, subirse a una mesa para acusar de traidores a los rupturistas, la ex presidenta y sus muchachos son señalados como responsables, en gran medida, de la crisis que partió el bloque. El peronismo tradicional y los jefes territoriales del interior les imputan destrato o, en el mejor caso, maltrato. Aseguran que fueron relegados cuando el kirchnerismo era gobierno e incluso ahora, fuera de la Casa Rosada, en el reparto de las migas de poder que el Frente para la Victoria administra desde el 10 de diciembre. Los acusan de haberse quedado con todo (contratos, despachos, cargos en organismos de control destinados a la oposición y esas yerbas) y de haber clausurado, con prepotencia y desprecio, cualquier vía de negociación. El problema para Cristina -que se instala este mes en Buenos Aires para revalidar títulos- y para La Cámpora es que el enojo no es sólo de los que se fueron: también los que se quedaron están furiosos, lo que los pone en serio riesgo de ser confinados al aislamiento total y, en ese escenario, perder toda chance de ratificar la conducción de CFK.

 

Scioli. Venía predicando como un pastor en favor de la unidad del peronismo. Como aspirante a líder del PJ versión oposición, el ex gobernador bonaerense sufrió un duro golpe en el estómago de su legitimidad.

 

Gioja. El ex gobernador de San Juan jugó con fuego y se quemó. Ofició de vocero de los rebeldes pero apostando a que la sangre no llegara al río. Revoleó sus demandas buscando concesiones que evitaran la fractura. O sea: tensó la cuerda sin ánimo de cortarla. Pero no pudo parar la escalada de la crisis y quedó en un limbo: representó a los revoltosos y, cuando los puentes se quemaban, reculó en chancletas y no cruzó. Igual que Scioli: como prenda de paz y potencial cabeza de una lista de unidad en las elecciones partidarias, el sanjuanino se desinfló.

 

Recalde. Como jefe de bancada, su responsabilidad institucional y política era alta: debía generar las condiciones para encauzar la discusión y evitar la fractura. No tuvo estatura ni muñeca. No supo cómo desactivar la bomba.

 

Los votantes del Frente para la Victoria. La base social del peronismo –más aún, su militancia-, a la que se suman los independientes y los simpatizantes de las otras expresiones políticas que se unieron en el voto anti Macri del balotaje, reclama contundencia, coherencia y proactividad opositora frente a un presidente que le ha imprimido un vértigo inesperado a una gestión de gobierno que, además, superó las expectativas en cuanto a la audacia y a la profundidad de las medidas destinadas a demoler el modelo K y cambiarlo por uno conservador de mercado sin ninguna preocupación por limarle, al menos, sus puntas más filosas. Desde este miércoles, el 49% del electorado acaso se sienta más a la intemperie.

 

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