El intríngulis de Massa

Sergio Massa se convirtió en un rockstar de la política argentina el 27 de octubre de 2013. Es el día en que derrotó al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires por un margen de casi 12 puntos. Su apuesta política exitosa le abrió dos puertas. En primer término, cortar de raíz la movida re-reeleccionaria pergeñada por Diana Conti bajo la ensoñación de “Cristina eterna”.  Por otra parte, convertirse a partir de 2015 en la gran rueda de auxilio de un nuevo gobierno que asumía con una situación de minoría legislativa tanto en el Congreso como en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires.

 

La capacidad de interlocución de Massa en la Cámara de Diputados de la Nación es tan grande que su bloque casi iguala en tamaño al del propio oficialismo, sin contar las escisiones que fue teniendo el bloque mayoritario del Frente para la Victoria que hoy se mueven en sintonía con el Frente Renovador o el PJ no K. A su vez, su poder de fuego en la Legislatura bonaerense es tan amplio que, salvo nuevas reagrupaciones que puedan sufrir los bloques del FPV y PJ a secas, Massa ostenta en Buenos Aires la misma condición de árbitro o de socio político que tiene hoy en la Nación.

 

Sin embargo, el tigrense por adopción tiene un gran desafío por delante y con una fecha perentoria: octubre de 2017. Al igual que un boxeador de primera categoría, Massa el año próximo necesitará revalidar su gran pelea de 2013. Y se juega mucho en esa parada. Nada más y nada menos que mantener y expandir la estructura de sus bloques legislativos en la Nación y en la Provincia como para quedar en categoría de challenger para la próxima presidencial de 2019.

 

En ese partido no hay empate posible. Si Massa no va para adelante, va para atrás. Será una competencia sin red para él ya que lo único que está administrando Massa hoy son expectativas. Massa no tiene el recurso de recuperar la iniciativa política por vía de la gestión de gobierno como lo hizo el kirchnerismo tras perder las elecciones legislativas de 2009. La variable de éxito para él pasa por expandir su participación legislativa y, en especial, validar sus oropeles en la provincia de Buenos Aires.

 

A priori, no puede decirse que el contexto político actual sea para Massa más fácil o más difícil que el de 2013. Pero sí es muy diferente. En aquella oportunidad, el actual diputado nacional lideró la oposición en el marco de una elección muy polarizada en clave K vs anti K, Cristina sí vs Cristina no. Ese tipo de veladas donde el árbitro dice de entrada: “Terceros afuera”. Y donde, perdón Insaurralde, nadie miraba demasiado quién encabezaba “la lista de Cristina”. “Si la encabezaba el perro Pluto era lo mismo”, decía con picardía un curioso operador del peronismo todo terreno.

 

CRECER POR LA BALDOSA DEL OFICIALISMO O LA OPOSICIÓN. Hoy la situación es muy diferente. Massa se encuentra ante la disyuntiva o el intríngulis del alpinista que quiere subir al Aconcagua o, más ambicioso, al Nanga Parbat. “¿Lo encaro por la pared norte o por la pared sur?” Los dos caminos políticos están llenos de dificultades. La pared norte está transitada por un nuevo oficialismo nacional y provincial que precisamente necesita consolidarse en la provincia de Buenos Aires y expandir su propia representación legislativa en ambos terrenos.

 

Más aún, un oficialismo que cuenta entre sus atributos en la provincia de Buenos Aires a María Eugenia Vidal, la Lionel Messi de la política argentina. Y al que, además, lo alcanza una regla histórica de oro de la política argentina que jugará en detrimento de Massa: todos los presidentes del ‘83 a la fecha bombearon a los challengers con instalación en la provincia de Buenos Aires. Ello se intensificó con la reforma del ’94, que instaló el voto directo. Alfonsín le “cruzó un camión” a Cafiero, Menem a Duhalde, los Kirchner a Scioli y no se puede esperar otra cosa de Macri respecto de Massa.

 

Por otra parte, la pared sur también está muy complicada. A pesar de los fuertes embates y el desgaste político sufrido en los últimos años, la principal referencia de la oposición hoy es Cristina Fernández de Kirchner de acuerdo a un reciente estudio de Isonomía con datos del mes de noviembre. Asimismo, este trabajo explicita que el registro opositor de Massa continúa siendo débil, es decir, su baldosa actual se superpone en gran medida con la del oficialismo.

 

Crecer por el lado de la baldosa del oficialismo es muy peligroso para Massa. A la hora de elegir, los adherentes al oficialismo votarán por los candidatos de Macri. Crecer por el lado de la baldosa de la oposición también le resulta riesgoso. Ni siquiera le hizo falta llegar a la elección para saberlo. En el marco del duro debate por Ganancias, los medios le dieron para que tenga y guarde por su eje con Kicillof y el salvavidas de plomo que le tiró Máximo K.

 

Por último, Massa podría evaluar sostener su apuesta por “la ancha avenida del medio”. Una movida tampoco exenta de riesgo. De polarizarse nuevamente esta próxima elección, un escenario encantador para el oficialismo, el peligro es que la 9 de Julio massista termine quedando reducida a Cerrito o Carlos Pellegrini. Para resolver este intríngulis, a Massa no le queda mucho tiempo para encontrar un conejo en su galera. Y que no esté muerto, por cierto.

 

Martín Menem y Gabriel Bornoroni participaron de la noche más convocante del Festival de Jesús María.
Javier MIlei, con Cristina Fernández de Kirchner, durante su asunción. 

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