WASHINGTON, enviado especial. Bienvenidos al nuevo mundo. El sueño del mercado todopoderoso aliado a valores "progresistas" acaba de caer derrotado y las identidades nacionales y religiosas que se creían en extinción muestran que sigue aún vivas y con fuerza. Con una consigna sacada de una película de Stallone -"America great again”- y un discurso contrario a todas las normas recomendadas por los especialistas, Donald Trump es el nuevo presidente electo de Estados Unidos tras derrotar no solo a Hillary Rodham Clinton sino también a todo el establishment político -incluído el de su propio partido-, mediático, económico, cultural y hasta deportivo de su país y el mundo.
Desde este espacio veníamos planteando dudas sobre si el discuro de Hillary sostenido en que sería la primera mujer presidente y que Trump era un misógino, era suficiente para campear la sensación de millones de norteamericanos de que el american dream no existía más. Quedó claro que no y la lección debería ser absorbida por todas las democracias occidentales. No alcanza con políticas progresistas en cuestiones valóricas si no van probablemente acompañadas de una equitativa distribución de bienes y recursos.
La mayoría de los norteamericanos asoció los discursos políticamente correctos con el objetivo deterioro de sus condiciones económicas y rechazó elegir a alguien que, como Hillary, representaba como nadie a la elite política de Washington, a quien visualizan como responsable de ese deterioro. Clinton fue primera dama, senadora y secretaria de Estado antes de lograr la candidatura presidencial demócrata. Imposible eludir ese vínculo.
Trump, pese a su condición de millonario, logró -paradojicamente ayudado por sus enemigos- posicionarse como un candidato antisistema, un outisder sin nada que ver con el establishment y, en otra lección que debe tomar nota la política, ganó con el antiguo método peronista de posicionarse como la alternativa nacional a todo el sistema, que sigue rindiendo frutos. No alcanzó ni con toda la maquinaria estatal, ni con la multimillonaria financiación privada ni con la campaña del "miedo" ni con la colaboración de casi todos los medios de comunicación (todos los diarios estadounidenses respaldaron abiertamente a Hillary) ni con el aporte de artistas y deportisas. Braden o Perón, siempre gana Perón.
Como temían los demócratas, las encuestas también esta vez fallaron y no lograron detectar el presumible voto vergonzante que, ante semejante avalancha, temía expresar públicamente su apoyo a Trump. Y ese apoyo se dio, además, en el antiguo cinturón industrial de EE.UU., ése donde ahora reina la pobreza y donde quedan los esqueletos de lo que fueron fábricas pujantes. Tratados de libre comercio mediante, muchas de esas fábricas se fueron y probablemente muchos de sus ex empleados y de los actuales eligieron votar a un candidato que prometía traerlas de nuevo.
También el factor cultural hizo su aporte. Este país cada vez más multicultural asusta a quienes pretenden continuar con la homogeneidad que supieron construir. La Norteamérica profunda, la que es blanca, protestante y sajona y quiere seguir siéndolo, apoyó a Trump.
Pero no solo ellos. En Florida, epicentro del voto latino, ganó también el multimillonario y no hay triunfo posible en ese estado sin el aporte del voto latino. Los inmigrantes ya instalados fueron empoderados por el millonario. No quieren que sigan viniendo sus "primos" y sienten que es injusto que los nuevos tengan privilegios que ellos no tuvieron.
Por último, pese a que no fue un plebiscito. También en esta elección, al igual que lo sucedido en el Reino Unido y Colombia, desoyeron las advertencias de los medios tradicionales. La OEA dio un dato ilustrativo: más del 60% de los norteamericanos se informó primordialmente por las redes sociales sobre las elecciones.
Habrá que releer los libros sobre teoría política y, tal vez, resignificar los términos de izquierda y derecha, insuficientes ya no solo para explicar la política latinomericana sino, también, la norteamericana. Paradójicamente, tras una década enfrentando y demonizando los "populismos", habrá un populista ahora en la Casa Blanca y nada será igual.