Desde que Diego Milito primereó con su candidatura a presidente para las elecciones en Racing, el mundo político del club vive entre las certezas y la incertidumbre. Es entendible si se tiene en cuenta que el poder que acumuló Víctor Blanco en estos 11 años al frente de la institución quedó bajo un gran signo de pregunta. ¿Qué pasará?
Blanco y Milito se reunieron el jueves pasado. En ese encuentro predominó el respeto y la buena onda: no hubo reproches ni nada parecido. La tensión, que es lógica tras los anuncios y las especulaciones electorales de cara a los comicios de diciembre, se disimula con charlas fraternales y dardos que prefieren guardarse para más adelante. Cada paso se estudia con hoja de cálculo.
En ese encuentro, Blanco puso énfasis en la construcción del nuevo predio de Ezeiza, sobre la Autopista Ricchieri, que tendrá su primera fase terminada (dos canchas de fútbol profesional más instalaciones cerradas) para fin de año. Milito también le contó sus proyectos, en especial los vinculados al fútbol profesional.
Elecciones y caminos bifurcados
Más allá de especulaciones, en esa charla fraternal no hubo ninguna decisión conjunta: ni el pacto de una lista de unidad ni la confirmación de que se enfrentarán en las urnas. Para que suceda lo primero, Blanco debería retirarse y Milito aceptar a las tres o cuatro personas que el presidente elija para una futura comisión directiva. No existe como posibilidad, al menos de acuerdo a lo que aseguran en su entorno, que Blanco vaya como vice de Milito. “No hay fórmula de unidad”, validan del otro lado.
Para que suceda la segunda opción, Blanco debería confiar en lo que le aseguran distintos espacios: que con el piso de votos que él tiene y con la posibilidad de que el equipo pueda ganar algo de lo que juega en este semestre (la Liga Profesional o la Copa Sudamericana), una boleta con su nombre y cara sigue siendo altamente competitiva, incluso con Milito enfrente. “El único que puede competirle a Milito es él”, es el nuevo lema de quienes lo apuntalan.
También es cierto que quizás eso no alcance y Blanco, luego de tantos años, con tres victorias holgadas en las urnas (2014, 2017 y 2020) no quiere presentarse a una contienda electoral para salir segundo.
Los llamados del poder real
Lo que hace envalentonar a Blanco son, por ejemplo, algunos llamados o mensajes de WhatsApp que recibió en estas semanas desde distintos círculos de poder: desde un alto directivo de un poderoso grupo de medios hasta el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, quien siempre lo recuerda con gratitud por haber cedido el Cilindro para un acto de Cristina Fernández de Kirchner. Otros tiempos políticos de un país pendular.
Blanco duda. Sabe que puede irse con el bronce de una gestión que casi nadie califica por debajo de buena o muy buena, con el club saneado en materia económica y un presente deportivo con más promesas que concreciones. Su hija Bárbara es uno de los motores del "por qué no intentarlo". Las mil personas que lo respaldaron en un evento en Puerto Madero, un día después del anuncio de Milito, es otro componente que pondera: ese número podría subir a un piso de cinco mil en una eventual elección polarizada.
Un ídolo que cautiva a Racing
La fuerza del Milito candidato es la fuerza del ídolo que se presenta para gestionar al club que lo forjó. Es también una reivindicación de época: Riquelme en Boca, Verón en Estudiantes, Artime en Belgrano y Belloso en Central lo demuestran. Milito habla frecuentemente con todos ellos. Con Román se debe un café: una charla privada para conocer los pormenores de su experiencia al frente de uno de los clubes más populares del mundo.
Además, así como surgen interrogantes sobre los postulados del Milito candidato, también se van desmontando algunos prejuicios que surgían casi por default. A casi dos semanas del anuncio, incluso quienes le endilgaron cierta simpatía con las sociedades anónimas y el macrismo, las dosificaron.
Candidato con banca PRO
El grupo que rodea a Milito indudablemente tiene referentes macristas, pero también contiene a militantes de organizaciones sociales o del peronismo. Como sucede con la gestión de Blanco –avalada por Máximo Kirchner, Horacio Rodríguez Larreta y Mariano Cúneo Libarona– y como sucede en tantos otros clubes, el agrupamiento no es lineal en lo ideológico: el fútbol amalgama lo que la macropolítica no puede amalgamar.
Con el exministro de Economía de Mauricio Macri, Hernán Lacunza, Milito construyó una relación desde que firmó la escrituración del predio Tita. En aquel entonces, marzo de 2018, Lacunza era el ministro de Economía de la gestión de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y tenía bajo su órbita la dirección de regulación de tierras. En esa reunión iniciaron un diálogo que se sostiene hasta hoy: Lacunza no está en el día a día de las decisiones de campaña, pero es probable que tenga un lugar asegurado en alguna de las dos vicepresidencias.
El vínculo de Milito con Fernando Marín, otro símbolo del macrismo y de las sociedades anónimas en el fútbol, es más personal que político. Aunque muchas veces lo personal es político, el candidato a presidente no esconde su cariño por el exgerenciador de Blanquiceleste, que viene desde sus inicios como jugador de Racing. En reuniones privadas, llegó a soltar que si no hubiese llegado Marín en 2001 para gerenciarlo, Racing quebraba y que esa razón es suficiente para no insultarlo y permitirle volver a la cancha.
Del lado opuesto al de Marín y Lacunza está Diego Bartalotta, subsecretario de Economía Social y Popular de la municipalidad de Avellaneda. Autor del proyecto de la calle Milito y militante de la organización Barrios de Pie, Bartalotta es, por ahora, el único vínculo de Milito con Ferraresi. En las cercanías del ídolo también está Martín Ferré, ministro de Desarrollo y secretario general de la gobernación bonaerense durante la gestión de Daniel Scioli. Son solo legajos, pero que grafican una diversidad de la que casi nadie habla.