La muerte de Daniel Barrientos y el rostro ensangrentado del ministro Sergio Berni entreabrieron la puerta de ingreso al inframundo del conurbano que nadie quiere ver; pusieron sobre la mesa el divorcio entre el vecino de a pie y la dirigencia política, mostraron la fragilidad de un contrato social que está mirame y no me toques. El descontrol total a la vuelta de la esquina.
El asesinato, la reacción de los compañeros del muerto y la incapacidad manifiesta de la conducción política transforman el corazón de la geografía electoral bonaerense en terreno minado para todos, pero todavía más para el peronismo oficialista que gobierna la provincia hace cuarenta meses y La Matanza, desde que el mundo es mundo.
De tanto en tanto, cada vez con mayor frecuencia, la realidad le da un aviso, pero esta vez el Frente de Todos (FdT) debiera tomar nota con tinta indeleble porque lo de este lunes podría ser el puntapié inicial de algo impredecible y, entonces, el refugio en el que el peronismo y el kirchnerismo en particular buscan convertir a la Buenos Aires del 38% del padrón podría despertar a un monstruo aun más ingobernable para Axel Kicillof.
Berni, esa mancha de café en la conciencia inmaculada del kirchnerismo, como alguna vez lo describió el periodista Diego Genoud en este medio, ese agente que conduce formalmente el ejército de La Bonaerense con carta blanca para moverse y declarar, es una verdadera incógnita. ¿Cuán eficiente es El Sheriff en la pelea contra la inseguridad y cuánto aprovecha los golpes para construir su imagen, en definitiva, para hacer campaña?
Acaso Berni sea en este caso de inseguridad, además del primer responsable directo debido al cargo que ocupa, una radiografía fiel de la degradación de la política, de los hombres y de las mujeres que la ejercen, como herramienta para solucionar conflictos.
Sus dichos no ayudan. Se desconoce cuáles son las pruebas que tiene el funcionario para afirmar que lo sucedido en Virrey del Pino “no fue un simple robo” y que “hubo infiltrados”. Solo hay que rebobinar las imágenes para escuchar el coro de insultos de los manifestantes enardecidos a quienes le acababan de ejecutar a un compañero.
Hasta el cierre de esta nota, el gobernador no había dicho nada públicamente. El presidente Alberto Fernández tampoco. El silencio se paga, pero acaso se pague más caro por las manifestaciones a tientas de dos ministros –además de Berni, el de Transporte, Jorge D’Onofrio– quienes, después de encerrarse en La Plata con su jefe político, como única ¿respuesta? mencionaron la instalación de cámaras en los micros.
Sin contar la montaña de plata que destinó la actual administración y la falta de control para que las empresas instalaran los sistemas, parece poco creíble que en la era del Gran Hermano en que han convertido a las ciudades y mientras el delito no afloja aquella sea la solución. No es por ahí.
La respuesta al crimen y al microestallido –como define Marcelo Falak en la edición de este martes de desPertar, el newsleter de Letra P – debe buscarse debajo del verdín que no deja ver las profundidades. Aquí invitamos al lector a repasar el Especial Conurbano, esa Olla a presión que parece comenzar a destaparse y que muestra las urgencias en la porción del territorio argentino con mayor densidad poblacional, donde viven 11,5 millones de personas y el 40% es pobre.
Repasemos algunas cifras de aquel trabajo: en un territorio equivalente al 1% de la superficie del país, el conurbano, conformado por 24 distritos, reúne al 25% de la población total y al 64% de los habitantes de la provincia de Buenos Aires. Según datos de 2021 del Observatorio del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), eran 11,5 millones de personas, de las cuales el 40,5% vivía en la pobreza y el 12,1%, en la indigencia; el 8,2% estaba desempleada y el 33,6% trabajaba en la informalidad. No parece que la cosa haya mejorado en los últimos dos años, con una inflación interanual que rompió el techo de los tres dígitos en los últimos 12 meses.
Parece que tenía razón el gobernador del 52% de los votos (en 2019) cuando dijo “el conurbano no da para más”. Parece que estaba en lo cierto el ministro Andrés Larroque cuando reconoció: “El conurbano no da para más y sólo le ponemos curitas”.
La bomba del conurbano que no termina de estallar podría dar en la línea de flotación de una coalición que según las encuestas tiene hoy al hijo político dilecto de Cristina Fernández de Kirchner como el único dirigente a salvo.
El pararrayos Berni ya no alcanza. El crimen de Barrientos y la paliza al ministro no son el problema –que lo son, claro–, son el síntoma de una enfermedad endémica a la que no ha querido, no ha sabido o no ha decidido atacar ninguno de los últimos gobiernos, ni el actual ni el anterior, que se fue dejando un desastre.
El problema es que no es con Todos, es con todos. Y en la Argentina de estas décadas, la dirigencia sigue ensimismada en su riña de poca monta, en la pelea por ver quién se sienta en los sillones de mando, una disputa que se empequeñece hasta el enanismo frente a los acontecimientos. ¿Hay futuro? No parece. A meses de las elecciones y en plena campaña, nadie dice qué va a hacer y mucho menos, cómo.