Aun cuando cansan o aburren a algunas personas, las campañas electorales tienen una virtud: por mucho que quienes las animan eludan los temas centrales, estos terminan por emerger. La altísima inflación es un asunto que estalla ante los ojos, pero la abundancia discursiva que genera oculta un problema paralelo y acaso más concreto: el dinero no alcanza. Por fin, casi sobre el cierre, el problema del trabajo y los salarios hizo pie de alguna manera en los dichos de los aspirantes presidenciales más expectables: Sergio Massa, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.
En definitiva, ¿a quiénes se les pide el voto? ¿A ciudadanos que habitan el aire o a personas que se procuran sus ingresos, en su abrumadora mayoría, trabajando?
El gran asunto
La firma EPyCA Consultores, dirigida por el economista Martín Kalos, dio cuenta del cálculo más reciente del problema salarial, una luz roja gigante para el futuro electoral del oficialismo. "Los salarios siguen perdiendo contra la inflación. En mayo, el incremento acumulado fue de 38,8%, mientras que la inflación acumulada escaló a 42,2%. Así, la evolución intermensual fue de 7,5% –por debajo del IPC de 7,8%– y la interanual, de 106,3% –en comparación con el 114,% del IPC–", dijo.
"En este contexto, el salario registrado, y en ese grupo el privado y el público, y el salario privado no registrado percibieron, en promedio, pérdidas reales del poder adquisitivo", añadió.
De acuerdo con Emmanuel Álvarez Agis, los ingresos de quienes trabajan en el sector privado formal permanecen alrededor de 20% por debajo de sus niveles de 2017, mientras que el de quienes viven del mercado informal sumaron en la era de Alberto Fernández un deterioro del orden del 20% al 20% que ya traían de tiempos de Mauricio Macri.
Entre el mea culpa y las promesas
Después de haberse rodeado del respaldo de la CTA, Massa contó ante la CGT su intención de convertirse en "el presidente de los trabajadores".
"Nos reprochan que no recuperamos el salario en estos últimos dos años. Les pido que hablen con los desilusionados y les digan que no es volviendo al pasado de ajuste y dolor como la Argentina sale adelante", invocó a la audiencia, a la que arengó en clave futbolera: "El domingo, cueste lo que cueste, tenemos que ganar". ¿Podrá?
Poco antes, en un día frenético de campaña, el ministro de Economía había hecho una nueva autocrítica, aunque asordinada por el impacto de lo imponderable: "Estamos en deuda porque no tuvimos la capacidad de resolver el problema macroeconómico de la inflación, agravado por la sequía, pero también porque en pandemia elegimos cuidar empleo y no mejorar ingresos".
Por lo pronto, el ministro que también es precandidato definirá el alcance de un aumento salarial a través de una suma fija, que alcanzaría a las personas más perjudicadas por la inflación. Sería el mes que viene, antes del 22 de octubre. Si a Massa le fuera mal el domingo, la iniciativa sería electoralmente urgente; si le fuera razonablemente bien, también.
El detalle de esa solución, si es que así se la puede llamar, es que resulta fugaz en un contexto de inflación como el actual. A Massa puede resultarle difícil explicar cómo piensa abatir el incremento generalizado y sostenido de los precios en su eventual gobierno, al menos no sin enajenarse votos y, acaso, al cristinismo. Sin embargo, es obvio que no alcanzaría para eso con que siga lloviendo lo justo y necesario y que la recuperación de las exportaciones rebanadas por la sequía surtan mejor las reservas del Banco Central, como dice.
¿Votante fantasma?
Es interesante que la política le siga hablando a un sujeto social que es –que debe volver a ser– un trabajador o una trabajadora formal, con anclaje en la clase media. Sin embargo, eso puede ser una aspiración a reconstruir, nunca un espejismo: la Argentina está cruzada desde hace tiempo, y con persistencia sistémica en los últimos –muchos– años, por la paradoja de la convivencia del empleo con la pobreza y, más en el fleje todavía, por la generalización del trabajo informal, la changa y el rebusque autónomo.
Provoca una mueca de amargura escuchar que se siga debatiendo si hay que flexibilizar o no las relaciones laborales cuando el mercado ya ha hecho y con creces esa tarea, tanto en lo que respecta al tenor de los vínculos entre la parte empleadora y la empleada, como desde el costado de los ingresos flacos.
Así las cosas, ¿a quién le habla Massa? ¿A una aspiración valiosa o a un universo empequeñecido? Desde ese punto de vista, no debe sorprender –y hasta cabe atribuirle una dosis importante de lógica– la emergencia de una precandidatura alternativa como la de Juan Grabois, nacida de los movimientos sociales, la economía popular y la informalidad.
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El espacio del precandidato a presidente Juan Grabois reclama al PJ de Entre Ríos que imprima las boletas con la fórmula de la lista Justa y Soberana.
Es un rebusque inteligente la búsqueda de contener a esos sectores dentro de Unión por la Patria (UP) a través de las tantas veces denostadas Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). El gran interrogante es si esa pertenencia sobrevivirá o no a la votación del domingo, si los sufragios que obtenga Juan 23 se terminarán por arrimar a la orilla de la lista oficiosa de UP.
Y sin embargo…
Si el mercado ya flexibilizó –precarizó– buena parte de lo que quedaba por flexibilizar –precarizar–, el debate se ha corrido a la derecha. Lo que Massa describe como una defensa de los derechos laborales y su rechazo a "volver al pasado", para los dos precandidatos de Juntos por el Cambio no es tan así.
Para confusión de quienes no ven diferencias entre el principal precandidato peronista y el asincrónico tándem Bullrich-Rodríguez Larreta, este último va por más. Lo dicho no implica –ni deja de implicar nada– sobre lo que Massa querría, sino, con mayor practicidad, constatar cuáles son sus apoyos: además de ciertos sectores de la industria y el comercio, el cristinismo, las centrales sindicales, los movimientos sociales… Ningún liderazgo gira solo en el aire.
En cambio, los respaldos de los precandidatos del PRO son los diferentes eslabones del Círculo Rojo más concentrado, incluyendo los del segmento financiero que este martes convalidaron el nuevo piso del dólar blue, cada vez más cercano a los 600 pesos.
Dante Sica, asesor de Bullrich en asuntos laborales, meneó en los últimos días la caída de la ultraactividad, esto es la vigencia de los convenios colectivos en tanto no sean reemplazados por otros nuevos, siempre negociados por partes que son fatalmente desiguales. Una manera de terminar con la informalidad laboral es terminar con la formalidad y convertir la precariedad en norma.
La propuesta es piantavotos, ¿pero en qué sector? Solo en el del trabajo registrado, cada vez más pequeño. En la ancha avenida del trabajo precario, se sabe, hasta Javier Milei hace pie.
Otra vez buscando acomodar el cuerpo entre las demasías de Bullrich y Milei, por un lado, y el apego de Massa a la visión tradicional –¿vencida?– de la clase media trabajadora, el jefe de Gobierno porteño habló de su proyecto de reforma laboral en Córdoba, territorio que, en caso de ganar las PASO, desearía convertir en el contrapeso cambiemista del conurbano bonaerense en octubre.
Después de elogiar el modelo laboral de las terminales automotrices –como las que operan en esa provincia– y el de la construcción, Rodríguez Larreta prometió revisar los convenios colectivos que "están frenando la formalización del trabajo", aunque no con una caída general, a lo Sica-Bullrich, sino "caso por caso", de modo de ir hacia un modelo que le ponga coto a la litigiosidad y las indemnizaciones sean reemplazadas por seguros.
De este lado del mostrador laboral, ¿cuánta gente escucha de verdad lo que se le está diciendo?