Tras el cierre de la semana pasada, cuando Luis Toto Caputo se enfrentó a rumores de eyección atribuibles a fuego –digamos que– amigo, el ministro de Economía, ratificado el viernes por Javier Milei y este lunes por Manuel Adorni, se hizo con un mimo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y con un indicio positivo vinculado a la marcha de la inflación. Sin embargo, la realidad es difícil –para él y, sobre todo, para quienes sufren por sus políticas– y cabe preguntarse por el motivo de ciertos festejos en el Palacio de Hacienda.
¿Qué es, al fin y al cabo, un "éxito"?
En su comunicado, sin embargo, el staff del Fondo volvió a sugerir la realización de "esfuerzos para mejorar la calidad y la equidad de la consolidación fiscal, afinar los marcos de política monetaria y cambiaria, así como atender los cuellos de botella para el crecimiento". Es decir, para convertir un conjunto de políticas por ahora efectivas para bajar la inflación agravada por la megadevaluación de diciembre y mejorar el balance del Banco Central en un plan eficiente, que involucre los menores costos posibles para la sociedad y el propio futuro de la economía, y resulte menos condicionado por inconsistencias.
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Javier Milei y el fetiche de la dolarización.
"En la transición hacia un nuevo régimen monetario –que involucra la competencia de monedas–, la política monetaria evolucionará para seguir anclando las expectativas de inflación y la política cambiaria se hará más flexible, al tiempo que se seguirán reduciendo las restricciones y controles cambiarios a medida que las condiciones lo permitan", dijo el organismo. Sí, advierte que hay que apurar la salida del cepo, pero, más relevante, asume que ese camino conducirá por decisión del Presidente a esa forma de dolarización oblicua, silvestre y acaso más dolorosa que supone –por falta de divisas para canjear de una vez todo el circulante de pesos– una modificación instrumental de lo que había prometido en la campaña.
De una dolarización más o menos rápida y ordenada depende que la ultraderecha gobernante encuentre en algún momento –¿el año que viene?– un modo de recrear expectativas, terminar de abatir la inflación y regenerar el crédito. Aunque el precio por eso sea la colocación en el largo plazo de una lápida sobre las esperanzas de desarrollo del país.
Un dogmático jamás cambia de idea. Menos aún cuando piensa que la realidad convalida su marco teórico.
¿Éxito, entonces?
Entre los objetivos estrictamente económicos del Gobierno para la primera etapa de su programa ranqueaban alto la acumulación de reservas en el Banco Central y la mejora de su balance, la eliminación de las restricciones cambiarias, la desinflación y la recuperación de la actividad.
Lo primero, la cuestión de las reservas, le da bien ya que sumó este lunes nomás 101 millones de dólares y casi 16.000 millones desde el 10 de diciembre.
Lo logró en base a una suba inicial enorme –118%– de la cotización del dólar oficial y, justamente, al efecto de un cepo que no ha podido siquiera aflojar de modo significativo. Cal y arena. Algo similar cabe decir sobre el pasivo de la autoridad monetaria, que se va limpiando en base a una enorme licuación, posible por la aplicación de tasas reales negativas que diluyen a la vez ahorro argentino. Nuevamente, el cepo lo hizo.
Así como reservas y cepo están vinculados, lo demás –inflación y actividad– también lo está. El IPC de abril, que se conocerá este martes, arrojaría el ocho y pico anticipado por desPertar, el newsletter de Letra P, ya cómodamente dentro del dígito tan deseado, pero conseguido a costa de una depresión económica feroz que hace de la recuperación del crecimiento un gran signo de interrogación.
De nuevo, cal y arena. El éxito es un concepto resbaladizo.
Datos y autoengaños
El Gobierno no sólo se ilusiona con el IPC de abril, sino también con el del mes en curso, que según proyecciones privadas podría ubicarse entre 4 y 6%. ¿Impresionante? De nuevo: depende.
En medio de presagios de economistas –incluso de Domingo Cavallo, hasta hace poco admirado Milei– respecto de que la cercanía de un piso duro de perforar, Caputo está dispuesto a todo con tal de mantener la percepción de desinflación, incluso al precio de incrementar las inconsistencias de un modelo abundante en ellas.
No por nada, un hombre de consulta permanente del jefe de Estado, Juan Carlos De Pablo, declaró que la reducción de la inflación es, "en el sentido práctico, lo único que tiene para mostrar y no lo puede arriesgar". Así, sostuvo, no hay que esperar ningún ajuste del tipo de cambio oficial, por más que su virtual fijación haya hecho que la ganancia de competitividad producto de la megadevaluación de diciembre virtualmente se haya evaporado y genere hoy tensiones fuertes con el segmento agroexportador del Círculo Rojo.
No solamente el dólar se mantendrá atrasado para evitar un rebrote de la inflación. También el aumento de las tarifas de luz y gas previsto para este mes, lo que demora la eliminación de los subsidios y, sumado a la caída de recaudación producto de la recesión, complica el objetivo del equilibrio fiscal.
¿El Gobierno se está comprando una crisis?
El festejo de Pirro
El economista Juan Martín Graña, investigador del Conicet y miembro del Grupo Paternal, publicó una interesante columna en El Cronista donde sostiene que "a cinco meses de gestión de Javier Milei, el balance que el propio Gobierno y sus economistas cercanos quieren difundir es que el plan económico es un éxito: 'se redujo la inflación desde el pico de diciembre, bajó la brecha cambiaria y se acumularon reservas'. Pero cada vez somos más quienes no estamos convencidos".
"La economía está en una depresión profunda y con un peso que ya perdió la competitividad lograda por la devaluación de diciembre. El cepo continúa vigente, las remuneraciones y jubilaciones han perdido una parte importante de su poder adquisitivo y las tarifas están aún lejos de sus valores 'razonables'. En este sentido, los costos pagados hasta aquí parecen demasiado altos para los logros alcanzados; y, para peor, todo indica que se requerirán aun mayores ajustes a futuro", añade.
A los indicadores conocidos –caída interanual de la actividad del 10%, salarios al 17% en la era Milei, industria al 21,2% y construcción al 42,2% en marzo, pobreza por encima del 50%…– cabe añadir elementos nuevos. Por caso, una retracción del 20,4% del consumo masivo entre abril del año pasado y el de 2024, choques de trenes por una falta de mantenimiento asumida por el propio oficialismo y hasta el riesgo de que no haya con qué ni con quién colocar stents o realizar angioplastias por la crisis del sector denunciada por el Colegio Argentino de Cardioangiólogos Intervencionistas.
¿Cómo era eso del FMI sobre "la calidad y la equidad de la consolidación fiscal"?
El ajuste perpetuo
Otra cosa que pide el FMI –y la comunidad de negocios local e internacional– es la institucionalización del ajuste, esto es la conversión en permanente del reparto mileísta del ingreso que tiene en pobres, asalariados, cuentapropistas y jubilados sus principales víctimas. Eso descansa, en buena medida, en el proyecto de ley ómnibus XS que el Gobierno lucha por sacar del fango en el Senado.
La firma de dictamen para habilitar su tratamiento en el recinto no brinda por ahora certezas, los sindicatos hicieron oír sus quejas contra el texto y el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI) acumula impugnaciones y reclamos tajantes de reformas por parte de Martín Lousteau, quien lleva la voz cantante más allá del rechazo de la bancada peronista.
El líder radical exige que se revean sus aspectos más polémicos, una hipoteca pesada e injusta por 30 años. Si eso no ocurre, sugirió un voto negativo. Es de esperar que en esta ocasión tenga la consistencia que le faltó en otras porque es demasiado lo que está en juego.