Le bastaron apenas 25 días a Javier Milei para desatar a su alrededor un enjambre de vientos poderosos, que desde la política hasta la economía, pasando por los asuntos internacionales, comienzan a demostrarle que gobernar la Argentina es una tarea más compleja que lo que imaginaba.
La CGT obtuvo un primer y resonante triunfo en la Justicia contra su reforma laboral por decreto, el Congreso le señala que hasta el ala más dialoguista de la oposición le puede poner condiciones, la dinámica inflacionaria deja en evidencia el candor del Presidente respecto de lo que en verdad es el mercado, el dólar amaga con encabritarse y hasta la aparición en el país de una posible célula terrorista señala los efectos de una política exterior chapucera.
El blitzkrieg desatado por un gobierno que nació débil, pero que se autopercibe fuerte por su sobreideologización y por la mala lectura que hizo de un ballotage que fue más opción que convicción, encuentra límites en el hielo veraniego en el que sumió a la economía, a la política y a la sociedad.
Del palacio a la calle
La lista de los damnificados por el modelo y los modos de la ultraderecha no se agota en sectores organizados como el sindicalismo y los partidos políticos, que dudan entre pararse cerca del Gobierno o de la sociedad. El partido de la paciencia ciudadana se comienza a jugar en la cancha de la economía y se está poniendo picante.
El vocero presidencial, Manuel Adorni, arriesgó que la inflación de diciembre rondaría el 30%, mal que, en parte con razón, le cargó al gobierno de Alberto Fernández y Sergio Massa. En parte, porque en efecto fueron las políticas de la administración panperonista las que nos han traído hasta este punto en todos los sentidos, así como su desaprensión respecto de la dinámica de los precios una vez que el resultado de las elecciones quedó sellado el 19 de noviembre. Sin embargo, ni Adorni ni Milei ni quienes aman la ultraderecha pueden ocultar que la política violentamente desreguladora del nuevo oficialismo ha provocado una suelta de remarcaciones que supone un ensañamiento inexplicable para con las familias humildes y de clase media.
El 30% al que aludió Adorni supera levemente las proyecciones de las consultoras privadas, pero incluso los pronósticos más benignos constituyen un desastre.
Si diciembre y enero están jugados –para mal–, lo que siga definirá la suerte del ensayo paleo.
El gran peligro
Todas las petroleras subieron los precios de los combustibles un 27%, tercera ronda de aumentos de la era Milei que le vuelve a meter presión a los costos de todas las empresas y a la inflación por venir.
En lo que respecta a otro costo crucial para la dinámica económica, el ministro de Infraestructura, Guillermo Ferraro, dispuso restablecer desde el viernes 15 la indexación de las tarifas de transporte, mecanismo útil desde el punto de vista fiscal para licuar los subsidios –que quedarían como un monto fijo cada vez más chico en términos reales–, pero perjudicial en lo que hace a la evolución del IPC.
Si lo que pasa con los combustibles y el transporte –además de lo que viene en materia de luz y gas– derrama sobre toda la economía, lo mismo –incluso en una medida mayor– cabe decir sobre el dólar.
El Gobierno celebró que tras su megadevaluación inicial –el salto de 118% del tipo de cambio–, la brecha entre los paralelos y el oficial se haya comprimido a menos del 30%. Sin embargo, las propias políticas de Luis Toto Caputo y Santiago Bausili amenazan con generar una tormenta perfecta cambiaria.
En efecto, con una emisión monetaria que se ha desacelerado pero no frenado en seco, una liberación desaprensiva de precios, una dinámica inflacionaria endemoniada, la baja de la demanda estacional de pesos, la decisión de licuar los depósitos de los ahorristas y los aparentes preparativos para una dolarización, el billete verde vuelve a concentrar ciertas tensiones.
Los tipos de cambio negociados en bolsa experimentaron fuertes subas, acumulan hasta 8% solo en lo que va de 2024 y ya cotizan bien por encima de los 1.000 pesos.
Todo, desde ya, irá detrás, de esos tres precios clave: combustibles, transporte y, sobre todo, dólar. Así, a la desgracia de lo que ocurre con los alimentos, hay que añadir que las empresas de medicina prepaga, que incrementaron sus cuotas 40% este mes, planeen un ajuste adicional de hasta el 30% el que viene. También que los alquileres le terminen ganando por goleada a la inflación interanual gracias a la desaparición de toda regulación, lo que incrementa la oferta, claro, pero arroja a la indefensión a millones de inquilinos, cuyos ingresos sufrirán como los de casi toda la población.
Para que el plan oficial tenga éxito –incluso uno a lo Pirro, dado por la caída de la inflación merced del asesinato del consumo y la actividad–, el IPC debería bajar a un dígito hacia abril o mayo. Si eso no ocurriera y los precios comenzaran a morderse la cola, el dólar necesitaría en pocos meses otro toque fuerte para recuperar competitividad y se recrearía el círculo vicioso de devaluación-inflación-recesión. Ese sería el infierno de la mileinomía, al que se llegaría pisando los adoquines de un mercado real que difiere de la idea modelizada del liberalismo que se hace el zonzo y que solo habla de libre competencia.
¿Será que mientras medio mundo se pregunta por cosas como la estabilidad, la inversión, el empleo y el crecimiento, la parte del Círculo Rojo que respalda el modelo entiende lo central? ¿Será lo que vivimos, ni más ni menos, que una nueva etapa de apropiación de lo público?