Desde la caverna, los seres humanos han coexistido entre satisfechos e insatisfechos. Cuando los segundos superan a los primeros, los instintos y los sentimientos se llevan por delante a la razón. Es el momento en que estamos, frente al instante en que la marejada irrumpe tan de repente y con tal violencia que desborda el sistema y saca a la luz lo que Freud llamó “malestar de la cultura”, que no es otra cosa que romper con lo establecido, sus leyes y preceptos.
Razón por la que creo que hay que mirar la película cuyo guion se está fraguando. El tema no es la foto, lo inmediato electoral, el tema es si el sistema democrático resiste y afloran sus mecanismos contenedores y con ellos el equilibrio. Comienza a ser secundario quién será él o la presidente, pasando a ser lo principal interrogarse sobre si los mecanismos institucionales, constitucionales y los actores políticos estarán a la altura de los desafíos que se avecinan.
Las numerosas causas del deterioro están claras, los efectos de las consecuencias no encuentran fondo. Pese a ello, mi visión del debate que transcurre es positiva con el novedoso aporte de la opción liberal sobre la mesa. Las reservas dirigenciales que hay en el país coexisten con la debilidad de los actuales liderazgos que abonan la incertidumbre y tiñen de fragilidad al presente.
Las vallas a superar comprenden la reforma de todos los programas sociales y el sistema de planes, el desbordado sistema jubilatorio, la reforma laboral, la modificación del sistema impositivo y, en este marco, cumplir con el mandato constitucional que desde 1994 prescribe una nueva Ley de Coparticipación.
Es imposible de abordar si no hay un previo acuerdo nacional, una construcción de modelo de país. Todo un Everest inaccesible para una clase política que no ha logrado consensuar un acto de transferencia de mando Es imposible de abordar si no hay un previo acuerdo nacional, una construcción de modelo de país. Todo un Everest inaccesible para una clase política que no ha logrado consensuar un acto de transferencia de mando
Este último tema es la muestra cabal del fracaso de la política como herramienta de transformación, al punto que la matriz de la legislación que hoy rige es hija del “Proceso Militar” que ha tenido modificaciones coyunturales a partir de necesidades políticas de momentos o de reclamos de acreedores internacionales. Así, se la retocó para la sanción de la Ley del Traslado de la Capital o para compensar la transferencia de servicios de salud o educación a las provincias.
Es una ley que es imposible de abordar si no hay un previo acuerdo nacional, una construcción de modelo de país. O, para ser más explícito, requiere un Pacto de la Moncloa que legitime la reforma. Todo un Everest inaccesible para una clase política que no ha logrado consensuar un acto de transferencia de mando o completar el nombramiento de un centenar de magistrados federales.
Esta complejidad no se resuelve por vía de atajos con envíos de fondos discrecionales disfrazados de aportes para demandas sociales, obras dirigidas a fabricar cajas políticas o sustentar acuerdos políticos radiales entre el gobierno nacional y provincias amigas, o directamente intendencias -como lo hizo el kirchnerismo para eludir controles y dejar de lado a quienes no comulgaron con su modelo de gestión-.
Este panorama, que linda en la anarquía, hace utópica cualquier iniciativa unilateral o central para tocar la coparticipación. Quien quiera hacerlo deberá construir un acuerdo de mediano plazo sobre la base de un modelo de país y sumar al menú todas las reformas básicas en los sistemas ya mencionados.
La coparticipación resistió gobiernos militares, buenos y malos gobiernos del período democrático y no se vislumbra quién pueda echarle mano. Es quizá de los emblemas más notorios en la frustración que nos angustia.
Adecuarnos al nuevo tiempo no será tarea sencilla, los costos deberán pagarse indefectiblemente, pero ¿cuándo no fue así? Los cambios colisionarán con la realidad Adecuarnos al nuevo tiempo no será tarea sencilla, los costos deberán pagarse indefectiblemente, pero ¿cuándo no fue así? Los cambios colisionarán con la realidad
Agradezco la oportunidad de Letra P de esta columna, a la vez que rescato el aporte previo de mi amigo Facundo Suárez Lastra, que adelantó en gran parte los argumentos que serían los míos. Y es por eso que me vi obligado, entonces, a explorar otros vericuetos.
¿Por qué coincido con el enfoque y argumentos de Suárez Lastra? Porque tenemos similar formación, somos de la misma generación, pertenecemos al mismo espacio político (UCR) e, imitando a algún vendedor ambulante, “como si esto fuera poco”, internamente abrevamos en la prédica de Raúl Alfonsín.
Adecuarnos al nuevo tiempo no será tarea sencilla, los costos deberán pagarse indefectiblemente, pero ¿cuándo no fue así? Los cambios colisionarán con la realidad. Alguna vez, en los inicios de la década del 60, los propuso con lucidez Arturo Frondizi y su propuesta chocó ante un contexto adverso. Se adelantó a su tiempo, se concluye a modo de habitual elogio, pero históricamente debemos anotarlo en la columna de las frustraciones.
Más cerca, Mijaíl Gorbachov no logró acompasar sus reformas ante el ocaso del comunismo, su Perestroika y Glásnot se quedaron a mitad de camino y provocaron su destitución adelantando su retiro de la política.
La natural ilusión y expectativa por un cambio dará paso a una nueva realidad donde los primeros protagonistas pueden mutar a los primeros detractores La natural ilusión y expectativa por un cambio dará paso a una nueva realidad donde los primeros protagonistas pueden mutar a los primeros detractores
Estos tiempos de hiperconexión lo son también de híper insatisfacción: no abunda la paciencia; la natural ilusión y expectativa por un cambio dará paso a una nueva realidad donde los primeros protagonistas pueden mutar a los primeros detractores.
Allí deberá emerger el sistema democrático indemne y fortalecido con el nuevo camino por delante, despejado de las mismas piedras con las que hemos venido tropezando las últimas décadas.
En definitiva, todo indica que no es conveniente reparar el buque en medio del océano. Hay que llevarlo a puerto. La alternativa de saltar al vacío es más que contundente, porque en el vacío no hay otra cosa que retroceso, fracaso y una nueva frustración. Razón por la cual hago votos y esfuerzos para fortalecer la propuesta que encabeza Patricia Bullrich en el convencimiento que ante esta metáfora de reparar el buque estamos ante el puerto más seguro para encaminar el caos del país, acometer el cambio, aportar a la unión nacional y fortalecer el sistema democrático.