Las visiones de reforma más maximalistas, que probablemente ni siquiera formaban parte su pensamiento, tal vez sean realidades de algún futuro que, si llegara, sólo sería comprensible deteniéndose un rato largo en su enorme figura. Mientras, es probable que Francisco se haya ido conforme con haber abierto un camino y sembrado una semilla, intentos humanistas de detener el encogimiento persistente de la Iglesia frente a cultos cristianos mejor parados sobre el suelo polvoriento.
Mientras, con lo poco o mucho que –opinablemente– efectivamente hizo, lidió con una Iglesia tensa, en la que han sido permanentes los ataques de los sectores más conservadores y, si se permite el atrevimiento, anticristianos. Francisco –antes de él, el padre Jorge– fue, ante todo, un hombre profundamente cristiano, amigo de la juventud y de los comienzos y capaz de contener, en la práctica de la fe, la policromía de un mundo que si algo no tiene es perfecta pulcritud.
Jorge Bergoglio, el papa Francisco y el estupor del ajeno
Perdón por la autorreferencia, pero podría resultar útil. Tal vez mis sentimientos sobre el papa Francisco representen los de otras personas no católicas o, incluso, católicas que se alejaron de una Iglesia seteada por demasiado tiempo más para expulsar que para incluir.
Soy judío, creyente en Dios y escéptico en todo lo demás. Soy, además, un laico, casado con una mujer que nació y se crió como católica, pero que se alejó de ese legado y eligió como forma de vida curar, aliviar el dolor y acompañar cuando no queda más remedio. Tuve con ella dos hijos hermosamente inclasificables: una ayuna conmigo cada Día del Perdón sin que el judaísmo mainstream preste la más mínima atención a casos como el de ella; el otro tiene la vista clavada, más humanamente, en el suelo que en el cielo, espejo de su madre.
Ese judío que soy lamentó profundamente la conversión de Jorge Bergoglio en Francisco, en marzo de 2013; temía que un papa argentino contribuyera a establecer un tutelaje eclesiástico asfixiante sobre la vida social y política del país. No sabía cuánto me equivocaba, al punto que, por caso, el debate legislativo sobre el aborto –sobre el aborto, nada menos– no sólo terminó con la sanción de una ley que lo legalizó y sigue rigiendo, sino que encontró en su Iglesia una oposición que no se le puede reprochar, pero no una actitud feroz o extorsiva.
Desde el inicio, Francisco conmovió a ese judío creyente, pero laico con gestos ajenos a una época que ya iba presagiando tormentas de crueldad y extremismo festejados.
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El papa Francisco, arquitecto de consensos.
Comenzó por visitar a los "descartados" entre los descartados, los migrantes sin papeles apiñados en la isla de Lampedusa, sobre quienes nunca dejó de hablar en una era de xenofobia y fronteras clausuradas. Poco después, a los residentes de un geriátrico de Roma, ocasión en la que llamó la atención sobre el abandono al que muchas veces sometemos a los viejos que alguna vez nos protegieron, tanto en lo personal como cada vez más habitualmente en lo institucional y previsional. Luego, muchas veces, a presos, demonios irredimibles en la era del punitivismo sin piedad.
Más que en el papa de los católicos, Francisco se convirtió en una poderosa referencia contracultural y en una guía moral de escala global, alguien que se dio una misión tan exigente que más de una vez pareció excederlo en lo que finalmente era, un ser humano.
¿Realizó declaraciones a veces erradas? ¿Reaccionó a ciertos estímulos como un anciano anclado en otra época? ¿Nunca aclaró si sus cuidados al hablar de la dictadura madurista apuntaban a preservar a la Iglesia venezolana, a los fieles de ese país o un rol, que ya no llegará, como eventual mediador? Todas esas preguntas son necesarias, pero cualquier contradicción del pontífice-político empalidece en relación con lo central de su legado: la vocación humanista.
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Todo eso vio también este judío, argentino hasta la médula y, en tanto defensor del derecho de Israel a existir, sumamente crítico de cualquier denegación del mismo derecho a Palestina y a su pueblo. Con una valentía contraria al viento histórico, Francisco denunció el terrorismo, pero también las represalias de los gobiernos de Israel con los que convivió como papa, en especial desde el conflicto iniciado en Gaza en octubre de 2023, con su encarnizamiento con la población civil, los crímenes de guerra y de lesa humanidad que se ventilan en cortes internacionales, la promoción de la limpieza étnica, el sacrificio inútil de los inocentes y las muertes de miles de niños, mujeres y ancianos.
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Jorge Bergoglio, el papa argentino que murió sin volver.
Hasta el final llamó cada día a fieles católicos en la Franja azotada para llevar, en medio de tanta indiferencia, al menos una palabra de consuelo y esperanza. Su oración en la última Navidad, en su silla de ruedas, frente a un pesebre en el que la representación del Niño Jesús –nacido como judío– descansaba sobre una kufiya fue un poderoso grito silencioso.
Jorge Bergoglio, el papa Francisco y el argentino universal
Bergoglio cargó por años con sospechas sobre de su rol en los secuestros y torturas sufridos durante la última dictadura por los jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio. Incriminado por algunos relatos y finalmente desligado de esas sombras por el primero, también fue conocido por haber ayudado a mucha gente marcada a escapar de las garras de las fuerzas de tareas.
A Francisco, en tanto, cabe recordarlo por su obra, tarea magníficamente abordada por Guillermo Villarrealen Letra P.
Sus posicionamientos lo mostraron como un principista fuera de época y un líder contracultural. ¿Habrá sido escuchado realmente?
Respecto de Gaza, afortunadamente, las crueldades inenarrables de Hamás tienen el repudio que merecen, pero el amplio círculo rojo, tanto israelí como diaspórico y tanto judío como cristiano, que arropa a Benjamín Netanyahu ignora hoy inexplicablemente las perpetradas por el primer ministro. Ese pecado de omisión no le cabe al pontífice fallecido.
Reivindicó "las periferias" por sobre los centros y la justicia social en una era en la que no escandaliza que el poder la considere "una aberración".
Abogó por "luchar por los derechos" en una época de mesianismos de sesgo autoritario.
Rescató la Iglesia de los pobres frente a poderosos y ricos que, en lo profundo, jamás lo toleraron, pero que hoy lo despiden con algo de cinismo y mucho de alivio.
Predicó la tolerancia en un tiempo en e que los algoritmos premian la violencia.
Animó a los jóvenes a "hacer lío", a rebelarse contra la injusticia y a perseguir sus sueños aun cuando eso conlleve errores.
Embed - El Papa a los jóvenes argentinos: ¡Hagan lío!
Tomó el riesgo –enorme en medio de tanta zancadilla– de dejarse filmar en un diálogo con muchachos y muchachas de orientaciones sexuales diversas, se esforzó por entenderlos –en más de un caso, tropezando con las limitaciones de su edad– y hasta recibió de una un pañuelo verde. Sus enemigos trinaron; él, sin que eso cambiaria sus convicciones, lo tomó.
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El papa Francisco frente a la marea verde: convicción sin lobby extorsivo.
Perdonó, como si nada hubiese pasado, a políticos argentinos que le jugaron mal, lo ofendieron y hoy le rinden homenaje, aunque, ser humano al fin, hizo alguna excepción. Deseoso de ser prenda de unidad, nunca pudo volver nunca a su patria agrietada tanto por lo importante como por lo fútil. Esa sí que es una pena grande y sin reparación.
Los líos secretos del papa Francisco
Francisco toleró, amplió, no juzgó. Argentino a más no poder, solía sorprender por teléfono a parejas de divorciados vueltos a casar para animarlas, en secreto, a tomar la comunión sin revelar su condición al cura en cuestión. Luego abriría formalmente la puerta a ello, pero nunca dejó de lidiar con una realidad: la Iglesia –como cualquier institución– da para lo que da y no para más en el corto plazo. Sin embargo, no dejó que eso le impidiera ser un hombre bueno y un pastor amoroso.
Dueño del don de hablar claro y arriesgar consenso en torno a su figura –algo raro en una especie que ha solido discursear como el oráculo de Delfos–, terrenal, austero, siempre joven, amante de la vida y promotor de la felicidad antes que del rigor, hasta innovó conciliando fe y ambientalismo.
La sucesión y el legado del papa Francisco
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Los "candidatos" para la sucesión del papa Francisco
Político al fin, preparó su sucesión –hasta donde lo dejó la vida– a través del nombramiento de numerosos cardenales con capacidad de voto en el cónclave inminente. El desenlace de esa historia ya lo excede, pero si lograra, post mortem, que la Iglesia continuara el camino hacia el reencuentro con sus fieles y con un sentido amplio de humanidad, habría triunfado.
Rezamos –o pensamos al menos– por él y por eso. Como él siempre pedía.