en primera persona

A mí me cacheó la Policía de Sergio Berni

Un editor de Letra P cuenta cómo funcionan los controles que dispuso el ministro de Seguridad bonaerense. Manos contra el colectivo, piernas abiertas y explicaciones culposas.

Tendría que haber ido en tren, como especulé en un principio, con la idea de probar el servicio renovado que me recomendó Silvana, pero lo llamé a Rómulo y nos fuimos juntos en colectivo. La ida estuvo bien. El asunto fue la vuelta.

Hora pico, día de semana. Mala elección para tomarse el 195 en la parada de la Casa Rosada para volver a La Plata. Lleno total. Subí igual y viajé parado en el tercer escalón del estribo, pegado al parabrisas.

La ubicación fue fortuita, fui el anteúltimo en subir y ya estaba lleno, pero fue determinante para la nominación que me tocó casi una hora después en la entrada a la capital bonaerense. Nos paró la policía.

Diálogo entre el colectivero y el agente, a través de la ventanilla del conductor:

-Viene con gente parada.

-Sí.

-¿Cuántos?

-Quince, veinte…

-¿No los contó?

No escuché el final del intercambio, pero enseguida se abrió la puerta del micro y quedamos de pechito, la muchacha, el otro flaco y yo. Abajo los tres.

“Caballeros, documentos por favor”. Solo a nosotros, a la mujer la dejaron a un costado. Una policía se llevó las cédulas para la casilla donde dejaron asentados nuestros nombres y el policía lo dijo… de muy buenas maneras, casi como pidiendo disculpas, pero lo dijo: “Las manos contra el colectivo, por favor. Los voy a cachear”. Y nos cacheó.

Nosotros con las manos abiertas apoyadas sobre el lateral del colectivo y las piernas separadas, formando la equis. Después me pidieron amablemente que mostrara el interior de la mochila. Saqué el sánguche de crudo y queso que me había comprado en Pertutti, ahí en la esquina en diagonal al Cabildo, ofrecí el interior y salí indemne.

Hay que destacar que jamás hubo tensión. Tan buenos modales de la Policía y nosotros tan entregados, como cuando a dos del público los invitan a pasar a la pista en el circo.

Antes de que nos devolvieran los documentos y seguir viaje hubo un mínimo diálogo con uno de los agentes. “Ustedes entenderán…”, dijo el policía. “Es por el crimen del colectivero”, lo ayuda el otro requisado. “Claro, nos mandan, tenemos que hacer controles. Muchas gracias por la predisposición”, agradeció el policía. Y nos fuimos.

A la multitud que ya éramos en el micro se sumó una agente de la CNRT, la que había contado el número de pasajeros. Digámoslo: no fue necesariamente la responsable de los 15 minutos de más que debió soportar un pasaje de hombres y mujeres cansado de la amansadera diaria después de todo un día de laburo, pero estaba ahí, era ella. Y se picó.

Hubo discusiones dos tonos arriba de lo recomendable. Cuando me bajé en Plaza Italia, todavía se escuchaban las quejas de los pasajeros de las primeras butacas por la “pantomima” y “el show”. Mencionaban a Sergio Berni.

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